Darío Enríquez

Nueva izquierda descarrila frente a evidencias

Redes sociales y medios alternativos cuestionan su dominio cultural

Nueva izquierda descarrila frente a evidencias
Darío Enríquez
26 de marzo del 2019

 

El último fin de semana, los investigadores Agustín Laje y Nicolás Márquez visitaron Lima por segunda vez. En la anterior ocasión su presencia también causó inquietud entre las “masas” (véase las comillas) intolerantes del político-correctismo y de la izquierda elitista, también evocable con el hashtag #MundoCaViaR. En la entrevista que ofrecieron en los estudios de Radioprogramas del Perú (RPP), es muy recordado el papelón que perpetró la comunicadora Patricia del Río cuando hizo el ademán de soltar sus bragas y mostrar sus senos al aire en vivo y en directo, para defender el punto de que la “hipersexualización de las tetas” era parte del patriarcado y la opresión contra las mujeres.

En esta oportunidad, la actividad central fue una disertación programada en uno de los auditorios de la decana Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en Lima. Más de 500 personas abarrotaron los ambientes del auditorio “Rosa Alarco Larrabure” para escuchar la ponencia de Laje y Márquez, en el marco de la II Conferencia Internacional: Desenmascarando a la Ideología de Género. Otras 200 quedaron fuera sin alcanzar plaza dentro del local.

Los ataques desde diferentes espacios de la izquierda elitista y sus operadores mediáticos no se hicieron esperar. Hubo amenazas de agresión física, boicot a la presentación en San Marcos e incluso se urdió una manifestación en la puerta del auditorio. No no llegó ni a la docena, pese a que en los medios hicieron parecer que se trataba de “La guerra del fin del mundo”. Sin embargo, cuando se invita a esa izquierda a debatir, todos tienen por coincidencia la misma respuesta: “No dan la talla, no son nadie en el mundo académico, no tienen doctorados, sus ideas son cavernarias, no debatimos con fachos, etc.

Un certero mensaje de Agustín Laje vía twitter puso en evidencia a los “culturosos” que por un lado atacan a Laje y Márquez, reconociendo por otro lado que “nunca leeremos sus libros” (¿?). Curiosa manera de criticar. El mensaje decía: “Siempre ocurre lo mismo cuando voy a Perú: me invitan de programas televisivos que se desviven por encontrar contrincantes para debatir; nadie aparece para debatir. Me voy del país, y todos aparecen por Twitter. Los caviares peruanos son los más cobardes del continente”

La conclusión se cae de madura. Si Agustín Laje y Nicolás Márquez son tan poca cosa para sus ilustrísimas Eduardo Adrianzén (guionista de telenovelas), Alonso Gurmendi (profesor universitario) o Elmer Huerta (médico divulgador), entre otros, ¿por qué se preocupan tanto de comentarlos por redes sociales Twitter o Facebook después que se fueron? ¿Por qué no aceptaron debatir en su momento? Debe ser bastante fácil rebatir argumentos de quienes –como ustedes comentan- solo son pregoneros de discursos o libros de baja calidad.

Hay de hecho una ofensiva cultural del neomarxismo. Su versión clásica quiso manejar la economía a punta de leyes y opresión. Luego de su estruendoso fracaso, se reciclan apuntando hacia otros espacios de la sociedad. Ahora, la versión cultural quiere aplicar un proceso de ingeniería social imponiendo a sangre y fuego, desde la violencia del Estado, las formas que los fanáticos de la nueva izquierda creen superiores: las suyas y solo las suyas. Pero está muy lejos de ser una conspiración acunada desde tiempos inmemoriales; es simplemente el oportunismo de los de siempre, que buscan nuevas causas ante el fracaso de las que esgrimieron en el siglo XX. Ese es el punto débil de Laje y Márquez, su tendencia a denunciar una supuesta conspiración, lo que daría pie a cuestionar la seriedad de sus asertos.

Los gratuitos enemigos no aprovechan esa debilidad conspiranoica para cuestionarlos. Estimo que, más allá de un perfil auténtico, se trata de un ingrediente provocador que matiza un intercambio de ideas para hacerlo menos plano. Pero nuestros amigos de la izquierda elitista están en otra. Es que las izquierdas decían ser propietarias absolutas de la cultura, la imaginación y el humor. Sin embargo, han demostrado ser poco afectas a lecturas que no estén cercanas a su pensamiento. Su imaginación era en verdad improvisación, cuando no vacuidad, y el humor corresponde a su desaseo crónico.

Los trabajos de Laje y Márquez tienen data dura, objetiva y confiable, que acompaña una sustentación discursiva sólida desde donde se pone en evidencia con claridad la manipulación y sistemática mendacidad detrás de muchas de las causas de la "nueva izquierda". Minimizar o "ningunear" los estudios de Laje y Márquez solo desprestigia a quien pretende una "superioridad" que le impide debatir acusando "bajura" en quienes piensan diferente.

No es casualidad que los más jóvenes escuchen con atención discursos bien sustentados como los de Laje y Márquez, porque hay una fatiga generalizada respecto de la ramplonería de los medios de comunicación hegemónicos y sus agentes, tanto en la “cultura” (véase las comillas) como en la academia, que manipulan a más no poder con titulares y parafernalia mediática, tratando la información como embutidos baratos o ropa usada. Ellos —Adrianzén, Gurmendi, Huerta y otros— lanzan ideas usando plataformas mediáticas, culturales y académicas, sin sustentarlas debidamente. Y nosotros debemos creer nomás, porque si no lo hacemos “no estamos a la altura”, “somos ignorantes” o simplemente “no sabemos nada porque no tenemos doctorados”.

Las redes sociales –efecto colateral inesperado— están logrando poner en evidencia a los “hegemones” mediáticos, cada vez más desprestigiados y con menor poder de manipulación. Tomando la idea del sabio español Antonio Escohotado, las izquierdas del mundo han vivido durante décadas traficando con la idea de una derecha fantasmal, sanguinaria y maldita, que no existía en la realidad porque nadie correspondía a esa caracterización grotesca. Pero en España ha aparecido Vox y hoy la gente ve que esos dirigentes de derechas no son esos monstruos que se comen vivos a los niños o que matan tres mujeres al día para servirlas en el postre.

Del mismo modo, en otras latitudes, en diversos países —como Italia, Polonia, Holanda, Gran Bretaña, Brasil e incluso USA con el “monstruo” Trump—, la acusación de “ser de derechas” está diluyéndose como tal, porque es una postura política más a la que todo ciudadano tiene derecho a adscribirse o no. La estigmatización automática que perpetran las izquierdas contra quienes piensan diferente refuerza la conformación de un círculo de (falsa) intelectualidad, endógena, indolente y complaciente, en el que basta declararse “de izquierdas” para vivir con una renta ideológica vitalicia. Eso, felizmente, se está acabando en el Perú y el Mundo. Tomen nota.

 

Darío Enríquez
26 de marzo del 2019

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