Darío Enríquez
Lima en manos de quienes no saben qué hacer
Nuestra ciudad es un caso perdido por causa de sus propias élites

Una vez más nuestra ciudad capital cae en manos de gente que no tiene la más pequeña idea de qué debe hacer para administrarla. Acompañando a ese el desolador panorama, tenemos un cuerpo de regidores cuya inmensa mayoría fue colocada como “relleno” para cubrir el requisito burocrático de lista completa, y que hoy se encuentran con una responsabilidad (y nada despreciables emolumentos) frente a la cual se paralizan.
Sabemos que los alcaldes son más gente de acción que de dichos. Sin embargo, es importante que, a partir de una buena comunicación, conozcamos qué es lo que piensa hacer una autoridad edil. Especialmente en el caso de Jorge Muñoz, cuyas propuestas fueron inexistentes porque emergió como el “caballo blanco” aparecido de pronto para ganar una elección municipal en la que la desidia de los electores fue dominante.
Nadie sabe qué es lo que va a hacer Jorge Muñoz en la alcaldía metropolitana de Lima. Ni él mismo lo sabe, teniendo en cuenta la obvia vaguedad de sus discursos y la acusada mediocridad incluso en la organización material de sus conferencias de prensa. La vocación suicida del electorado limeño se reconfirma una vez más, viendo cómo sus élites optan en forma irreflexiva por alternativas que ni conocen. En realidad, en Lima ya nos hemos adaptado a sobrellevar el caos, el desorden y la solución extremadamente local (casi manzana a manzana) de “nuestros” problemas, sin tener en cuenta lo que sucede con la gran metrópoli.
Es que muy poca gente realmente vive en Lima. Muy poca gente habita la ciudad. La inmensa mayoría ha desarrollado rutinas en las que encierran cierta pequeña superficie en la que tienen “su calidad de vida”: un pequeñísimo puñado de calles, avenidas y espacios públicos o privados dentro de los que despliegan su vida, y fuera de los cuales nada existe. Una fragmentación social, cultural y espacial de espanto. Por eso les importa poco quiénes tengan en sus manos la autoridad metropolitana. Les basta con alguien inocuo, insípido, incoloro.
Pero como en el caso de enfermedades graves, administrar solo agua con azúcar, como hacen algunos charlatanes homeopáticos, no hace daño directamente pero sí afecta muchísimo, porque se pierde tiempo cuando deberíamos atacar el mal de raíz. A quienes viven cómodamente en su burbuja urbana, les importa poco lo que suceda con el resto de la ciudad. ¡Que se jodan los otros! Tal vez sea incluso una actitud inconsciente, pero los hechos son contundentes. Por eso no sorprende que el discurso sobre “espacios exclusivos” emerja con frecuencia en el pobre debate que sustentan los mediocres medios de comunicación masiva. Tratan el tema en forma deplorable.
Es evidente que hay derechos asociados a la propiedad privada que deben reconocerse, y cada quien es dueño absoluto de lo que hace con su propiedad. Bueno, casi absoluto, pues en una gran urbe hay temas que necesariamente se colectivizan, porque la realidad lo hace inevitable. El gran reto de quienes defendemos los derechos fundamentales de vida, libertad y propiedad radica en identificar esos espacios colectivizados por la realidad y hacerles frente sin afectar los derechos fundamentales enunciados.
El bienestar de las personas y la sensación de prosperidad tienen mucho que ver con la forma como se organizan y administran los espacios urbanos. El presidente Vizcarra —ya hasta cansa señalar su evidente ineptitud— tuvo la gran oportunidad de enviar un mensaje como este a los nuevos alcaldes electos, pero lo que hizo fue ¡ofrecerles un aumento de sueldo para que no sean corruptos! En fin.
Una vez más debemos esperar que el azar de alcaldes distritales y provinciales elegidos por un efecto de aluvión electoral rinda frutos positivos en algunos casos. Debemos agregar además que, ante la necesidad de continuar y mejorar obras de infraestructura urbana en las grandes ciudades del Perú, el tema del Club de la Construcción (léase “corrupción”) y la megacorrupción de Odebrecht exige un trato sumamente riguroso para evitar que estos socios mercantilistas de quienes ejercen el verdadero poder en el Perú desde el 2001, vuelvan a pulverizar las posibilidades de desarrollo de nuestra gente.
La grosera impunidad de la que goza Susana Villarán y su corte no debe ser estímulo para que otras autoridades ediles, recurriendo a la protección de la mafia que blinda a Villarán, continúen la nefasta espiral de megacorrupción. El vago discurso de Jorge Muñoz se parece demasiado al de Villarán, y esa sería la contraseña ideológica necesaria para gozar de impunidad mafiosa. ¿Cuál es la relación de Vladimiro Gorriti con Muñoz? Cuidado.
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