Ángel Delgado Silva

¿Por qué fracasamos ante el coronavirus?

El curso errático de las decisiones gubernamentales

¿Por qué fracasamos ante el coronavirus?
Ángel Delgado Silva
18 de mayo del 2020


Los estragos que viene ocasionado el Covid-19 desbordan a la salud pública. Reconstruir el país y recuperar los niveles de vida, absolutamente quebrados, demandará un manejo eficiente del instrumental de gobierno y una clara y firme dirección política estatal. La parálisis total se debe al curso errático de las decisiones gubernamentales. ¿Qué explicación, si no, para las carencias, contradicciones e inoperancias anotadas por todos, incluso la mismísima prensa oficialista?.

Esta cotidianidad evidente extrañamente no conlleva enmiendas, ajustes o cambios a una estrategia gubernamental que hace agua por todas partes. ¿Por qué?. Un denso misterio por elucidar. En efecto, ¿qué fundamenta el alucinado triunfalismo dable en otras coyunturas, pero jamás en este momento dramático? ¿Por qué el indoblegable apoyo al fracasado plantel de Zevallos y Zamora?.

Ocho meses de sonambulismo político

Este Gabinete ministerial nació en una aciaga coyuntura (el cierre del Congreso), entre gallos y medianoche. Recordemos la negativa de muchos a participar. Sabían de los riesgos y la precariedad, y que debían calentar asientos hasta el restablecimiento de la institucionalidad. ¡Nunca imaginaron conducir la nave del Estado en la más terrible tempestad del siglo XXI!

Pero la pesadilla se hizo realidad. Y ahora el señor Zeballos jefatura ministerios y dependencias públicas, la señorita Alva intenta relanzar la economía y el tándem Hinostroza-Zamora experimenta con la salud de los peruanos. Entretanto, los responsables del apoyo social, el abastecimiento de los mercados, la seguridad interior, etc., se ahogan infectados por la desidia. ¡Pobre Perú!

No era obligatorio recurrir a estas personas. Más sorpresa que el coronavirus fue su ratificación. Vizcarra estaba popularmente en la cúspide. El insólito fallo del Tribunal Constitucional y las elecciones congresales despejaron riesgos inmediatos. Iniciada la pandemia bien se pudo despachar al Gabinete Zevallos, agradeciéndoles dar la cara durante el proceloso interregno. ¡Punto! Y nombrar a un Gabinete más apropiado. Era lo esperado. Nos habríamos librado del drama que aflige a millones. ¡Y el Perú lo reconocería, sin ambages! 

¿Qué obliga a Vizcarra con esta gente? ¿No repara que el equipo Zeballos venía descalificad también por las encuestas adulonas? ¿Ocho meses de ineficiencia ministerial no prueban que ninguna virtud los adornaba? ¿Olvida que eyectó a nueve ministros por delitos investigados (tala ilegal, tráfico de influencias, nepotismo, abuso de autoridad, negociación incompatible con Odebrecht, corrupción en compras estatales, etc), en dicho lapso? ¿Y que los reemplazos salieron de la misma gente? 

Estas interrogantes carecen de respuestas inteligibles para cualquier Estado civilizado. En consecuencia, serán respondidas desde el tumultuoso quehacer político, del cómo se gobierna y las correlaciones de fuerzas políticas en una comunidad.

Una política deficiente pervierte la democracia

Ninguna obra que mostrar y todos los servicios públicos colapsados, en dos años y dos meses de Gobierno. Una incontestable mala gestión. Empero, Vizcarra goza de popularidad, disparándose a veces. ¿Cómo funciona esta contradicción?.

¡He ahí la curiosa singularidad del personaje! Como gobernante, la historia olvidará su efímero paso. Sin embargo, el moqueguano tuvo maña para alborotar la fútil política peruana. No robusteciendo la institucionalidad, sino al contrario: la debilita, reduce y socava. Consolida su poder concentrándolo. Aunque negado para el caudillaje genuino, hábilmente venció rivales y silenció opositores. Sin dificultad deshace los controles, manda al margen de las reglas. Y simultáneamente adquiere el respaldo de la prensa y de una muchedumbre irritada y confundida. 

Ausente el estadista, emerge el aventurero que aprovecha la lenidad de los partidos para obtener ventajas subalternas con astucia y audacia. Polariza al país adrede, como vehículo para acumular poder personalizado. Abandona las políticas de Estado de tesitura democrática y la gestión de calidad, por la manipulación calculada de los sentimientos de indignados e insatisfechos con la performance democrática real. Por eso no busca la unidad nacional para dignificar la política, sino que estigmatiza a la clase política, exagerando sus defectos y los enfrenta al descontento popular con el sambenito de una “democracia superior”.

La última década del siglo XX conoció estas actitudes de resultados nefastos. Casi treinta años después, en circunstancias diferentes, son actualizadas sagazmente pero con similar letalidad. Es un discurso que se ceba de las fallas de la democracia peruana en nombre de una “nueva democracia”. Y está latente en el imaginario de un sector nacional, sin valorar los daños. Un incordio en nuestro cuerpo político, que muta de epitelio mas conserva su raíz autoritaria. Y se hace carne por temporadas, casi inexorablemente. ¡Reconozcámoslo con hidalguía!.

Esta infame tradición es remozada por la cúpula vizcarrista. Conocida es la receta: denostar al Parlamento, judicializar la política, acusar a los adversarios de corrupción, oponer la muchedumbre a las instituciones, fortalecer los poderes burocráticos en detrimento de los representativos, controlar la prensa, injerir en la administración de justicia, etc. A reglón seguido –abdicando de las tareas gubernamentales– sacrifica la constitucionalidad por la arbitrariedad, la deliberación política por el sofisma, la tolerancia por la persecución, el acuerdo político por la confrontación. De esta manera, pone en marcha un proceso autocrático, hasta la fecha exitoso.

El coronavirus trastoca la situación política

Este modelo podía prolongarse y extenderse, luego del cierre del Congreso, la sentencia del TC y las elecciones del 26 de enero último. Ningún óbice importante desvirtuaba tal posibilidad. El triunfo sobre la oposición democrática se ratificaba en una correlación de fuerzas propicia, que generaba un viento de popa favorable para profundizar el proyecto autoritario. 

Pero en marzo/20 arribó el Covid-19 y todo cambió. El Gobierno no lo percibió así. Subestimó los efectos del virus y, más bien, utilizó la coyuntura para fortalecerse. Su miopía canceló cualquier apertura política y la convocatoria de los mejores para enfrentar el coronavirus. Descartó la práctica universal de unir a todos ante un desastre natural, una guerra exterior o una pandemia. Se prefirió consolidar la figura presidencial. Eso explica la temprana cuarentena, manifiestamente improvisada, y el lanzamiento de Vizcarra como showman mediático, con presentaciones a la manera del chavista programa “Aló, presidente”. 

Inicialmente la táctica funcionó y las encuestas alcanzaron el Olimpo. Pero con los días esta burda parafernalia se desmoronó aceleradamente. Dos meses después de un necio enclaustramiento, la economía está destruida y la pobreza disparada. Pero la curva de contagios sigue creciendo y los nosocomios están peor que nunca. El triunfalismo no se condice con la inoperancia del ministro de Salud, con las dependencias descoordinadas, con loa robos y sobreprecios de equipos medicinales. Ni con la descomposición ministerial, según últimos rumores.

Hoy la prensa parametrada ya no puede ocultar el fracaso generalizado, el sufrimiento de la gente, la rebelión en la Policía, el abandono de médicos y enfermeras, la migración desordenada al interior. Y las entrevistas complacientes se embrollan. El autoritarismo está agotado. ¡No da más!. Dicho modelo, antes funcional, es ahora una traba mayor frente a una crisis gigantesca; mas Vizcarra no lo advierte. No entiende la imposibilidad de gobernar como lo hacía, polarizando sin cesar. La hora presente requiere ministros de verdad y políticas conciliadoras que garanticen eficiencia y nos unan ante la tragedia. ¡Por el bien del Perú!

Ángel Delgado Silva
18 de mayo del 2020

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