Tino Santander
Túpac Amaru jamás será olvidado
Su espíritu está en los peruanos más pobres
El 4 de noviembre de 1780 se inició de la rebelión de Túpac Amaru contra el poder colonial español. Han transcurrido 237 años y el Perú oficial no ha conmemorado la gesta del gran rebelde cusqueño. En Cusco, recordamos que Túpac Amaru, el 16 de noviembre, decretó la abolición de la esclavitud en toda la colonia española; y que el 18 de noviembre de 1780, en Sangara, se inicia la primera batalla por la independencia americana entre las tropas rebeldes y realistas. Sin embargo, cualquier homenaje del Perú oficial para los cusqueños resultaría un sarcasmo y una profanación a su memoria, porque siguen representando al viejo Estado colonial opresor de los pueblos que habitan el Perú.
Nadie en el Perú oficial reconoce la ilustre figura del primer libertador de América. Y si lo hicieron fue para sintonizar con la rebeldía silenciosa de la inmensa mayoría. Los cusqueños afirman “que este Estado, y menos este gobierno están a la altura para rendirle reconocimientos al gran libertador de América, porque no conocen el significado de la hazaña tupacamarista". Ellos –dicen– representan al corregidor Areche, al cura Valverde, a Riva Agüero, a Torre Tagle; a Prado, que traicionó al país en plena guerra con Chile; a Fujimori, que fue candidato al Senado japonés para huir cobardemente de la cárcel; a los que deshonran el nombre de Mariátegui y Haya de la Torre; a los que hacen negocios con los derechos humanos y las reivindicaciones de las comunidades andinas y nativas y el medio ambiente.
El mejor homenaje a Túpac Amaru es no olvidarnos de los diez millones de peruanos sin agua ni desagüe, y sin servicios básicos, que viven en los desiertos y cerros y que se movilizan en transportes indignos, propios de los esclavos del siglo XVI. La mejor forma de recordar al cacique de Tungasuca, Tinta y, Surimana es que los gobernadores regionales acaben con la corrupción generalizada en sus pueblos, y que los recursos naturales y sus rentas sirvan para disminuir el déficit de infraestructura social y productiva.
José Cupi, coordinador del movimiento indígena del sur andino, señala: “Los tecnócratas y sus huecas frases marketeras no ven que en los pueblos mayoritariamente subyace un ánimo insurreccional tan fuerte como el de 1780 o como el senderista de los ochenta. No entienden que los peruanos están hartos de todo y que no creen en nada”.
Leocadio Zavala, dirigente campesino de Cusco, dice: “El escritor García Calderón afirmaba en el siglo pasado, refiriéndose a los indígenas: es la raza que nunca supo sublevarse. Se equivocó, porque los descendientes de Túpac Amaru demuestran con sus obras lo contrario, que siempre supieron rebelarse. Son los millones de indígenas los que transformaron la Lima oligárquica; fue el campesinado indígena, al mando de Andrés Avelino Cáceres, el que resistió a la invasión chilena; fueron los comuneros indígenas los que organizaron las rondas campesinas para derrotar a Sendero Luminoso; son los miles de jóvenes que están en el Ejército del Perú y que están hartos de esta farsa democrática”.
El Perú oficial podrá olvidar a Túpac Amaru, pero su espíritu está en los millones de peruanos que crean sus propios trabajos, que construyen sus casas, que ignoran las luchas de los políticos. También en el mototaxista de los conos limeños, en los agricultores sin crédito agrario, en los mineros informales y en todos aquellos que creen que la libertad y la justicia social son un deber por el cual deben luchar. Y por eso jamás podrán olvidarlo.
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