Darío Enríquez

Los ríos de sangre de la falsa formalidad

Estado no asume su responsabilidad

Los ríos de sangre de la falsa formalidad
Darío Enríquez
02 de abril del 2019

 

Seguimos sumando al terrible saldo de vidas humanas truncadas, en forma prematura y absurda, por una nueva tragedia de la falsa formalidad.  La espantosa muerte de casi una veintena de personas en el incendio de un bus interprovincial de pasajeros abre de nuevo el fácil expediente de gritar desaforadamente contra la “informalidad” (véase las comillas),  dejando de lado los temas de fondo. “Todos somos culpables” dice la máxima autoridad del país. Y entonces, por arte de magia, pues nadie lo es.

El incumplimiento de leyes mínimas que debemos atender como consecuencia lógica de nuestra vida en sociedad no es causa sino consecuencia de un sistema que pervierte la interacción social, que castiga los acuerdos voluntarios entre partes, que propicia privilegios y que hace trizas la libre acción humana de individuos. En el Perú, la parodia del “Estado presente” empieza a tomar cuerpo y echa raíces desde 1968, con el estatismo socialista de la dictadura militar, acompañado de lo que podríamos llamar “burocracia salvaje”.  En los años noventa tuvimos que desactivar gran parte de ese aparato burocrático que nos llevó al borde de la inviabilidad como país. Y hoy la amenaza vuelve con fuerza.

Hasta ahora recuerdo como en los trámites frente a instancias estatales necesitabas papeles que llevaban sello especiales: los llamados “sello quinto” y “sello sexto”. Se pierden en la noche de los tiempos otros cuatro sellos diferentes.  Los “sello quinto” eran “recursos propios para la Policía”, y los “sello sexto” eran “recursos propios” para el Poder Judicial ¡Recursos propios!

Desde que tenemos recuerdo, los trámites frente a autoridades estatales solo eran una prolongación de la farsa que significaba la recaudación de impuestos: ninguna contraprestación efectiva por parte del Estado frente a la toma del fruto de nuestro esfuerzo, arrancado de nuestros bolsillos con la violencia del monstruo grande que pisa fuerte.

Cuando emprendemos cualquier actividad los ciudadanos estamos atravesados por centenares de miles de regulaciones estatales en todos los niveles, que nos llevan a trámites insufribles que no agregan ningún valor.  Es en ese contexto que surge la falsa formalidad. No nos engañemos. El terminal “informal” de Fiori no es causa sino consecuencia del problema. Recordemos el drama de la discoteca Utopía en el centro comercial más formal de la época, el Jockey Plaza. Todos los “papeles” parecían estar en regla y las apariencias de falsa formalidad nos hicieron creer que era un lugar seguro.  Ninguna discoteca “clandestina” de las periferias urbanas ha vivido un drama parecido. Tampoco ha habido derrumbes con saldos trágicos en construcciones “informales”, mientras que en el mismísimo Miraflores la falsa formalidad lleva al menos tres derrumbes luctuosos.

Lo que procede hoy es reclamar un gran esfuerzo nacional para desactivar la falsa formalidad. Ninguno, absolutamente ninguno de los trámites burocráticos existentes debe quedar en pie si no justifica, por una parte, agregar valor; y por otra, asegurar seguimiento y control de la autoridad, incluyendo un sistema judicial eficaz.  Lo mismo a nivel de impuestos. Ni uno solo debe quedar en pie mientras no justifiquen, uno a uno, la contraprestación a la que los ciudadanos tienen derecho. Ya es hora de que pongamos orden, defendamos nuestros derechos fundamentales y liquidemos a la “burocracia salvaje” que cada día no solo cobra vidas inocentes, sino que nos aleja de la senda del desarrollo y el bienestar.

 

Darío Enríquez
02 de abril del 2019

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