La rebelión de los Qosqorunas

Escribo desde la Ciudad Imperial, donde la inmensa mayoría piensa que Vizcarra es un personaje oscuro, sinuoso y corrupto. Un político contingente que llegó al poder por la mediocridad de la clase política, incapaz de lograr consensos para gobernar un país fracturado en todo orden de cosas. Los cusqueños creen que Vizcarra representa la solapada corrupción limeña del club de la construcción y las deshonestas adendas de Chinchero. Estas son verdades tan evidentes como la inmensa fortaleza de Sacsayhuaman. En la Lima de espíritu colonial ven al Cusco como proveedor de recursos naturales y económicos, y solo lo toman en cuenta cuando el pueblo se moviliza con paros violentos que repercuten en todo el Perú.

Los alcaldes provinciales cusqueños con quienes conversé me dicen: “Vizcarra, siempre florea sobre la descentralización, pero no hay una medida concreta; solo se dedica a obras pequeñas”. Ellos quieren el Hospital Lorena, pero el gobierno demora y no tiene cuándo solucionar los problemas administrativos; quieren el aeropuerto de Chinchero, carreteras asfaltadas, trabajo con beneficios sociales y no la demagogia de los últimos decretos de urgencia, que maquilla las injusticias y desigualdades.

Edgar Zegarra, dirigente de los comerciantes ambulantes me dice: “La gente crea su propio trabajo, porque en el Cusco no hay empresas ni industrias y el gobierno no hace nada, y ha regalado el gas de los cusqueños a los extranjeros. Todos los servicios básicos son caros y encima malos, y nadie nos defiende. Los Qosqorunas están hartos de las mentiras de los gobernantes”. 

Leocadio Zavala y Javier Palomino dirigentes sociales cusqueños me dicen: “Vizcarra es un corrupto, nombra a Jorge Meléndez como ministro que está involucrado en negocios turbios con los madereros; la ministra de Salud utiliza el poder para nombrar a su esposo como funcionario de la Sunarp; la misma ministra nombra a la novia del jefe de la Sunarp, cambiando favores mafiosamente y no pasa nada. En el Ministerio del Interior una camarilla utiliza a la policía como servicio doméstico; la secretaria general de Palacio de Gobierno, Miriam Morales, nombra a su hermano como funcionario público con la anuencia del presidente. El Estado se ha convertido en un botín para los amigos y familiares de Vizcarra. Sin embargo, la prensa limeña no dice nada, porque está subsidiada por el gobierno”. 

Ernesto Álvarez, profesor del colegio de Viracochasi, una comunidad del medio y bajo Urubamba, me dice: “Vizcarra está comprometido con el Consorcio Camisea y su contrato corrupto. Venden el gas más caro de Latinoamérica, lucrando con la pobreza del pueblo; nosotros en La Convención no tenemos carreteras, ni hospitales, ni seguridad y el narcotráfico y otras actividades ilegales imperan en la región. Es imprescindible renegociar el contrato de Camisea”.

Karina Calderón directora de la UGEL de Anta, lucha solitariamente para mejorar las condiciones de la educación de los profesores y alumnos frente a la desidia del gobierno regional y nacional. Guillermina Huanca, brillante antropóloga cusqueña dice: “Los campesinos de las provincias altas ven pasar la riqueza minera que sacan de sus tierras, pero ellos siguen marginados y pobres. Esta situación tiene que cambiar”. 

Los Qosqorunas y los pueblos del sur peruano se organizan para oponerse radicalmente al proyecto Tía María y a todos los proyectos mineros, porque los consideran ajenos a ellos. Además, las organizaciones sociales creen que el gobierno prepara un fraude a favor del partido Morado de Guzmán, que representa la corrupción humalista. En Lima no ven que el espíritu de Túpac Amaru recorre el Cusco, y a paso seguro la ira popular cambiara esta historia de injusticias y traiciones.