Jorge Varela
Por siempre viejos
Lo pasado se encuentra en un presente imperecedero

Existe en las nuevas generaciones un desajuste sociológico, cultural y ético, que les impide aquilatar con sabiduría el sentido de la vida, absorber hasta la médula la etapa inevitable de la vejez y aceptar el azaroso tránsito humano hacia la muerte. Ser jóvenes y sentirse autónomos e inmortales, como si fueran dioses omnipotentes e inmisericordes que nunca envejecerán ni morirán, es su signo de identidad e inmadurez.
Parte del desamparo y maltrato físico-psicológico que sufren muchos viejos pareciera venir de esta distorsión y actitud juvenil torpe que no deja espacio a sus progenitores. Todo esto habla de una brecha espiritual profunda y de una deformación moral que no se soluciona solo con recursos materiales. Es así como todavía subsisten varios temas que no se han abordado desde la perspectiva de la inclusión; por ejemplo, el mercado laboral y los centros urbanos, que están diseñados para marginar y excluir a los mayores. Lo anterior se refleja en el monto de sus ingresos, en sus bajas pensiones e incluso en la calidad de las viviendas sociales, para no mencionar otras carencias de igual espesor.
La circunstancia de que a un número considerable de adultos mayores le tocara trabajar en un momento histórico más pobre que el de hoy, debería llevar a dar una mirada integral diferente al abandono social y económico que padecen. Porque la mayoría de la población llegará a vieja –según pronostican los estudios demográficos– y todos moriremos. Aunque Yuval Noah Harari, autor de Sapiens y De animales a dioses, argumente que algún día los humanos venceremos a la muerte.
La idea absurda de que los viejos no debieran hacer nada, sino tan solo sentarse a esperar resignados y sin esperanza la llegada de la muerte, es asimismo insoportable. Quizás por eso, como se ha escrito, “hay tanto progresista promoviendo el suicidio asistido como la gran respuesta… o intentando hacer pasar como un acto pleno de la voluntad lo que es un acto de desesperación o de capitulación definitiva” (Pablo Ortúzar, “Contra los viejos”, “La Tercera”, 9 de febrero de 2019).
Hoy después de los efectos caóticos de la pandemia del Covid-19, la faena de “exterminio progresivo” de los “grandes padres” tiene muchos aliados: la contaminación del medio ambiente, la falta de atención integral del Estado para proteger a este segmento etario, las malas políticas públicas, la discriminación social. Tanto es así, que en este momento ya no se requiere de otro tipo de “ayudas” para continuar enterrando a la población de “viejos decrépitos e inútiles”.
Gran parte de aquellos senescentes tachados como débiles, desechables y hasta casi imbéciles por sus propios descendientes, están aptos y dispuestos para caminar sobre lo rudo de la existencia con mayor entereza que estos últimos, muchos de los cuales ni siquiera entienden que la fuerza vital de la vejez no se circunscribe al mero contenido de hormonas en el cuerpo, ni menos puede reducirse al círculo maligno y contaminado de lo meramente material. Quien no sabe apreciar la caída de las hojas en otoño ni la belleza magnífica de un ocaso, quien aún no ha disfrutado todos los olores de la primavera. Nunca sabrá lo que es llegar al final de la ruta larga hasta que llegue –si llega–, y entonces podría ser demasiado tarde para él.
Si una mayoría de individuos piensa equivocadamente que ser viejo es sinónimo de gagá, ausente o senil, significa que los verdaderos enfermos mentales no se encuentran dentro del segmento de los ancianos y deberían inquietarse, pues ellos sí que han sido mal diagnosticados y peor ubicados. Nadie como Albert Camus ha descrito con tanta melancolía el pasado, el rescate del tiempo y la memoria, en su brillante análisis del “tiempo recobrado”. Leámoslo: “Es difícil retornar a los lugares de la dicha y la juventud. Las muchachas en flor ríen y parlotean eternamente frente al mar, pero aquel que las contempla va perdiendo poco a poco el derecho a amarlas, igual que aquellas a las que amó pierden el poder de ser amadas”. Es que Proust según Camus, “se comprometió a mostrar, contra la muerte, que el pasado se encontraba al término del tiempo, en un presente imperecedero, más verdadero y más rico aún que en el origen”. (Camus, El hombre rebelde, “Novela y rebeldía”).
Como corolario, solo cabe repetir estas frases del tema “Forever young”: “¿Por qué no se quedan jóvenes? Es muy difícil envejecer sin una causa”. O estas: “Los años son como diamantes en el sol. Y los diamantes son para siempre” (texto de la canción “Forever young”, de Alphaville).
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