Iván Arenas
Por una nueva transición democrática
Superar el veto antifujimorista

No obstante los actos de corrupción que se realizaron en sucesivos gobiernos posfujimorato respecto a las empresas brasileñas —y que hoy se revelan— el país necesita salir de una vez por todas de los inmensos vetos y a las murallas que han reducido y envenenado el espacio público. Es decir, el país necesita superar la dicotomía fujimorismo - antifujimorismo, cuyos resultados han sido nefastos y han puesto en jaque la gobernabilidad del país.
¿Qué quiere decir lo anterior? Que el Perú necesita una nueva transición democrática que supere los yerros de la denominada “transición paniagüista”. Ahora, ¿por qué el Perú tendría que superar la transición que se inició a la caída del fujimorato? Por una sencilla razón. Porque la transición paniagüista nunca fue un encuentro con el otro, nunca fue una verdadera “transición”. Es decir, la transición paniagüista, orquestada por un sector de la izquierda criolla y limeña, tuvo como uno de sus primeros objetivos vetar para siempre al fujimorismo como expresión política. Es decir, evitar a toda costa el derecho que tiene el fujimorismo a organizarse como una fuerza política y social.
No obstante, vale hacer una aclaración. A juicio del suscrito no hay ninguna línea que justifique el autoritarismo fujimorista de los noventa. Ni la economía quebrada ni la amenaza terrorista eran justificación para cerrar el Congreso. Sería una locura justificar el fujimorato autoritario. En todo caso, generales de cuatro estrellas, asesores y el propio Fujimori han sido condenados. Pero todo lo anterior debió corregirse con una verdadera transición que habría permitido que el fujimorismo se organice como una fuerza política; tal como sucedió en Chile, España o Sudáfrica, donde los regímenes autoritarios y dictaduras pudieron desarrollarse en democracia dando vida a un sistema de partidos.
Contrario a ello, la grave crisis que hoy atraviesa el país se debe a que luego de la denominada “transición paniagüista” el sistema político peruano se organizó en torno a una falaz contradicción entre los que detestan y aborrecen al fujimorismo y los que no. De allí la política se volvió en una extensión de las guerras religiosas, donde todo vale con tal de derrotar al enemigo. Esa vieja lógica schmitiana del “amigo-enemigo”.
Quienes quieren ver liquidado al fujimorismo tendrán que esperar un buen rato. No será tan fácil. Alguna vez el Nobel Vargas Llosa —acaso amigo de partidos de derecha como el UDI chileno y el PP español, herencias de dictaduras— dijo que el fujimorismo caería como alguna vez lo hizo el odriismo. Sin embargo, la sociología es a veces dura. Lo que olvidan es que hoy el fujimorismo es una fuerza emergente y popular.
Ahora bien, resulta que al otro lado de la “transición paniaguista” todo no es color de rosa. El toledismo, el nadinismo humalista y el pepekausismo, todos herederos de la transición paniagüista están inmersos en comprobados delitos de corrupción.
Hoy nuestro país necesita una nueva transición, sin odios y sin vetos
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