César Félix Sánchez

Un año de pandemia en el Perú

El país más afectado en todo el mundo

Un año de pandemia en el Perú
César Félix Sánchez
22 de marzo del 2021


El lunes pasado se cumplió exactamente un año del anuncio de la cuarentena decretada por el presidente Martín Vizcarra el domingo 15 de marzo de 2020. Con tanta agua que ha corrido bajo el puente, podemos aventurarnos a hacer un balance de lo que ha ocurrido.

En un artículo publicado en El Montonero una semana antes de aquel momento fatídico sostenía la alta probabilidad del fracaso de la respuesta del Estado a la epidemia por dos factores: el primero, la ineficiencia estructural de los gobiernos regionales nacidos de la torpe Ley de Bases de la Regionalización toledista de 2002; y el segundo, lo que podríamos «denominar política imaginaria o de percepción» cultivada por Vizcarra, en la que tanto «valía la realidad de una gestión política como la percepción que de esta tuviera la población. Así, comenzó el carnaval de las millonarias consultorías, que solo en el 2019 superaron los S/ 2,000 millones. De este modo, cada catástrofe es vista principalmente como una oportunidad comunicativa para los publicistas del régimen antes que como una emergencia en la que los peruanos sufren y requieren de ayuda eficaz». Finalizaba el artículo con una referencia medieval, que en ese momento creía más retórica que real: «¿Se llegará en algún momento a superar esta esclerosis? ¿O tendremos que esperar el colapso violento del Estado para que recién pueda reformarse hacia una institucionalidad más definida, aunque no sabemos si mejor? Qui vivra, verra, como dirían los franceses en los tiempos de la Peste Negra». 

Un año después estamos vivos. Tanto quien escribe estas líneas como sus lectores. Y en los tiempos que corren eso no es poco. Deo gratias.

Es también cierto que, sea si triunfa la nueva derecha o la vieja izquierda (que son las alternativas que parecen despuntar en las encuestas a un mes de las elecciones generales), el colapso violento del modelo indefinido de Estado hasta ahora vigente será un hecho. Ya sea hacia una reforma más eficiente, que evite que siga ahogando a la sociedad, o hacia su consolidación en sus tendencias estatistas, controlistas y burocráticas con un inevitable correlato autoritario en el futuro mediato. La continuidad del «piloto automático» y del «Estado de consultorías», representada en el carril izquierdo por Guzmán y en el carril derecho por Keiko y Forsyth, parece menos probable, aunque no imposible. Me atrevo a lanzar otro qui vivra, verra en este punto.

En lo que respecta al pronóstico del fracaso del Gobierno en la lucha contra la pandemia, lamentablemente cumplimos el dudoso gusto de ser nuevamente Casandras. Pero nunca creímos que el fracaso pudiera ser tan bíblicamente atroz. Procuraremos encontrar las razones de la magnitud de la catástrofe en las siguientes líneas. 

El Perú ha sido quizás el país más afectado en el mundo por la llamada pandemia del SARS-COV 2 y las medidas de emergencia que trajo. Según las cifras oficiales, en agosto del año pasado alcanzamos el primer lugar en muertos por millón en el mundo. Y considerando que en todos estos meses el registro nacional de defunciones ha manifestado incrementos notables con respecto a la media de defunciones comparados con los de años previos, a la larga las cifras de fallecidos ocasionados directa o indirectamente por la pandemia será aún más alta, y eso nos colocará probablemente como el país más afectado del mundo. El colapso económico ha sido también el mayor del mundo

Lo curioso es que, como fue señalado con alborozo por los medios internacionales, el Perú fue el primer país de América Latina en establecer una cuarentena general, que fue de las más restrictivas y largas (si no la más) del mundo y que duraría cerca de cinco meses en la mayoría del territorio nacional. Y, sin embargo, nos fue peor que a países como Nicaragua o Suecia que literalmente no hicieron nada

Hemos sido la prueba palpitante de una realidad que ya los estudios de la Heritage Foundation, los científicos de Duke, Johns Hopkins y Harvard y el premio nobel Michael Levitt habían señalado: que las cuarentenas pueden ser altamente contraproducentes e incluso mortales. 

Quizás alguno diga que en ese momento no había forma de actuar de manera diferente a una cuarentena estricta y general. Pero ¿cómo se explica que países vecinos poco tiempo después decretasen cuarentenas flexibles, escalonadas y focalizadas solo en los lugares más afectados (como Chile); o aún si generales, menos estrictas (como Colombia)? ¿Cómo pudo el Gobierno de Vizcarra darse el lujo de ignorar que el Perú es un país geográfica, social y climáticamente diverso e imponer una cuarentena general que no tuviese en cuenta las particularidades locales y la distinta incidencia del contagio? ¿Cómo pudo pasar por alto que en nuestro país el cerca de 72% de trabajadores pertenecientes al sector informal y el 49% por ciento de hogares no contarían con refrigeradora en casa, y que cuarentenarlos de manera estricta por tanto tiempo era condenarlos a una muerte lenta? 

La razón de este fracaso fue que la tecnocracia globalista, que empezó a colonizar el aparato estatal desde los tiempos de Ollanta, y que con PPK y Vizcarra llegó a su paroxismo, no conoce –ni quiere conocer– la realidad del Perú y solo busca aplicar consignas que le vienen de sus amos internacionales. 

De ahí que, como buenos alumnos chancones, hayan calcado –e incluso empeorado– las mismas recetas de cuarentenas estrictas del Imperial College de Londres y de Neil Ferguson, cuyas proyecciones matemáticas de escenarios catastróficos sin cuarentena han sido largamente refutadas. El mismo Neil Ferguson parece que, en su corazón, no creía mucho en las cuarentenas que proclamaba coram populo. Pero estos modelos eran muy adecuados políticamente para los globalistas: eran el respaldo “científico” del llamado “gran reseteo”.

El mismo Vizcarra, en un mensaje del 22 de mayo de 2020, en el que anunciaba una de las múltiples ampliaciones de la cuarentena, confesó que este tipo de medidas ya no serían simples restricciones, sino que además apuntarían a una transformación radical de nuestros «comportamientos sociales» «individualistas» (sic) hacia una «nueva convivencia» (sic) de carácter explícitamente colectivista y ecologista. Y exigía «la colaboración de toda la ciudadanía» para la consecución de este proyecto utópico.

Otra muestra de que detrás de las medidas de vizcarrismo se encontraban consignas ideológicas fue el ahora infame “pico y placa” de género, que establecía días diferenciados para la salida de hombres y mujeres, lo que junto con la inamovilidad estricta (cerrazón absoluta de todo) decretada el jueves y viernes santos, así como el Domingo de Resurrección, en abril de 2020, provocaron escenas de pánico y aglomeraciones especialmente en los sectores populares. Poco tiempo después empezó el colapso sanitario en Lima e Iquitos. El responsable de esta medida, Farid Matuk, asesor del Gobierno y antiguo trotskista, confesó que la medida se dio para «quebrar el patriarcado» al obligar a la transformación de los roles sociales de la mujer y el hombre en el país. Para estos individuos la pandemia, lejos de ser una tragedia que requería un combate real, era una ocasión propicia para la transformación revolucionaria del país.

Hemos pagado muy caro haber perdido nuestra soberanía hace ya algún tiempo. Cuando algunas personas, incluso desde la derecha, sostenían que la lucha contra la imposición globalista del llamado enfoque de género era una exageración de algunos locos ultraconservadores plebeyos, ignoraban que en esas batallas se jugaba la libertad del Perú como nación soberana o su transformación en un campo de experimentación social en manos de una élite de seudotecnócratas progresistas no elegidos por nadie. 

Porque todos los países que han tenido un resultado más o menos aceptable en el combate de la emergencia –ya sea con cuarentenas con diferentes grados de flexibilidad u otras medidas, como Rusia, Polonia, Suecia, etc.– tuvieron en común que sus medidas fueron tomadas pensando en todos los factores en juego –sociales, económicos, climáticos y culturales–, no solo los directamente sanitarios, en un contexto de conocimiento profundo de su propia realidad nacional. Aquí faltó ese conocimiento. Pero sobró ideología y «liderazgo sapiencial transformador» de la mano de Richard Swing. 

Junto con la acción destructiva de estas élites, otro factor en nuestro fracaso fue la corrupción y la torpeza a secas del Gobierno. 

Como se sabe, toda medida de confinamiento, estricta o flexible, debe venir acompañada por un cerco epidemiológico que ubique, con pruebas efectivas, los focos de contagio. En un caso único en el mundo, el Perú optó por utilizar pruebas serológicas rápidas de bajísima calidad como herramientas de diagnóstico, con el resultado de cientos de miles de falsos negativos, que facilitaron millones de contagios masivos y trágicos, especialmente en instituciones como la Policía Nacional. 

La temprana advertencia del 24 de marzo del doctor Eduardo Bustamante sobre que el uso de estas pruebas llevaría «a una crisis social y de salud pública, porque lo que va a haber es una muy alta cantidad de falsos negativos» (min. 20:23-20:35) se ha cumplido plenamente. Entonces como hoy, los trolls oficialistas se precipitaron a atacarlo.

A pesar de las advertencias, Vizcarra insistió en realizar una compra millonaria de estos productos, diciendo, primero, que eran tan efectivas como las moleculares; y luego, que era “lo único que había”, y que nuestro país no tenía laboratorios adecuados para las moleculares. Las consecuencias fueron catastróficas. Y parece que, junto con la torpeza y la incuria, la principal razón para optar por ellas fue la corrupción

Esta historia parece repetirse en el más reciente escándalo de la millonaria compra de las muy cuestionadas vacunas chinas Sinopharm, en el que también el Perú ha batido un triste récord mundial al optar masivamente por las vacunas más caras e ineficaces de todo el mercado. 

En conclusión, la magnitud de esta catástrofe es responsabilidad absoluta del Gobierno de Vizcarra y sus ideólogos, del que la administración Sagasti es una perfecta continuación en hombres e ideas. La batalla se perdió aun antes de que comenzara: el 30 de septiembre de 2019, cuando se le otorgó un gran poder político y mediático al expresidente y su camarilla. 

Refiriéndose a la guerra del Pacífico, ese episodio con el que la presente catástrofe guarda tantas analogías, Manuel González-Prada escribía en el Discurso del Politeama: «El Perú fué cuerpo vivo, espuesto sobre el mármol de un anfiteatro, para sufrir las amputaciones de cirujanos que tenían ojos con cataratas seniles i manos con temblores de paralítico. Vimos al abogado dirijir l'hacienda pública, al médico emprender obras de injeniatura, al teólogo fantasear sobre política interior, al marino decretar en administración de justicia, al comerciante mandar cuerpos d'ejército... ¡Cuánto no vimos en esa fermentación tumultuosa de todas las mediocridades, en esas vertijinosas apariciones i desapariciones de figuras sin consistencia de hombre, en ese continuo cambio de papeles, en esa Babel, en fin, donde la ignorancia vanidosa i vocinglera se sobrepuso siempre al saber humilde i silencioso!» La historia se repitió, pero en lugar de teólogos y comerciantes tuvimos ideólogos progresistas, pícaros operadores políticos e influencers dirigiendo a nuestro país, para variar, hacia el abismo.

César Félix Sánchez
22 de marzo del 2021

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