Carlos Hakansson
Las iniciativas reformistas
Ante las nefastas reformas legales y constitucionales de 2016
Las últimas encuestas revelan una mayoría que está de acuerdo con un adelanto de elecciones, pero condicionada por una reforma política. Las propuestas de ajustes a la Constitución y las leyes electorales no tardaron en aparecer desde la clase política y la sociedad civil: retornar al bicameralismo, reelección inmediata de legisladores, renovación congresal a mitad de mandato, una segunda vuelta electoral con cuatro partidos, las elecciones uninominales de representantes al Congreso, entre otras. Si los problemas que atravesamos se resolvieran solamente con modificaciones al derecho positivo, la gravedad de la crisis sería de solución inmediata; sin embargo, se trata de todo un conjunto de medidas –en corto, mediano y largo plazo– que demandan la voluntad política para corregir las deficiencias fundacionales de la República: la ausencia de un Estado de Derecho.
La propuesta de bicameralidad es recurrente en cada legislatura parlamentaria por políticos con esperanza de pasar a la historia por su recuperación, también como un anzuelo para lograr propósitos lesivos a la institucionalidad en favor de un plan individualista (vizcarrismo); no obstante, pensar en un Senado sin antes corregir las deficiencias de la regionalización sólo producirá la creación de nuevos puestos de trabajo. En nuestra opinión, la reforma política prioritaria es la revisión de un proceso de descentralización deficiente que no ha generado desarrollo social, económico y político en veinte años de aplicación, sino más bien mayor corrupción, déficit de infraestructura, falta de gestión pública, caudillaje y compadrazgo.
La renovación de congresistas a mitad de mandato parlamentario sin un sistema de partidos desconoce el alto grado de mortalidad de las agrupaciones políticas, incluso las que fueron gobierno; además, complicaría la posibilidad de mantener alianzas en el tiempo que promuevan la gobernabilidad. Tengamos presente que los parlamentos que mejor operan son aquéllos que se organizan en un bipartidismo. Nuestra realidad es un Congreso con una fragmentación imparable desde su instalación y compuesto por intereses más individualistas que partidarios. La idea de una segunda vuelta con cuatro primeros partidos que no hayan alcanzado el cincuenta por ciento más uno de las preferencias electorales, no parece producir la legitimidad de una victoria electoral sino estropear el sentido de una segunda vuelta.
Las elecciones uninominales, en cambio, son una necesidad para producir la identificación de los ciudadanos de una provincia con su representante político en la capital. Las circunscripciones más acotadas permiten el conocimiento, trayectoria y capacidades de los postulantes al Congreso, pero la ausencia de partidos con arraigo será más notoria para producir una fluida comunicación de ida y vuelta con sus representados. No sólo es el candidato sino el ideario del partido que lo presenta y respalda.
Nuestra forma de gobierno fue fruto de una evolución en el tiempo y que data de mediados del siglo XIX, desde la Constitución de 1860, pasando por las Cartas de 1920, 1933, 1979 hasta la actual de 1993. Todas ellas pensadas por políticos con experiencia parlamentaria que, con aciertos y desaciertos, han corregido deficiencias y aprendiendo de la historia. Parte de nuestro drama es que las reformas a la Carta de 1993 provienen de políticos debutantes, bienintencionados, pero sin trayectoria partidaria; también por “oenegeístas” que deberían limitarse a practicar sus experimentos “con la gaseosa” y, finalmente, académicos ortodoxos que aplican recetas como quién sabe de repostería.
Para finalizar, no cabe duda de que existe la necesidad de realizar ajustes a las nefastas reformas legales y constitucionales que datan desde la campaña de 2016; especialmente, las prácticas que realizan los personeros durante el escrutinio para anular las actas electorales donde pierden. Además, debemos recordar que las causas de esta prolongada crisis fue producto de los anticuerpos ideológicos promovidos por activistas que obran de periodistas, “oenegeros” y académicos velasquistas que repudian las reformas estructurales a la economía y agudizan la polarización por intereses personales. Considero que lo primero es desandar los errores de impedir la reelección inmediata de congresistas, recuperar su inmunidad y derogar el paquete de reformas al sistema político encomendadas durante el vizcarrismo. Lo demás será más difícil y fruto de la voluntad política para recuperar el rumbo: paciencia, tolerancia y empeño. Una receta más humana (zoon politikon) que jurídico-positiva.
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