Juan C. Valdivia Cano

¿Quién es Vigil?

Su grandeza, generosidad y sentido vital de lo heroico

¿Quién es Vigil?
Juan C. Valdivia Cano
14 de diciembre del 2022


Siempre me sorprendió que don Manuel González Prada («El primer instante lúcido de la conciencia peruana» según Mariátegui) en sus célebres y libérrimas
Pájinas Libres se ocupara elogiosamente solo de dos peruanos en un artículo o ensayo especial, y con nombres propios: Miguel Grau y Francisco de Paula González Vigil ¿Por qué de ellos no más? ¿Por casualidad? Y si no es por casualidad ¿qué tiene que ver con ellos y qué hay entre ellos? Durante muchos años no se me ocurrió pensar siquiera cómo podían vincularse esos dos personajes peruanos, que en esos años me parecían tan dispares (un cura y un marino), en el alto espíritu de don Manuel. Hoy ya no me lo parecen tanto, por no decir nada, porque en lo esencial son idénticos. De esa identidad queremos tratar aquí. 

Por lo menos ahora tenemos una hipótesis: a esos dos personajes aparentemente disímiles los une la grandeza, la generosidad, la potencia; un mismo sentido vital de lo heroico —sin discurso, sin rollo, sobre el heroísmo— de la aventura, metafísica, literaria, marítima o política, cada uno en su mismidad, en su diferencia. Grau en el anchuroso mar en algún punto del Pacifico sur; Vigil en la brega teológica y filosófica y política de este «tierno y cruel país» (Basadre) y con toda el alma.

De Grau dice el célebre autor de Horas de lucha: “disfrutó como Washington la dicha de ser el primero en el amor de sus conciudadanos. El Perú le apostrofaba como Napoleón a Goethe: Eres un hombre... Y lo era tanto por el valor como por las otras cualidades morales. En su vida, en su persona, en la más insignificante de sus acciones, se conformaba el tipo legendario del marino”. Mutatis mutandis, se puede decir exactamente lo mismo de Vigil, aquí en la tierra: «Bastaba contemplar una sola vez su fisonomía para convencerse que había matado el odio en su corazón. Pero no hay que atribuir su imperturbable mansedumbre a timidez o cobardía: bajo la apacibilidad del semblante, ocultaba la fortaleza del hombre manso. Él supo encarar a Santa Cruz, Gamarra y Castilla cuando muchos enmudecían y temblaban. Como escritor figura entre los osados y valientes». ¿Cómo hablar de timidez y cobardía con un cura que encaró directamente al mismo Papa?

Para volver a él, me gustaría poner en consideración del amable lector algunas opiniones muy puntuales de algunos peruanos sobre la persona y la obra de Vigil, (gracias a la excelente biografía de Alberto González Marín, el ensayo sobre Vigil de Jorge Basadre y el de don Manuel). Allí se usa atinadamente más de una vez, tácita o expresamente, el adjetivo «heroico» a propósito de Vigil. Intento mostrar que no era ninguna exageración. Sin embargo, son legión los peruanos para quienes el nombre de Vigil es solo eso, un nombre que han escuchado por ahí, que «les suena», pero no saben claramente quién es, qué pensaba y sobre todo cómo pensaba. 

Y esa ignorancia no es grave para Vigil (que debe seguir luchando si está en algún lugar). Es grave para la educación cívica de los peruanos que sufren de una carencia fundamental: mitos o paradigmas republicanos de carne y hueso. Para reemplazar a los mitos de hoy: Gisela, Melissa Paredes, Peluchin, la Urraca, y otros «paradigmas». Solo tenemos un Vigil. Y nos damos el dudoso lujo de menospreciar ese ejemplar único de demócrata republicano de carne y hueso hasta el último día de su vida. No estaba en su destino volverse bombero. No solo murió en su ley, sino que murió y vivió por la ley, es decir, por el derecho de los pueblos que aspiran a la libertad.

 

Por eso, como Grau, solo hay uno: Francisco de Paula González Vigil. Y de ahí la asociación de estos nombres en don Manuel. Pero de Grau por lo menos tenemos referencias por el colegio. Por no decir del estereotipo con el que nos subalimentan y el rito mecánico que solo funciona una vez al año: el 8 de octubre. Y las fuerzas armadas, así como están de malogradas en nuestro tiempo, se han apropiado de su figura, como si todos sus miembros fueran Miguel Grau. Lo digo porque no parece que esas ceremonias anuales estimulen mucho el sentido del heroísmo en la población, sobre todo en la juventud y la niñez. Lo importante y simpático para ellos es que el 8 de octubre es feriado todo el día. Y el heroísmo es algo que no se puede meter a la mala, en el extraño caso que eso se intentara. Yo solo creería en un héroe capaz de darme un ejemplo (parafraseando a don Fede) y que se evitara el ridículo de fingirlo. Y don Manuel decía: «Pocas vidas tan puras, tan llenas, tan dignas de ser imitadas, como la de Vigil».

Otra opinión sobre Vigil que merece ser conocida y meditada, si el amor a la patria no es una ficción romántica, es la de un peruano de lujo, algo olvidado y ninguneado, Raúl Porras Barrenechea, que ha propósito de Vigil dijo muy clara y contundentemente: «El Perú comenzó a existir materialmente como patria, no cuando Gamarra dio el primer cuartelazo a La Mar, sino cuando la voz de la libertad se encarnó en las arengas de Vigil, contra el poder anti constitucional del Presidente de la República, para decir el primer yo acuso de nuestra historia». Hoy día diríamos defensa del estado de derecho o, mejor aún, del estado constitucional de derecho, de la democracia republicana. Vigil fue el primero que defendió esos valores a voz en cuello, con una fuerza y una serenidad que conmueven y motivan.

Y por eso la pasó bastante mal durante la mayor parte de su larga vida adulta, aunque terminara siendo reconocido por una multitud que lo acompañó en su último viaje. Porque se enfrentó solo a los poderes ideológicos y políticos de un país inmaduro (un nombre más justo que sub desarrollado tal vez). Pero en ambos casos se trata de un hombre genuinamente moderno en una situación o contexto de premodernidad. Si hay un paradigma integral y pleno de un peruano viviendo veinticuatro horas al día conforme a sus principios y a sus valores, ese es Vigil en la naciente República. Aún está lejos de consolidarse y en su época estaba aún más lejos de tolerar y aceptar las ideas de un personaje como él: primer apóstol de la libertad y el estado laico en Hispano América.

Pero quien ha necesitado menos palabras aún para decir de manera completa, clara y rotunda quién es Vigil es su paisano Jorge Basadre, y no por serlo, sino por un justo reconocimiento a la grandeza humana, sobre todo cuando hay evidente grandeza humana. Basadre (otro «héroe de nuestro tiempo») jamás hubiera dicho algo si no lo hubiera creído con toda su espléndida inteligencia y con todo su corazón : «Tuvo la pureza del santo, la ingenuidad del niño, el cerebro del sabio, el espíritu luchador del héroe, la abnegación del apóstol, la visión del profeta. Fue un cerebro. Pero sobre todo fue una conciencia».

Empecemos por «la pureza del santo». Su carácter (no su temperamento, aparentemente manso) es otro de los rasgos que lo hace único en su siglo. No se trata de buen o mal genio, ni de poderío intelectual o de una gran erudición (que en el caso de Vigil, eran innegables) sino de una humanísima experiencia que está más allá de lo intelectual, de lo teórico abstracto y de la erudición, comparable con la experiencia de Mariátegui en el siglo veinte, una especie de ascética secular. A pesar de las claras diferencias de estilo y de siglo. Es preferir la vida al intelecto, pero no cualquier vida sino vida cualitativa, que no teme morir sino traicionarse a sí misma. Es llevarla más allá de lo posible, y de lo decible, es seguir sin tregua el camino agustiniano de la perfección espiritual, pero que no descuida ni menosprecia el cuerpo porque no lo distingue del alma. Esa perfección espiritual que puede ser entendida y vivida de diversas maneras, por ejemplo como un aumento en la capacidad de actuar, de producir, de crear.

Con respecto a «la ingenuidad del niño», por lo menos hay que descartar la confusión con la bobería o la tontería. A eso no parece referirse. Creo que se trata más bien de una virtud, es decir, de la expresión de una potencia, de una fuerza. Se trata de lo que, según un libro de Fernando Savater, podría entenderse como recuperación de la infancia. Tal vez los niños no son genios, pero tienen todas las características del genio. Y se manifiesta artísticamente, filosóficamente, etc. Un niño sano y muy normal de cinco años me hizo dos preguntas: ¿las hormigas duermen?, ¿de dónde sale el viento? No se diferencian mucho de la pregunta por la caída de la manzana de Sir Isaac Newton. Pero el niño no la plantea en tanto genio sino en tanto niño, porque todos los niños son en general geniales. Y eso es lo que se pierde con la adultez, la genialidad, y por eso luego se puede plantear la tarea de recuperarla: es también, en cierta manera, cómo la proustiana recuperación del tiempo perdido, de la memoria creativa y del salubre olvido. Y es la genialidad de Vigil, justamente, lo que lo hace un niño.

Don Manuel lo explicaba así: «Acusen a Vigil por exageración de las buenas cualidades, no por exceso de las malas. Era un altruista con subido color de optimismo. Poseía sencillez infantil que no le dejaba ver el ridículo de ciertas acciones o palabras». Gran defecto de Vigil. Pero lo que ganamos como adultos, con la madurez y la aceptación de la realidad lo pagamos con la pérdida de algunas capacidades y potencias infantiles y juveniles, después reprimidas, menospreciadas, rechazadas, negadas, consciente o inconscientemente, debido a un conjunto de prejuicios propios de la edad adulta, que a veces los adultos vemos como virtud. Y pueden serlo desde el punto de vista de la razón, pero no desde el punto de vista de la vida. No se recupera la infancia con un cursillo de cuatro semanas. Hay un cierto instinto, un aspecto de la animalidad, bien entendida, es decir, sin complejos de superioridad antropomórficos, que perdemos en el proceso de adaptación a la civilización y con ello la fuerza para vivir más allá de la mediocridad. Solo que algunos seres parecen no haberla perdido nunca. Y todo indica que Vigil era uno de ellos. Así pudo mantener el alma limpia y pura del niño hasta el último día de su vida. No tenía sentido del ridículo. 

La sabiduría de Vigil, que reconoce Basadre, no es la sabiduría del político cazurro que no da puntada sin hilo y calcula hasta el mínimo movimiento. Es la sabiduría del hombre pleno y generoso que, como el niño, no vive calculando (muchas veces pierde hasta la vida por no calcular) porque carece de la suficiente sensatez adulta para medir las consecuencias de sus actos y de los actos de los demás frente a él, para ver qué le conviene personalmente y qué no. Pero puede ver la realidad integralmente y por encima de los intereses parciales de sus compatriotas. Sabía que lo que tenía que decir y hacer no podía dejar de decir y hacer de ninguna manera, aunque le haya sido muy inconveniente, aunque no les haya gustado a sus poderosos enemigos o a la mayoría de amigos y compatriotas, como ocurrió con Luna Pizarro y el Deán Valdivia frente a su ex compañero y ex amigo Vigil. Él acusaba, él debía acusar. Y para eso le bastaba con existir, ya que su existencia misma era una acusación contra todos los bomberos de este mundo.

Es una sabiduría (es lo mínimo que puede decirse) inseparable del coraje y hasta de la audacia política e ideológica, «el espíritu luchador del héroe», como dice Basadre, la del ser humano que ha escrito dos mil páginas de historia del papado y de alegatos en defensa de los gobiernos civiles contra la Curia romana, con esa sapiencia, con esa asombrosa erudición y ese jurisprudente manejo de los argumentos, de las buenas razones que le costaron la ex comunión a él, y a su texto ser considerado en el índice de los libros prohibidos o censurados por el vaticano del Papa Pio IX, es decir, su voluminosa y aplastante tesis: «Defensa de la autoridad de los gobiernos contra las pretensiones de la Curia romana» (junto al discurso contra el celibato del Dean Valdivia). Y don Manuel comenta: «Dos condenaciones seguidas: no bastó más para que Vigil se convirtiera en objeto de admiración para unos y materia de escándalo para otros. Un hereje que, en lugar de amilanarse con los anatemas, erguía la cabeza y se encaraba con el Sumo Pontífice, era una cosa nunca vista en el Perú... Soportando los insultos y calumnias de la gente santa, sin protección alguna de los Gobiernos, atenido a sus propias fuerzas, Vigil continuó por más de 25 años en su obra de propagandista y defensor del Estado contra la Iglesia». Tal vez será más exacto decir «propaganda y defensa» de la separación republicana de los asuntos eclesiásticos y estatales. El primer pensador republicano.

El «espíritu luchador del héroe» es inseparable de «la abnegación del apóstol»: 30 años casi sin parar en la contienda política e ideológica, y miles de hojas defendiendo la vida republicana. Vigil es el héroe civil, el héroe discreto, el héroe «sin énfasis», para decirlo savaterianamente. Y don Manuel recuerda la trayectoria de ese espíritu: «Vigil, en su evolución religiosa se despojó de las creencias católicas, para vivir confinado en una especie de cristianismo liberal o vago teísmo cristiano. Al decir que "dejó al clérigo entregado a los teólogos y se quedó de hombre», tuvo por conveniente agregar, «aunque siempre cristiano, porque el Evangelio es la religión de todo hombre de bien, pero como estaba en la cabeza y el corazón de Jesucristo». El espíritu, no la letra. «La letra mata, el espíritu vivifica» decía el apóstol.

Pero también Francisco Mostajo, el más libre de los arequipeños, ha dado su opinión sobre Vigil, a quien leía y admiraba profundamente. Él sabe que a Vigil no le faltan los enemigos: «Os han mentido quienes os dijeron que fue blasfemo el más puro de los sacerdotes y el más bondadoso de los laicos. En los labios del filósofo nunca hay blasfemia. Solo hay verdad. Os han mentido también quienes os dijeron como un baldón para su ceremonia, que fue apóstata. ¿Apóstata? ¿Acaso la humanidad que progresa no lo es? Vigil, que en su conciencia luminosa no confundía los trasgos primitivos con el sentimiento religioso que circunda a la naturaleza y al hombre, puso constantemente en libertad a la conciencia de los pueblos de los trasgos de los que él había liberado a la suya». Cuantas mentiras, incomprensión, envidia, odio y canalladas debe soportar el hombre superior por distinguirse involuntariamente de la mayoría, que jamás va aceptar y entender un pensamiento y una manera de ser consistente con ella, incompatible con sus creencias y valores tradicionales y conservadores.

Y también «El tunante», Abelardo Gamarra, al recordar a Vigil, a quien conoció personalmente, coincide básicamente con las opiniones anteriores e incluso con términos muy parecidos. Y no parece casualidad o un complot a favor de Vigil. El complot fue en contra de él más bien. Y sigue aún. De las opiniones, como sabemos, hay que ver de quien vienen, nada más: "Aquel hombre, (Vigil) se adueñó de nuestro corazón. Lo vimos algunas veces, y con nuestro respeto creció nuestro cariño, porque no admiramos tanto su saber cómo nos prendamos de su carácter. A nadie hemos conocido más benévolo: fue un hombre completo, en el sentido moral de la palabra. Fue el primer hombre superior que nos enorgullecemos de haber conocido".

Y Jorge Guillermo Leguía (a quien Basadre llamaba hermano) agrega por si fuera necesario: «Vigil es uno de los orgullos más legítimos del Perú. Como un Mariscal Domingo Nieto nos redime de las vergüenzas del caudillaje militar, y como el heroísmo de los próceres de Angamos y de Arica nos hace olvidar el bochorno de los infames, traidores y cobardes que nos condujeron al desastre del 79, el gran tacneño reivindicó el honor de nuestra política y la dignidad de nuestra Iglesia y nos proporcionó el consuelo de saber que no es país completamente perdido el que, como el Perú, produce un espíritu de sus excelsas cualidades y de su inmaculada conducta». Y eso habla también de su tierra, de su patria chica, de la heroica Tacna.

Y también opina Félix Denegri Luna, opinión que es interesante porque, aparte de sus calidades humanas, se trata de alguien que, como él mismo lo señala, no comulga ideológicamente con Vigil, como creo si se da en el caso de Basadre y Mostajo, aunque entre seres autónomos y libres no haya nunca coincidencia absoluta: «El prócer tacneño fue uno de los hombres del siglo XIX que dedicó su vida al culto de la libertad, no obstante las renuncias personales y sacrificios sin fin que su actitud le significó... Estando en un terreno ideológico, no solo distante sino adverso al que en vida se situara González Vigil, hoy, con la serenidad que da el alejamiento en el tiempo, no queda otro camino que reconocerlo como una de las insignes figuras peruanas del siglo XIX». Y yo diría también del siglo XXI, donde Vigil es aún más vigente que nunca. Porque, como señalaba Jorge Basadre, tuvo también «la visión del profeta»: construir la República por la justicia y la libertad de los pueblos.

Y como hemos comenzado y seguido a don Manuel en su largo, hermoso y documentado ensayo sobre Vigil, tenemos la honrosa necesidad de concluir también con él: «En fin, por la fortaleza de su carácter, por la sinceridad de sus convicciones, por lo inmaculado de la vida, Vigil redime las culpas de todo una generación. No tuvo rivales ni deja sucesores, y descuella en el Perú como solitaria columna de mármol a orillas del río cenagoso».

Juan C. Valdivia Cano
14 de diciembre del 2022

NOTICIAS RELACIONADAS >

Kafka en la villa de Yanahuara

Columnas

Kafka en la villa de Yanahuara

Es tan extraño, como gratificante, saber que a un gobierno muni...

02 de septiembre
Derechos Humanos para principiantes (II)

Columnas

Derechos Humanos para principiantes (II)

Dignidad ¿Por qué se considera la dignidad como fundame...

12 de octubre
Derechos Humanos para principiantes (I)

Columnas

Derechos Humanos para principiantes (I)

Uno de esos rasgos que hacen que podamos hablar de la existencia de lo...

04 de octubre

COMENTARIOS