Raul Labarthe
¿Tuvo el virreinato un sistema de castas?
El fenotipo no era el principal factor para clasificar a las personas
En el debate público, los promotores del indigenismo progresista vienen reivindicando, como si fuese un hecho histórico perfectamente demostrado, que en el Imperio Español –y en particular en sus virreinatos– existió un “sistema de castas”. Sin embargo, esta afirmación que es acríticamente repetida por quienes la difunden está lejos de ser una materia resuelta entre los historiadores. En realidad, esta tesis es relativamente nueva, y fue formulada en la década de los años cuarentas por los historiadores Ángel Rosenblat (1945) y Gonzalo Aguirre Beltrán (1946), y ha sido cuestionada por autores más modernos como Joanne Rappaport (2014) y Pilar Gonzalbo (2013).
Pero empecemos por las definiciones. ¿Qué es un sistema de castas? Es aquel orden social en donde los derechos y libertades de una persona están definidos de manera radical por nacimiento, según su origen racial o familiar, y que permanece de ese modo a lo largo de su vida, reduciendo al mínimo su posibilidad para ascender socialmente. Sin embargo, la inmensa mayoría de sociedades antiguas no han sido sociedades de castas: en la Europa medieval, por ejemplo, si bien existían grupos con mayores derechos (nobleza) que otros (pueblo), estos no se definían exclusivamente por el nacimiento.
En la Europa medieval uno podía obtener un título nobiliario por diversos motivos: por recompensa, por heroísmo, matrimonio, por compra, entre otros. A este grupo social no se le califica desde las ciencias sociales como casta, sino como estamento. Una sociedad estamental es ciertamente una en donde no hay igualdad ante la ley de manera individual, sino que existen jerarquías, y para cada estamento se configuran normas diferenciadas. Sin embargo, no es un sistema de castas aquel en donde existe nobleza, clero y pueblo, ya que existe la posibilidad de moverse entre estas clases, y no están determinadas exclusivamente por el nacimiento.
Una persona en la Edad Media podía ordenarse sacerdote y pasar a conformar el estamento del clero, o podía ir a la guerra y ganarse un título nobiliario; viceversa, un noble podía perder sus títulos por conductas de traición o crímenes contra el rey. Este tipo de sociedad existió prácticamente en todo el mundo hasta la Revolución francesa (1786), en la que las ideas republicanas triunfaron y se impuso la igualdad ante la ley. Por lo tanto, para evaluar a los virreinatos de la América española, organizados y construidos a lo largo del siglo XVI, no se puede obviar que la propia Europa tuvo sociedades estamentales durante todo ese periodo y varios siglos después.
Joanne Rappaport, profesora de antropología de la Universidad de Georgetown, en su libro The Disappearing Mestizo: Configuring Difference in the Colonial New Kingdom of Granada, se manifiesta en contra de las construcciones etnoraciales basadas en la coloración de la piel, y hacer frente a la tesis de que en el siglo XVIII se endureció un sistema de castas que en los siglos XVI y XVII era más fluido. En este libro señala que el mestizaje, si bien no evitó la discriminación, hizo que esta no se basara de manera exclusiva en el color de la piel; e inclusive pesaban muchos más factores como la religión, el lugar de residencia, el oficio, el vestuario y cualidades inclusive morales. A esto lo llamó “calidad”, para diferenciarlo del término “casta”.
La autora afirma que el fenotipo no era el principal factor para clasificar a una persona. No se niega la discriminación, que efectivamente existe hasta el día de hoy, pero brinda evidencia significativa de que hablar de un ‘sistema de castas’ en los virreinatos –en particular, del de Nueva Granada– es de un simplismo anacrónico. Si bien no pretendo hacer una apología de la sociedad virreinal, un análisis serio sobre la ‘humanidad’ de un orden social no puede estar exento de una comparación sincrónica. La idea de que los virreinatos estuvieron subordinados a los intereses de la metrópoli será tema de una próxima columna; pero sin dudas en ambos lugares ocurrían grandes injusticias, y no necesariamente más en un lado que en el otro.
COMENTARIOS