Darío Enríquez

¿Somos ciudadanos y no consumidores?

¿Somos ciudadanos y no consumidores?
Darío Enríquez
09 de agosto del 2017

“Construir ciudadanía” es un lugar común del progresismo

El ministro de Cultura, Salvador del Solar, ha lanzado al viento en los últimos días otro de esos versos de mala poesía a los que nos tienen acostumbrados los autodenominados “progresistas”. En primera, para entenderlo mejor, tomaremos una frase anónima y certera que circula en redes y que sentencia: “progresista es a progreso como carterista es a cartera”. Ya sabemos entonces por qué los países que caen en manos del progresismo destruyen su presente y su futuro, impiden el progreso, liquidan la prosperidad. Es un riesgo que hoy corre el Perú.

El verso del colorido ministro Del Solar pretende traficar la misma especie fraudulenta de “construir ciudadanía” que nos endilgó la exalcaldesa de Lima Susana Villarán. Hoy ella está a punto de ser acusada de participar activamente del fétido circuito corrupto del socialista Foro de Sao Paulo y sus brazos financieros de derecha mercantilista de Odebrecht, OAS, Camargo Correa y otras. Aunque los indicios y evidencias son contundentes, no creemos que vaya a ir presa como merece, porque su prima hermana acaba de ser nombrada embajadora del Perú en el Reino Unido y eso —en la lógica de PPK— es un respaldo de impunidad casi tan sólido como el que el mismo PPK prodiga a favor del corrupto expresidente Alejandro Toledo. Quizás hasta Susana Villarán consiga un puesto de “agregada en ciudadanía” de la embajada del Perú en Londres. Quién sabe.

La frase de marras fue algo así como “Queremos ciudadanos y no consumidores”. Un juego de palabras efectista, que apela al hipotálamo ideológico de los que sufren un complejo de izquierdas en el Perú, instalado en la corteza social de mucha gente por décadas de una nefasta educación de dudosa calidad. Los ciudadanos jugamos diversos roles en nuestras interacciones sociales y económicas en nuestro entorno directo, en nuestras familias, nuestras comunidades y la sociedad en su conjunto. Uno de esos roles es el de consumidores de productos de diverso tipo para la satisfacción de nuestras necesidades. Es absurdo hablar de una dicotomía ciudadano-consumidor, porque mientras lo primero refiere el estatus reconocido para todo individuo en una sociedad moderna y civilizada, lo segundo es uno de los tantos roles que juegan los seres humanos en las miles de millones de interacciones que despliegan día a día.

Aquí lo que tenemos es una manifestación más de la esencia totalitaria de los enemigos del comercio, usando la genial descripción del gran Antonio Escohotado. Los totalitarios le disparan a todo aquello que temen, porque no comprenden o porque “sienten” que pueden interferir en sus planes de hegemonía cultural, luego política y finalmente económica. Una secuencia viciosa y liberticida que los neomarxistas, como el mencionado ministro, pretenden poner en práctica.

“El comercio es la esencia de la civilización”, nos enseñan Mises, Hayek, Woods, Escohotado y otros. No hay actividad más noble en un contexto civilizatorio. Sin comercio, nada de lo que hoy podemos mostrar con orgullo —muy por encima de nuestros primeros tiempos en las cavernas, animalizados y salvajes— sería posible. El primer intercambio comercial mostró la potencia de un buen acuerdo, desplazando la violencia que era hasta entonces el medio por excelencia para satisfacer nuestras necesidades cuando otro ser humano ya había tomado lo que requeríamos.

El consumo es consustancial al comercio, y ser consumidor es uno de los roles que el ser humano juega cuando participa de un intercambio comercial o en un proceso productivo, y aplica lo obtenido a la satisfacción de sus necesidades. La ciudadanía es el reconocimiento del derecho natural que tiene cada individuo de participar en los diversos procesos de producción, acumulación, intercambio y consumo, respetando los tres principios fundamentales: vida, libertad y propiedad privada.

Más curiosa e indigna resulta la infeliz frase del ministro Del Solar cuando hace unos días decidió convertirse él mismo en un vulgar cobrador de cupos para tomar con violencia y sin consentimiento de los ciudadanos, dinero de sus bolsillo. Es raro, él no se dirigió a los ciudadanos, sino a los consumidores. El lumpenesco cupo consiste en un porcentaje aplicado al precio de la entradas al cine para regalarle ese dinero mal habido a sus amigos “artistas”. Nada más y nada menos que corrupción institucionalizada, legalizada y “normalizada”, como les gusta ahora apostillar a sus camaradas. Nos afecta a todos nosotros en nuestro rol de consumidores. Si tanto habla a favor de “construir ciudadanía” y en contra del consumo, debió colocar una cláusula en la declaración de impuestos de los ciudadanos para que estos, voluntariamente y en ejercicio de su ciudadanía, aprobaran darle o no ese dinero a sus “amiguis”. Claro, cuando se trata de parasitar el dinero ajeno, ahí se olvida de la ciudadanía y busca a los consumidores. Se asegura.

Ya sabemos hace mucho tiempo que la coherencia es un atributo inexistente entre los carteristas-progresistas. Lo confirmamos una vez más. Por supuesto, esta vez para el asalto a los bolsillos de los ciudadanos, el ministro Del Solar contó con la complicidad de la mayoría en el Congreso. Fuerza Popular va de tumbo en tumbo, niega una y otra vez el mandato popular de defender el modelo de libre mercado, cayendo en prácticas mercantilistas y parasitarias. Como un animalillo perdido en el laberinto del enigmático conejo blanco de Lewis Carroll: “Si no sabes hacia dónde vas, no importa qué camino tomes”. Así estamos.

Darío Enríquez

 
Darío Enríquez
09 de agosto del 2017

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