Berit Knudsen
Rumanía y las opiniones prematuras
La injusta inhabilitación del candidato Calin Georgescu

En un mundo convulsionado por guerras híbridas, desinformación digital y polarización ideológica, la prudencia de los líderes es más importante que nunca. Los gestos cuentan tanto como las decisiones formales y el riesgo de caer en la injerencia, desatendiendo coyunturas nacionales, debilita los mismos valores que se busca defender para sostener el Estado de derecho
Un buen ejemplo es la anulación de las elecciones presidenciales en Rumanía, inhabilitando al candidato Calin Georgescu, con olas de críticas internacionales. Desde Elon Musk hasta el vicepresidente estadounidense J.D. Vance, calificaron la medida como atentado contra la voluntad popular. Pero a la luz de los hechos, la historia resulta distinta.
Georgescu, candidato independiente, lideró la primera vuelta con 22% de los votos, declarando que su campaña basada en redes sociales no tuvo inversión alguna. Pero el día de la votación, informes de inteligencia confirmaron más de 85.000 intentos de hackeo al sistema electoral, activando las alarmas.
Inteligencia confirmó operaciones digitales financiadas por Bogdan Peșchir, empresario vinculado a Moscú, impulsando a Georgescu en redes como TikTok con unas 25.000 cuentas falsas y pagos ocultos a influencers, superando el millón de euros. Georgescu estuvo ligado a Eugen Sechila, líder de grupos extremistas y paramilitares de ideología fascista, arrestado en posesión de armas, lingotes de oro y millones de euros en efectivo durante redadas al equipo de campaña. Su jefe de seguridad, Horațiu Potra, relacionado al Grupo Wagner y mercenarios chechenos, controlaba grandes sumas de dinero.
Paralelamente fue desmantelado un presunto complot armado del “Comando Vlad el Empalador”, para derrocar al gobierno y retirar a Rumanía de la OTAN con ayuda rusa. La exclusión de Georgescu fue decidida por el Tribunal Constitucional de Rumanía, con procedimientos penales abiertos, evidencias documentadas y judicializadas.
En este contexto, el recordado discurso de J.D. Vance en la Conferencia de Seguridad de Múnich resulta desafortunado. Si bien formuló críticas legítimas al rumbo de Europa —frente al avance de la ideología de género, imposición de la agenda verde y el debilitamiento de las libertades de expresión—, su crítica sobre las elecciones en Rumanía parece precipitada.
Cuestionar el sistema judicial rumano sin evidencias equivale a un juego populista sin atender los hechos. Cabe recordar que en 2020 la administración Trump puso en duda el triunfo de Joe Biden. generando inquietudes sobre reglas difusas, prioridades cambiantes y alianzas poco convencionales.
Estar de acuerdo con Trump en cuestiones fundamentales —como la defensa de las libertades individuales, la realidad biológica de hombre y mujer, o rechazar la imposición de dogmas progresistas— no implica apoyar una política exterior por momentos contradictoria, especialmente sobre aliados estratégicos, debilitando la estabilidad del orden internacional basado en reglas.
El fenómeno se repite en América Latina con presidentes autocráticos pronunciándose en defensa de Pedro Castillo, calificando su juicio como persecución política. Omiten que Castillo intentó disolver inconstitucionalmente el Congreso con un golpe para salvarse del colapso, siendo arrestado ante un hecho probado.
La democracia necesita reglas claras y fuertes instituciones. Defender a quienes las quebrantan, por simpatía ideológica o cálculos políticos, erosiona el poco consenso que sostiene al sistema republicano.
En momentos donde los valores están en disputa, es legítimo defender una visión del mundo basada en la libertad, la familia y la soberanía, pero esa defensa no puede hacerse a costa del Estado de derecho ni del respeto a otros países. Para restaurar el orden y confianza en las democracias, es necesario reconocer que ninguna causa, por justa que pueda parecer, justifica ignorar los hechos.
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