Darío Enríquez
¿Un nuevo Gabinete ministerial sin rumbo?
Mucho peor, es probable que tenga rumbo equivocado

Desde su conformación y las razones que la sustentan, estamos frente a otra decisión poco racional por parte del Gobierno de Vizcarra. Las circunstancias concurrían a favor de lograr un golpe de timón importante para que las labores del Ejecutivo devengan eficaces, cuando el congresista Villanueva —con las manos chamuscadas— puso su cargo a disposición al final de la semana pasada. Se presentaba la oportunidad de una renovación ministerial que no solo tuviera un efecto cosmético, sino que abandonara la suerte de “flotación sucia” en la que se encuentra entrampada la labor presidencial.
Otra vez perdimos el tren. El nuevo presidente del Consejo de Ministros es un personaje ultramediático, con cierta preparación académica (que no ejerce en absoluto, pues no hay ninguna publicación suya que pueda ser referenciada) y escasísima experiencia laboral en menesteres pertinentes. Su actuación como ministro de Cultura de Pedro Pablo Kuczynski fue muy efectista por su elevada exposición pública en medios, pero nula en resultados. Incluya el agravante de que se trataba de una cartera evidentemente menor en medio del inútil y amplio abanico ministerial. Vamos de mal en peor.
Recordamos con vergüenza ajena cómo Salvador del Solar —a la sazón ministro de Cultura— cometió un error gravísimo al decir en público que el tumi era un símbolo inca, cuando cualquiera con mediana cultura sabe que proviene de las culturas prehispánicas desarrolladas en el norte del actual Perú. Sin embargo, este hecho solo es una anécdota si recordamos la pretensión de establecer un subsidio a películas nacionales desde el Ministerio de Cultura, lo que significaba abrir un espacio fértil a la corrupción y el tráfico de influencia a favor de sus amigos de la farándula. Eso muestra que su afecto por el clientelismo y mercantilismo es sumamente peligroso para lo que nuestro país necesita en este momento difícil, que es todo lo contrario: proponer acciones que ayuden a reactivar la dinámica de crecimiento económico en un ambiente de competencia y libre mercado.
De este modo, tenemos ahora un presidente del Consejo de Ministros muy mediático, pero que sabe poco, casi nada, de cómo así el Estado no debe interferir en el círculo virtuoso de la generación de riqueza. Un “premier” que ha mostrado ser uno más de aquellos que propone redistribuir una riqueza que aún no generamos, y que le encanta gastar a manos llenas el dinero ajeno. Nos siguen pegando abajo. Nos dan con palo y duro sin que hagamos nada. Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. Tendencia fatal.
Otro hecho que ensombrece al nuevo Gabinete ministerial es uno de los criterios que se establece para su conformación: la paridad de género. Una ficción creada por quienes entremezclan realidad con fantasía. Debe tenerse como estándar la convocatoria a profesionales competentes, sin fisgonear sus partes íntimas. Peor aún si detrás de algunos nombramientos, como la nueva ministra de Educación, se logra exacerbar en lugar de apaciguar los ánimos frente a nuevos programas educativos que las actuales autoridades están imponiendo contra la voluntad de los padres de familia, sin cumplir con formas mínimas de consulta ciudadana y vulnerando el derecho que tienen los padres a educar a sus hijos en tópicos que tienen que ver con la formación moral.
Es claro —no crean que no nos damos cuenta— que se utiliza este tema sensible para distraer la atención y desviar el conflicto hacia otro lado, en el que hay un entrampamiento, una suerte de punto muerto que se puede prolongar por tanto tiempo como sea necesario, para que no nos ocupemos de temas realmente importantes tales como la seguridad ciudadana, la reconstrucción del norte, ahora también los problemas de inundaciones en el sur, la desatención al problema de la anemia infantil y el resurgimiento de la pobreza que aumenta por primera vez en 20 años. También las graves implicaciones de altas instancias gubernamentales en la megacorrupción de Odebrecht. Ni hablar de un tema fundamental como la segunda ola en las reformas del Estado, que cada día que pasa golpea más la capacidad de nuestro modelo para enrumbarnos hacia el desarrollo. Ya se perdió potencia para propiciar un crecimiento económico sostenido y sostenible. Estamos en problemas.
Vemos el penoso espectáculo de un Gabinete ministerial en el que solo hay seis o siete carteras importantes, y las otras son simples fórmulas tecnoburocráticas para justificar puestos de trabajo artificiales, de favor político, de clientelismo laboral. Un Estado mínimo es el modelo ideal para reducir al máximo los estímulos a favor de la corrupción. Solo requerimos carteras ministeriales de Economía, Relaciones Exteriores, Defensa, Infraestructura, Servicios Sociales, Seguridad interna y Justicia. El resto es espuma, burocracia salvaje. Carísima, por cierto.
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