Daniel Molina
No enseñes quechua a tus hijos
Analizando los posibles escenarios en los que un padre podría tomar esa decisión
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Los padres deben actuar de la forma que mejor favorezca los intereses de sus hijos. Esto no es controvertido; habiendo traído a alguien a la existencia, tienen la responsabilidad de favorecer de esta manera sus intereses presentes y futuros (ese es el rol de un buen padre). Por otro lado, la facultad comunicativa es algo decisivo en el desarrollo de todo humano: su ventana al mundo, y, junto con la salud física, es lo más fundamental para nuestro desarrollo como seres sociales (más aún en estas épocas de globalización y tecnología).
Teniendo en cuenta esto, es preocupante la cantidad de gente que decide complicar la vida a sus propios hijos enseñándoles formas de comunicación poco eficientes y que difícilmente se corresponden con aquello que un buen padre haría. Un caso que ejemplifica bien lo que menciono en el contexto nacional es el del quechua: hay padres que enseñan quechua a sus hijos. Quisiera exponer tres posibles formas en las que esta enseñanza ocurre y argumentar por qué ninguna me parece moralmente defendible.
(1) La primera forma es la de aquel padre que habla español y quechua, pero decide enseñar solo el quechua a su hijo. Esto es algo que, al menos, es posible que suceda. Ciertamente, sería muy raro, y tengo mis dudas sobre si existe un caso como el descrito. Pero, ¿qué se debería deliberar sobre la conducta de un padre hipotético como este? Imaginemos el caso de un padre que, mediante tecnología de edición genética, decide tener un hijo con alguna discapacidad, digamos mudez o sordera (o ambas). Este hipotético hijo se vería seriamente incapacitado para comunicarse con los demás: no podría socializar, culturizarse, estudiar una carrera ni adquirir un trabajo, o al menos estaría en una clara desventaja para realizar estas actividades, teniendo que encontrar medidas alternativas. No es relevante para estos fines cómo debe actuar la sociedad con personas que tienen estas dificultades; el punto es uno: un buen padre no debe optar por algo así cuando está en su poder decidir de otra forma. Es inmoral.
Evidentemente, la discapacidad de la mudez o la sordera congénitas son más severas y dañinas que la discapacidad del monolingüismo quechua. Pero esto solo nos indica el grado de discapacidad que estamos decidiendo heredar a nuestro hijo: ambas siguen siendo claras discapacidades (ambas generan problemas para la comunicación, dificultades en la relación social, en la expresión fluida de ideas y en la integración a las sociedades modernas, entre otros aspectos). La diferencia radica, repito, en el grado de la discapacidad: mientras que la mudez o la sordera son permanentes, el monolingüismo quechua no necesariamente lo es, y mientras que el monolingüismo quechua incapacita para la comunicación con una enorme cantidad de individuos, presumiblemente es menos que la mudez o la sordera congénitas, y ocurre lo mismo con muchos otros criterios relevantes en los que se asemejan. Aun así, estas diferencias son irrelevantes para el punto: un buen padre no quiere que su hijo tenga discapacidades en ningún grado. Solo una persona malévola podría decidir incapacitar (temporal o permanentemente, al grado que fuera) a su propia creación en algo tan fundamental para su desarrollo.
(2) La segunda, y ciertamente el caso más desafortunado, es la de aquel padre que enseña solo quechua a su hijo, pero porque es el único idioma que conoce. Es sabido que existe un pequeño porcentaje de peruanos que no habla español y tiene como único medio de comunicación el quechua (quechua hablantes monolingües). Padres como esto no enseñarán español a sus hijos, no porque lo decidan así, sino porque no pueden hacerlo.
Volvamos a un caso similar al anterior. Piénsese en una mujer que, debido a una extraña condición médica, si concibe un hijo durante este mes, él padecerá una discapacidad como la mudez o la sordera, y que, a su vez, se sabe que si recibe un tratamiento médico y decide no concebir hasta pasados tres meses, podrá tener un hijo perfectamente saludable. ¿Alguien vería defendible la acción de no esperar tres meses para concebir un hijo sin discapacidad y, en su lugar, decidir hacerlo ahora, sabiendo que nacerá sordo o mudo (o ambas)? Esto es algo evidentemente indefendible.
Como dije, enseñar solo quechua a tu hijo tiene un impacto que difiere solo en grado respecto a incapacitarlo con la sordera o la mudez. Y si, en el caso de la mujer y su extraña condición médica es indefendible que no espere el tiempo requerido para evitar la discapacidad de su hijo, ¿por qué un quechua hablante monolingüe no debería esperar un tiempo prudencial para aprender español y así no incapacitar a su hijo de dicha manera? Un buen padre, velando por los intereses futuros de su hijo, obraría de esa manera.
Quizás alguien podría preocuparse por aquellos padres que no saben español, y que jamás lo aprenderán (motivos aparte). Es un caso complejo, pero véase la magnitud de la dicotomía: dado que no puedo tener un hijo sin que tenga que incapacitarlo de alguna manera, ¿debería decidir tener hijos discapacitados o debería no tener ningún hijo? Puesto así, creo que la respuesta es muy clara: si no puedes elegir no tener un hijo discapacitado, entonces no lo tengas.
De cualquier forma, es dudoso considerar realmente realista un caso como este; nadie está fatalmente determinado a ser monolingüe (siempre existe la posibilidad de aprender), y las autoridades deberían comprender el gran dilema moral al que los quechuahablantes monolingües se enfrentan, actuando de manera inmoral cada vez que traen a otro quechua hablante monolingüe al mundo. Es prioridad eliminar las barreras lingüísticas en el Perú y hacer que el español llegue a todos lados (e idealmente, en un futuro, un idioma universal).
(3) La tercera, y la más común de todas, es el caso de aquel padre que habla español y quechua, y decide criar a su hijo desde la infancia con ambos idiomas. Lo que para muchos es una decisión perfectamente aceptable, es más compleja de aceptar de lo que parece. Hay evidencia que sugiere que, aunque la crianza bilingüe desde la infancia no es desastrosa, tiende a implicar un desarrollo comunicativo más lento. De ser verdad, un padre estaría fallando en atender los intereses de su hijo de la mejor forma posible, de la más eficiente y efectiva para su florecimiento.
Pero estos costos de tiempo, esfuerzo (que se añaden a la vida escolar de ocho horas diarias, entre otras labores) e incluso de posibles perjuicios, serían considerables e incluso razonables si es que los beneficios que obtendría tu hijo aprendiendo ese idioma superaran tales costos. El problema reside en que los beneficios del quechua son prácticamente nulos, y más allá del mantra identitario y ultranacionalista obsoleto de mantener la cultura y raíces primitivas del pasado, realmente no hay razones para aprender tal lengua, como sí podría suceder con otro idioma, a saber, el inglés, que realmente abre puertas laborales y educativas de todo tipo. No es que aprender quechua sea incompatible con aprender inglés, es que es mucho menos eficiente el aprendizaje del inglés cuando también debes aprender quechua (sin hablar de otras ocupaciones diarias), y un padre debe velar por los intereses de sus hijos, por lo que para su satisfacción más adecuada y efectiva se debe de tener esto en consideración.
Analizando los posibles escenarios en los que un padre enseñaría quechua a su hijo, concluyo que no hay ninguno en el que realmente se pueda decir que, convincentemente, se vea justificable la enseñanza de tal lengua. En tanto un padre tenga responsabilidades parentales mínimas (como las esbozadas desde el principio de este artículo), es impermisible la enseñanza de un idioma obsoleto como el quechua. Si se desea lo mejor para los hijos, lo mejor será dejar los sesgos identitarios de lado y proceder a actuar racional y éticamente frente a las futuras generaciones. Sé un buen padre, no le enseñes quechua a tu hijo.
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