Jorge Varela

Lo que espera Chile en el futuro

Después de conocidos los resultados del plebiscito

Lo que espera Chile en el futuro
Jorge Varela
27 de octubre del 2020


Una canción del brasileño Roberto Carlos dice:
“yo necesito saber qué será de ti”. Es un verso que hoy golpea nuestra mente porque  nos parece plenamente aplicable al país al extremo de la telúrica América del Sur, después de conocerse el resultado del plebiscito realizado el domingo 25 de octubre. 

El pueblo chileno ha resuelto de modo contundente iniciar un proceso que debiera conducirlo a una nueva Constitución, cuyo texto tendrá que ser aprobado o rechazado mediante un segundo pronunciamiento plebiscitario. Ha comenzado de esta forma una etapa compleja de estudio, debate y redacción de la norma fundamental que regirá a la República de Chile, dejando atrás la cuestionada Carta fundamental de 1980, herencia del régimen militar imperante desde 1973 a 1990.

El magma de las movilizaciones del descontento

Para entender mejor la profundidad y el desenlace del fenómeno en curso es oportuno recordar que en mayo de 2011 el historiador Gabriel Salazar declaraba: “Estamos en los inicios de un estallido social de gran envergadura, y hay que entender hacia dónde va... Estamos en la etapa inicial de un movimiento ciudadano de grandes proporciones, similar al ocurrido entre 1918 y 1926, que logró dictar leyes y cambiar la Constitución de esa época”. En esta línea hay que inscribir el mochilazo de los estudiantes secundarios durante el Gobierno de Lagos, la Revolución de los Pingüinos, la rebelión de la comunidad de Magallanes por el gas y las marchas ciudadanas contra HidroAysén. Este movimiento larvado, afirma Salazar, “viene de la resistencia ciudadana que hubo contra Pinochet. Pero también viene de los tiempos de la Concertación, cuando esta traicionó sus principios”. (entrevista, en The Clinic, 26 de mayo de 2011).

Ha habido varias motivaciones y corrientes moviéndose tras las movilizaciones de descontento.  A juicio del columnista Ascanio Cavallo, “lo que se ha estado viendo en las manifestaciones es un magma mucho más difuso, amplio e inquieto. Nadie debería extrañarse de que anden en él incluso gente que votó por Piñera”. (“Buenas soluciones, malos diagnósticos”. La Tercera, 28 de mayo de 2011). 

La violencia y el caos desatados por jerarcas complacientes y cínicos que han avalado la destrucción del Estado son, qué duda cabe, el reflejo perverso de una fractura generacional que es la gran falla geológica que está partiendo el alma de la nación andina. 

Después del estallido de 2019

A un año y una semana de lo que se denominó como el “estallido social” de octubre de 2019, pero que en verdad fue una verdadera “insurrección social” (en palabras de algunos dirigentes comunistas ortodoxos), los chilenos han optado por encauzar su furia y sus esperanzas a través de esta vía. Y dejar de lado la violencia fratricida que sin tregua ha afectado la vida e integridad física y psíquica de centenares de personas, destruyendo establecimientos comerciales, estaciones e instalaciones de la red de Metro, quemando museos, iglesias, empresas y hasta recintos escolares, para demoler irracionalmente los pilares de la economía nacional y miles de puestos de trabajo. 

En medio de este ritual anárquico de protestas, gritos, fuego y autodestrucción, los habitantes australes están viviendo su propia vida de tortura y sufrimientos, sumando más cesantía, hambre, pobreza, dolor y muerte a las iniquidades derivadas del modelo político, social y económico que los ha excluidos por años.

Aunque el desastre haya tenido progenitores habituados a destilar odio, con el objetivo de tomar para sí el poder total, ha contado con la valiosa complicidad de algunos cómplices pusilánimes fatuos, cobardes y permisivos. 

Chile, tierra de terremotos, es hoy un país arrasado por un cataclismo social y político-institucional que ni sus gobernantes, ni los dirigentes de la élite política previeron, a pesar de tantas señales indiciarias que estaban a la vista.

Los pronósticos no se presentan favorables

El destacado economista liberal Sebastián Edwards –que apoya la elaboración de una nueva Constitución– es pesimista con respecto al futuro pesimista del país. En su opinión, “el modelo neoliberal –promovido por la norma fundamental vigente– está completamente muerto. Murió en octubre de 2019”. (El Mercurio, 18 de octubre de 2020). 

La pregunta es qué va a reemplazarlo. “Soy pesimista –ha dicho Edwards–. Chile ha entrado en un proceso de retorno a sus orígenes. Esto significa regresar al lugar de donde veníamos. Un país del montón, mediocre, violento, polarizado con instituciones débiles y baja productividad”. Al respecto, no descarta “un escenario en que la próxima Constitución sea deficiente, recargada, ineficiente, y que conduzca a un nuevo escenario de promesas incumplidas”.

El constitucionalismo excedente no es, ni será, el único remedio para recuperar la salud del cuerpo social aquejado de neoliberalismo, nepotismo, abusos y corruptelas. Para construir la prometida “casa común” se necesitan elementos que no los proporcionará solo el armazón jurídico.

El futuro podría ser aún peor

Inmersos además en un barrio de Latinoamérica donde los vecinos se han vuelto adictos a pintar las casas de color rojo-marxista, si los chilenos no logran reescribir con realismo e inteligencia el cuerpo fundamental de su institucionalidad, el radicalismo destructor seguirá creciendo peligrosamente para el país. El clima actual no es propicio para abrazarse en el centro del campo de juego e intercambiar banderines y camisetas, como suelen hacerlo los deportistas que respetan las reglas.

Jorge Varela
27 de octubre del 2020

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