Heriberto Bustos
Síndrome del “mal menor”
No sabemos lo que queremos, pero sabemos lo que no queremos

En términos médicos, un síndrome corresponde a un conjunto de síntomas que se presentan juntos y son característicos de una enfermedad o de un cuadro patológico provocado por la presencia simultánea de más de una enfermedad. En este artículo utilizaremos ese término para un mejor entendimiento del comportamiento político (enfermizo de por sí) de un amplio sector de la población peruana, cuyas decisiones fáciles y ciertamente irresponsables en las elecciones (votar en función a recelos o antipatías antes que por conciencia y conocimiento de propuestas) lamentablemente llevan al país en un rumbo que afecta negativamente la vida personal y colectiva de los peruanos.
Al tener a puertas un acontecimiento de trascendencia, como la realización de las elecciones regionales y municipales, tratar este tema resulta primordial, dado que por más de 20 años estamos siendo gobernados por el denominado “mal menor”. Al respecto Carlos Meléndez señala: "El ‘mal menor’ es aquel criterio de descarte de candidatos que sucede cuando las identidades políticas negativas son mayores y más fuertes que las positivas. Cuando los ciudadanos se oponen fuertemente a un partido político o una candidatura sin mostrar apoyo coherente por otro. Cuando no sabemos lo que queremos, pero sabemos lo que no queremos". Al optar por un mal que se ha convertido en una enfermedad crónica vinculada con la conciencia política, estamos contribuyendo con el tránsito a la deriva del país.
Este síndrome ha quitado espacio a decisiones de naturaleza ideológica, política y organizativa que afirmen y fortalezcan la democracia; asunto que tiene que ver centralmente con la limitada participación organizativa de los ciudadanos en la vida política. Una mirada al sistema vigente, cuyo funcionamiento requiere de los partidos políticos, nos reporta en las actuales circunstancias a organizaciones que, atrincadas por sus añejas ideas y secuestradas por intereses individuales, no encuentran capacidades internas ni liderazgos para recrear ideas, responder a las necesidades históricas que exige el afrontar las "exigencias" frescas y complicadas del presente. Como consecuencia, la población en general –cuya experiencia política siendo endeble ha sido ganada por un comportamiento político caracterizado por la comodidad– toma decisiones en las que la individualidad prima. Es decir, optan por réditos personales, sobreponiéndolos a los colectivos; evidenciando la presencia de un anarquismo ideológico que corroe las entrañas de la democracia.
Entre tanto, seguimos sin entender el rol que cumple el involucramiento de la ciudadanía en las actividades del partido, en su institucionalización, legitimación social, contribución en la consolidación democrática y alejados del ejercicio ciudadano. Seguimos esperando con los brazos cruzados el surgimiento de un partido o líder “que nos convenza”, sacudiéndonos de la tarea de fomentar un sistema de partidos con real articulación social y político.
Convencidos de que la democracia requiere de partidos políticos como escenario para la práctica de la participación de los ciudadanos emplazamos, por un lado, a todos los peruanos a acercarse organizativa y políticamente a los partidos con los que existan coincidencias en sus objetivos, valores y propuestas de acciones a realizar, vale decir con su ideario. Y por otro, en un intento de sacudir a dichas organizaciones les exigimos crear mecanismos de formación política de manera tal que, al fortalecer su institucionalidad aporten en la afirmación de la democracia como garantía de gobernabilidad, abriendo las mentes para desterrar la opción del “mal menor”.
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