Carlos Hakansson
Primero dimensionar, luego reformar
Un Congreso compuesto solamente por cuatro bancadas

El tiempo corre y los hechos que acaparan las noticias (actos vandálicos y terroristas en Puno, las lluvias y desastre en el norte, nuevos audios delincuenciales, etcétera) pospone la discusión de las reformas que preparen las elecciones, ya sea presidenciales o generales, pero todavía sin decisión y acuerdo político. Las opiniones que existen sobre la materia guardan la convicción para discutir reformas constitucionales y legales que apunten al retorno de la bicameralidad, congresistas electos por distrito uninominal, la renovación parlamentaria a mitad de mandato, la elección del Congreso durante la segunda vuelta hasta dejar de exigir la cuestión de confianza para investir al gabinete.
Se trata de propuestas que acaparan la discusión entre políticos y especialistas, pero considero que desestiman otras para superar debilidades crónicas en nuestro legislativo: su falta de representatividad e inadecuado dimensionamiento. La ausencia de partidos con arraigo ciudadano hasta el interior del país continuará a causa de la orfandad política que padecemos. Las barreras electorales para tener un Congreso de cuatro partidos que no se fraccione dependerá de la voluntad política.
Tengamos presente que los mejores parlamentos son bipartidistas, un rasgo que distingue a los legislativos anglosajones en el derecho comparado. Es un hecho real, comprobado por la experiencia histórica. Un ejemplo lo tenemos en España. Las Cortes Generales gozaban de un bipartidismo imperfecto compuesto por dos grandes partidos nacionales (PP y PSOE) que invisten al gobierno con el acuerdo de otros pequeños y autonómicos que suman votos para ese cometido. Hasta que surgieron más partidos de alcance nacional como Unidos-Podemos, Ciudadanos y Vox que complicaron el consenso para nombrar al actual primer ministro (Pedro Sánchez).
En Perú, si bien resulta forzado reducir la composición parlamentaria en dos partidos organizados, las reformas podrían establecer barreras electorales para dimensionar el Congreso en cuatro bancadas e impedir su fragmentación. Para lograrlo nos tenemos que distanciar del mal antecedente del Tribunal Constitucional, su resolución que distingue entre un transfuguismo “bueno” de otro “malo” camuflado de objeción de conciencia (véase, Exp. Nﹾ0006-2017-TC/PI).
La composición parlamentaria para la viabilidad del neopresidencialismo no significa perpetuar una élite de organizaciones políticas, pues su representación podría menguar con el tiempo y desaparecer si pierden respaldo ciudadano en futuras elecciones congresales. Salvo algunas excepciones, menos que partidos tenemos bancadas poco sólidas y volátiles sin líderes de oposición, ni militantes con trayectoria y alta mortalidad.
Por eso, lo prioritario es evitar la fragmentación del pleno en tantos grupos parlamentarios que comprometan su funcionamiento e impidan la gobernabilidad. El ciclo de un Congreso electo cada cinco años, que comienza con seis grupos parlamentarios, se fragmenta con el tiempo y culmina su mandato con doce bancadas. Ese es el primer problema para resolver.
Las propuestas de reforma citadas al inicio presuponen un sólido sistema de partidos, del que carecemos. Por eso, si los cambios no comienzan por la implementación de un conjunto de ajustes legales para un Congreso compuesto por cuatro bancadas –dos partidos grandes y otros dos que moderen los radicalismos– los resultados serán inocuos y no producirán ajustes notorios en las relaciones Ejecutivo-Legislativo. Las reformas constitucionales y legales propuestas desde la academia y la política deben discutirse, pero presuponen el previo dimensionamiento parlamentario para el ejercicio de la política desde el Congreso.
COMENTARIOS