César Félix Sánchez
¿Qué esperaban? Meditaciones a un año de la elección de Castillo
Presenciamos el colapso interminable del gobierno de Perú Libre

Se cumple exactamente un año de la aciaga segunda vuelta del 2022 en que, aparentemente y mientras Zamir Villaverde no diga lo contrario, la mitad del Perú más 40,000 votos optó por Pedro Castillo, hasta entonces un oscuro dirigente de un sindicato extremista, considerado por representantes del mismísimo partido pekinés Patria Roja como filogonzalista, y que solo había alcanzado una fama minúscula en una muy reveladora protesta contra la evaluación a los profesores estatales (con finta involuntariamente humorística incluida). Para cualquiera que no estuviera enceguecido por el odio y la propaganda era evidente lo que iba a ocurrir: caos, incapacidad generalizada y corrupción, en el mejor de los casos; o intentonas más o menos chapuceras para hacer cumplir el plan de gobierno de Perú Libre, en el peor. Pero era clarísimo que se venía un desastre.
Pero, como dijimos muchas veces por aquí, las exhibiciones de estupidez humana previas al 6 de junio fueron masivas, casi suficientes para hacernos perder la fe en la rectitud de la naturaleza: «Aquí nos encontramos con cristianos y moderados que dicen que, aunque su programa sea más cercano a su pensamiento, jamás votarán por Keiko, porque es mentirosa y podría traicionar en cualquier momento esos principios democráticos [que se ha comprometido a defender]. Y que, en cambio, podrían votar por Castillo, porque a la larga no va a poner en práctica todo lo que dice su programa, pues todo eso es puro blablablá del profe; es decir, porque también traicionaría sus principios (…). En síntesis: no votarían por Keiko porque es mentirosa, pero votarían por Castillo porque es mentiroso. Su miedo es que Keiko sea una mentirosa; pero su esperanza, su única esperanza, es que Castillo también lo sea. Aquí se cumple aquel versículo de la Escritura: Infinitum est numerum stultorum (Ecle. 1:15)».
A la larga, ese fariseísmo inmortalizado con cierto calambur formado por una grosería criolla y el término digno, sería el que acabaría dándole el triunfo definitivo a Castillo. Los opinólogos y académicos progresistas (como el norteamericano Levitsky, por ejemplo) le dieron algo más que el beneficio de la duda a un personaje y una pandilla que eran tan claramente corruptos (recordemos que cierto fiscal aplazó una diligencia contra los Dinámicos del Centro en aquel junio para “no interferir en las elecciones”), improvisados y extremistas que no debería sorprender a nadie lo que está ocurriendo ahora. Muchos de estos «bienpensantes» –tan desacostumbrados a hacer uso de la inteligencia– prefirieron cultivar la peruanísima «mímesis» y, viendo que «gente sensible» en las artes y las letras pedían “frenar al fujimorismo” de todas las formas posibles, decidieron marcar el lápiz ese día. Tales «autoridades» morales e intelectuales fueron las que arrastraron a las decenas de miles que en Miraflores, San Isidro, Barranco y otros lugares optaron por lanzar al Perú al abismo.
Porque, bien mirado, ya no era el fujimorismo el rival de Perú Libre sino todas las fuerzas políticas que han gobernado el Perú desde 2000, cuyas principales figuras se encontraban, como era comprensible, embarcadas en la defensa de un modelo de libertad económica y política mínima ante la amenaza de la estupidez hermanada con el extremismo.
A estos fariseos, tan amigos de la «memoria» y de los gestos vacíos y de los votos por «dignidades» gaseosas, no les importó poner a un gobierno que tuvo como primer premier a Guido Bellido, apologista de Sendero en redes sociales; y que, aun en su fase moderada, ha sembrado el país de prefectos filosenderistas, dándole así a la secta totalitaria más sanguinaria de la historia del hemisferio occidental un triunfo moral póstumo. Qué grandeza.
Incluso cuando se anunció el nombramiento de Bellido como premier, la pérdida de contacto con la realidad siguió siendo tan grande que Raúl Tola, si no me equivoco, tuiteó algo así como: «¡Inexplicable!». Inexplicable es más bien creer que se podía votar por Perú Libre… y esperar que Perú Libre no gobierne.
Conviene recordar esos días tan penosos, ahora que, con el colapso interminable del gobierno de Perú Libre, muchos de estos personajes cómplices intentan reciclarse y venderse como dignísimos opositores que repudian al (des)gobierno grotesco actual, poniendo la mira en las próximas elecciones. Empezando por Sagasti y terminando por algunos politólogos provincianos mercenarios. Que se sepa que ellos, desde la galaxia caviar, empezaron el socavamiento de las instituciones saludando las salvajadas de un mitómano megalómano en septiembre de 2019.
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