Darío Enríquez

¿Nuestro Estado cobra impuestos o cupos de guerra?

Bases para una reforma tributaria justa, eficaz y durable

¿Nuestro Estado cobra impuestos o cupos de guerra?
Darío Enríquez
07 de octubre del 2020

Dice el notable profesor y economista español Juan Ramón Rallo que las ideas importan porque, más temprano que tarde, tienen consecuencias. Con la caída del Muro de Berlín, la implosión del socialismo real (representado por la hegemonía de la Unión Soviética), la conversión de la economía china en una poderosa maquinaria de capitalismo "salvaje" bajo férreo control del partido comunista y el consiguiente descrédito general de las izquierdas en el mundo, a inicios de los años noventa del siglo XX quienes emergían como "ganadores" de la Guerra Fría creyeron en el "fin de la historia" de Fukuyama. Con ello, apostaron por el abandono a toda confrontación de ideas, pues la intelectualidad, la reflexión y el análisis terminaron siendo piezas de museo para esos "ganadores".

El laureado escritor y comunicador español Fernando Sánchez-Dragó se autodescribe como "intelectual de derechas". Se lamenta irónicamente diciendo que las izquierdas lo rechazan por ser de derechas y las derechas recelan de él por ser "intelectual" (véase las comillas). Se grafica por un lado el sectarismo de izquierdas, en permanente reciclaje después de la implosión de su megautopía, y la aversión de las derechas por la confrontación de ideas. En ese escenario, las reformas que tratamos en esta serie de artículos tienen casi todo en contra. Sin embargo, vale la pena intentar una aproximación al mundo de las ideas para establecer los fundamentos de la reforma tributaria.

Hay tres ideas centrales que deben enraizar en nuestra cultura para cumplir con el propósito de una reforma tributaria justa, eficaz y durable. La primera de ellas es que el Estado no tiene poder ni dinero propio, sino que los ciudadanos cedemos nuestro poder y nuestro dinero a favor del Estado para que sus administradores (gobierno de turno, en sus diversas instancias) lo pongan al servicio de los ciudadanos. Puede parecer demasiado obvio, pero en los hechos esos administradores actúan como si el poder y el dinero que reciben fuera propio, y no de los ciudadanos.

Desde la terapolítica, personajes como Pablo Iglesias, Juan Pablo Monedero e Iñigo Errejón otorgan al Estado un preocupante estatus hegemónico por encima de toda moral y control. Es el estatismo del siglo XXI, que propone "freír en impuestos a las clases medias para financiar la revolución". Podrían quedar como una tenebrosa anécdota, si no fuera que el primero de ellos es hoy vicepresidente de España, teniendo además una red de seguidores y socios políticos en Hispanoamérica y el Perú.

Una segunda idea central en la reforma tributaria es que ningún impuesto puede establecerse si es que no se le relaciona a uno o más servicios eficaces que el Estado brinde a los ciudadanos. Nunca más debemos tener impuestos "ciegos". En forma permanente, los ciudadanos exigiremos la contraprestación a nuestros impuestos. Justamente la diferencia entre lo recaudado en impuestos y las contraprestaciones debe ser objeto de observación constante. Esta diferencia debe tender a cero. Si la diferencia es amplia a favor de impuestos, hay un enorme margen para la corrupción y es lo que vivimos hoy. Si es al revés (sucedió entre 1968 y 1990, pero no por generosas contraprestaciones sino por baja recaudación), hay sobreendeudamiento para cubrir gastos corriente, maquinita monetaria y déficit que destruye a la sociedad, además de abrir también espacio a corruptelas por doquier.

Cuando nuestro Estado cobra impuestos, incluso recurriendo a tecnología de punta y personal altamente calificado, pero las contraprestaciones se otorgan en medio de una gran precariedad de recursos (a veces ni siquiera existen), se acerca demasiado a la figura de un ejército de ocupación cobrando cupos de guerra a una población sometida. Es una inmoralidad inaceptable. Esta es la tercera idea central. Necesitamos, requerimos, exigimos, un Estado moral. La carga de la justificación racional de un impuesto se encuentra en el propio Estado, más específicamente en sus instancias gubernativas que lo administran. Lo que se estimula aplicando impuestos porque "necesitamos financiar al aparato estatal" es que los ciudadanos traten de eludir el pago de impuestos, con maniobras a veces ilegales pero siempre legítimas, frente al despilfarro burocrático estatal. Antes de incrementar un impuesto o crear uno nuevo porque "no alcanza", el Estado tiene la obligación moral de revisar su aparato burocrático para determinar si es justo, correcto y necesario que se sostengan prácticas ineficaces en ese aparato. Aquí juegan un papel fundamental las aplicaciones tecnológicas en la necesarísima reingeniería de procesos y la transformación digital, tanto del Estado como de nuestra sociedad. 

Estas tres ideas centrales perfilan parte del rol del Estado en una sociedad que se pretende libre, democrática y soberana. Con ellas, entonces, será posible llevar a efecto una reforma tributaria justa, eficaz y durable.

Darío Enríquez
07 de octubre del 2020

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