Martin Santivañez

Los límites de la libertad

Los límites de la libertad
Martin Santivañez
16 de enero del 2015

Una libertad sin responsabilidad produce teorías decadentes como las del “derecho a blasfemar”

En estos tiempos dónde el nombre de la libertad se utiliza para cometer sendos crímenes conviene reflexionar sobre la naturaleza auténtica del hombre libre. En la era posmoderna dónde impera lo relativo es fácil, trágicamente fácil, confundir libertad con libertinaje. La mujer, el hombre verdaderamente libre, siempre es responsable. La responsabilidad es la piedra de toque de la libertad. La libertad sin responsabilidad se pervierte transformándose en libertinaje anárquico, en pura pulsión individualista, en la afirmación egoísta y extenuante de un remedo de dignidad. El libre responde siempre a la sociedad. El libertino solo escucha a sus impulsos primitivos.

De allí que esta libertad inalienable hace que el hombre sea para el hombre no un siervo, ni un dueño. El hombre, para el hombre, es persona: Homo homini non servus, sed persona. Por eso la libertad en el mundo clásico más que afirmación, era negación consciente: el hombre es libre porque no tiene dueño. La libertad del Derecho, dice Rafael Domingo, radica en aceptar racionalmente el poder coactivo de un acto concebido de forma legítima. En tal sentido, las leyes vinculan al hombre y “el hombre se vincula por sus pactos y por su libertad”. Una libertad sin límites se autodestruye. Es un canto estéril condenado a la futilidad o, peor, al eco disolvente en el plano social.

El Derecho es el límite racional a la libertad. Una libertad sin responsabilidad produce teorías decadentes como las del “derecho a blasfemar” o el muy difundido “derecho a insultar”. La dignidad humana es un límite a la libertad. Si el hombre no es un lobo para el hombre sino una persona, ello implica, conforme a la postura realista orsiana, comportarse fraternamente sin relativizar la dignidad y cosificar al ser humano. La cosificación, fruto del radicalismo y del relativismo, convierte a los hombres en objetos instrumentalizables y en tanto objetos, en blancos fáciles de la violencia. La blasfemia o el insulto atentan directamente contra la dignidad del ser humano, un límite infranqueable para cualquier concepción errónea de libertad. La violencia, a diferencia del orden, nunca es una manifestación de libertad racional. Por el contrario, es su derrota.

Detrás de toda afirmación política, en las raíces de todo discurso social o ideológico existe siempre una antropología más o menos manifiesta. El ser humano necesita certezas porque padece la nostalgia del absoluto y cuando no sigue a la Verdad opta por una colección de sucedáneos. Si la verdadera libertad, la racional que reconoce límites, es suplantada por el libertinaje irresponsable, la sociedad decae y colapsa, víctima de la anarquía más disolvente. Eso es lo que ocurre cuando con la violencia radical que dispara contra el prójimo y el libertino consciente que ataca todo lo que es incapaz de comprender. Ambos son esclavos, porque en vez de preferir la auténtica libertad, se inclinaron ante el sucedáneo individualista que es incapaz de pensar en los demás.

16 - Ene - 2016

Martin Santivañez
16 de enero del 2015

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