Raul Labarthe

La virtud como eje ordenador

En el Perú se está librando una batalla ética

La virtud como eje ordenador
Raul Labarthe
26 de agosto del 2022


Cuando se abordan las grandes discusiones ideológicas en el Perú, cada vez más amplias –aunque quizá aún insuficientes–, se suele partir de una falsa dicotomía. Por un lado están aquellos que consideran que en nuestro país existe una gran injusticia social, que genera una desigualdad material que justifica que el Estado utilice la violencia para garantizar una distribución más equitativa; es decir, los socialistas. Por otra parte, están los que ponen al individuo y a sus derechos personales como el eje central de su filosofía: vida, libertad y propiedad, los cuales deben de ser defendidos de las ‘hordas’ salvajes que quisieran utilizar al Estado para expropiarles cada uno de sus bienes sin piedad; los libertarios. Entre ellos se libra un debate encarnizado que arrastra a todas las demás posturas a tener que asumirse dentro de un esquema polarizado: una dialéctica de individuo-Estado o de libertad-coacción.

Estos esquemas, útiles para la propaganda y la política cortoplacista, son ciertamente reduccionistas, y por ello panfletarios. Poco contribuyen a comprender a la sociedad y al hombre, no como queremos que sea, sino como son. El libertario parte de la defensa intransigente y –no por esto menos legítima– de que el ser humano tiene derechos individuales que no deben de estar sujetos a la opinión mayoritaria. Ciertamente, si el colectivo definiera quién tiene cuál o qué derechos, las peores atrocidades serían posibles: Hitler, Mao, Stalin, y la lista continúa. Es muy evidente que una visión en la que el aspecto individual del hombre sea negado o reprimido, es injusta y totalitaria. Por eso, cada hombre está dotado de ciertos derechos que son inalienables por la comunidad, por el Estado, o por otros hombres, así sea decidido a través del proceso democrático.

Sin embargo, el extremismo individualista puede llegar a ser tan dogmático y reduccionista como el socialismo marxista. Desde Aristóteles, el hombre es concebido como zoon politikón, es decir: animal político, animal que se relaciona y vive en comunidad, con cultura, ethos y costumbres. Ciertas posiciones libertarias, que conciben al individuo casi como un ente autocreado que desciende de los cielos, niegan un punto indiscutible: no existe individuo que no sea producto de un padre y de una madre. El libertario tiende a menospreciar la enorme cantidad de inputs que su familia y su comunidad han introducido en él para ser la persona que es. Si bien es cierto que ninguna comunidad existe sin individuos; tampoco existen individuos sin comunidad: es un proceso simultáneo. La inmensa mayoría de individuos –incluidos los libertarios– vivirán como mínimo el 25% de su vida bajo la tutela de sus padres.

La influencia de la comunidad sobre el individuo no puede ser negada sin caer en una postura ideológica bastante miope. ¿A qué le llamamos ‘batalla cultural’ si no es precisamente a influir en aquellos valores y principios que afectan a la comunidad? Esta batalla no tendría ningún valor si es que los individuos crecieran de los árboles; tiene valor precisamente porque es la comunidad la que forja las virtudes de esos individuos que en un futuro votarán, producirán, trabajarán y vivirán en la polis. Pienso que la paupérrima situación del Perú tiene mucho más que ver con el olvido de las virtudes ordenadoras que constituyeron a nuestra sociedad: el cristianismo católico, basado en la solidaridad y la cooperación; que con un mero exceso de estatismo, o de problemas contingentes. Hay una crisis de virtudes en el Perú, que no se soluciona ni estatizando, ni privatizando; sino educando y ayudando.

La prudencia o phrónesis, esa capacidad de deliberar sobre las cosas contingentes, como la definía Aristóteles, debe de ser la guía para actuar. El marco normativo influye en los incentivos, pero es el individuo el que elige si se guía exclusivamente por su propio interés, o lo trasciende y actúa de otro modo. No somos meros agentes maximizadores; somos agentes morales. Por lo tanto, la batalla que se libra en nuestro país es una batalla ética, una batalla por aquellos que pretenden convencer –y quizá imponer– que sus valores son los correctos. ¿Cuáles son estos valores correctos? Aquellos que se basen en la naturaleza del ser humano, y no en constructos teóricos que pretendan reducir a priori toda esta naturaleza a sólo alguno de sus aspectos. 

Raul Labarthe
26 de agosto del 2022

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