Erick Flores

Las lecciones de la desgracia argentina

El problema del crecimiento desproporcionado del Estado

Las lecciones de la desgracia argentina
Erick Flores
04 de septiembre del 2018

 

Mauricio Macri, actual presidente de Argentina, ha hecho un anuncio que podría entusiasmar a muchos. En un mensaje a la nación ha dicho que reducirá los ministerios a menos de la mitad, y además ha puesto de manifiesto la grave situación que atraviesa Argentina, como producto de un largo proceso de crecimiento estatal. Un proceso que alcanzó sus proporciones más aberrantes durante el mandato de los Kirchner, periodo en el que —literalmente— se levantaron el país en oro. Quizá no sea el único factor que existe, pero el crecimiento del Estado en Argentina es determinante al momento de explicar cómo es que pasó de ser uno de los países más ricos del mundo, en la segunda mitad del Siglo XX, a ser —en dura competencia con Venezuela— un desastre en términos económicos, políticos y sociales.

Las consecuencias económicas del crecimiento irresponsable y desproporcionado del Estado están muy bien descritas en toda la historia. Desde la Alemania de Bismarck, bajo el “canto de sirena” del Estado de bienestar, el aparato estatal no ha dejado de crecer, y esto ha generado que la diferencia entre los países que hoy están a la vanguardia en términos de bienestar y riqueza y aquellos que están quebrados, o van seguramente a ese destino, se haga más grande. Y aquí la gran diferencia está en el tamaño del Estado. Si cogemos cualquier variable, desde la esperanza de vida hasta el ingreso mensual por habitante, y hacemos una comparación entre un coreano del sur y un coreano del norte, vamos a encontrar una diferencia abismal entre uno y otro. A no ser que el coreano del norte sea parte del Gobierno o tenga un puesto de privilegio en la tiranía militar que hoy rige dicho país, daremos cuenta de la dramática diferencia.

En el último Índice de Libertad Económica, Corea del Norte está en el puesto 180, último en la lista y en la categoría de países represivos; mientras que Corea del Sur está en el puesto 27, en la categoría de países mayormente libres. Esa diferencia entre países vecinos demuestra que el tamaño del Estado, contrariamente a lo que muchas personas creen, es un problema para la sociedad. Esta es la realidad, realidad que ratifican incluso aquellos personajes que mucha simpatía con la libertad no tienen. Alberto Garzón, líder comunista de Izquierda Unida en España, luego de una boda fastuosa y nada modesta el año pasado, se fue de luna de miel a Nueva Zelanda, no a Cuba.

La tendencia es clara: mientras más grande sea el aparato del Estado, peor le va a la sociedad. Argentina actualmente se ubica en el puesto 144, en la categoría de países con una economía casi cerrada. Lo que ha anunciado el presidente argentino es una buena señal pero no basta. Junto con la reducción drástica del tamaño del Estado también tienen que presentarse reformas para la liberalización progresiva de todos los ámbitos donde el Estado hoy es un estorbo. En algunos casos será mucho más sencillo (impuesto a la renta), en otros un tanto más complejo (pensiones); sin embargo, esa es la dirección que debe tomar el Gobierno argentino. Comenzar a parecerse más a Chile y mucho menos a Venezuela, tomando ejemplos más cercanos.

Escalar en el índice de libertad económica implica también mejorar sustancialmente la calidad de vida de las personas. Todos debemos aprender de la desgracia argentina y asumir plena conciencia de que el Estado de bienestar no es otra cosa que el bienestar del Estado; el bienestar de un pequeño grupo de personas organizadas que, haciendo uso del monopolio de la violencia, se especializan en extraer la riqueza de los demás, parasitando a la sociedad y destruyendo los incentivos que permiten que las personas tengan la libertad para aspirar a vivir mejor. El Estado, tal y como advirtiera el gran Bastiat, es aquella gran ficción a través de la cual unos buscan vivir a expensas de otros. Advertidos estamos.

 

Erick Flores
04 de septiembre del 2018

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