Darío Enríquez
La nueva normalidad poscoronavirus
Ni utopías paradisíacas ni dramas apocalípticos

Es la primera vez en la historia que el ser humano pretende cambiar el curso de propagación de un microbio, bacteria o virus cuando este hace su aparición con furiosa trayectoria pandémica. Ha sido un fracaso. Por eso se habla más de una crisis sanitaria que propiamente de una pandemia, porque son justamente los sistemas de salud pública –compuestos por diversas entidades privadas, estatales y mixtas– los que han sufrido una sobresaturación y posterior colapso, no siendo capaces de atender todas las emergencias, algo que podían hacer en tiempos ordinarios.
Hasta hoy no se sabe con certeza cuáles han sido los beneficios derivados de las decisiones tomadas por autoridades y gobiernos a lo largo y ancho del planeta. Incluso nos falta conocer aún muchos detalles de cómo es que el coronavirus provoca el deterioro de salud en sus varios efectos, desde una suerte de gripe algo fuerte hasta cuadros complejos de necesidad mortal. Sin embargo, sí conocemos y sufrimos sus enormes costos, tanto en vidas humanas como en pérdidas económicas y fuertes desequilibrios sociales. A ello debemos agregar las secuelas de gran impacto y la dramática reconstrucción que enfrentaremos –especialmente en nuestros países hispanoamericanos– cuando se inicie ese tan incierto mundo poscoronavirus.
Ni utopías paradisíacas ni dramas apocalípticos. Esa nueva normalidad, de la que ya se está hablando, tendrá elementos interesantes que se derivan de lo que todos estamos viviendo. Veamos tres dimensiones: ciencia, política y sociedad. Antes de la crisis, el postmodernismo global, tratando de imponerse como corriente hegemónica, se regodeaba en el absurdo de la tecnofobia, el falso progresismo y el constructivismo social.
¿Qué está pasando en nuestra relación con la ciencia y sus aplicaciones? En el filme El graduado hay una escena en que Benjamin (Dustin Hoffman) recibe un consejo: “Tengo que decirte una palabra: plástico ... el plástico tiene mucho futuro”. Es un filme de los años sesenta. Se cumplieron de lejos todas las expectativas y más. Ya en pleno siglo XXI, un material como el plástico –satanizado por delirantes activistas tecnófobos disfrazados de ambientalistas– se ha erigido como fundamental en todas las buenas prácticas de prevención frente al Covid-19. Estos militantes pedían su prohibición y habían logrado avances significativos en desmedro de la enorme utilidad de ese material. Es cierto que hay un significativo y grave deterioro del medio ambiente por plásticos contaminantes; pero eso no se enfrenta con absurdas prohibiciones, sino disponiendo acciones, protocolos y tecnología para reutilizar, reciclar o disponer desechos plásticos de modo que se minimice sus efectos contaminantes.
Al menos por un tiempo, esos militantes fundamentalistas tecnófobos tendrán que buscar otras falsas banderas con las que sorprender a bienintencionadas personas. Por extensión, a fuerza de hacerse indispensables para la nueva normalidad, las nuevas tecnologías y sus aplicaciones ya no serán tema de élites o de iniciados, sino que tendrán presencia amplia, masiva y enraizada en nuestra cotidianeidad, en todo orden de cosas. Sin complejos ni falsos temores. Desde las TIC hasta los OGM. Un nuevo tren que –a diferencia de anteriores– no debe partir sin nosotros.
¿Qué hay de los políticos? El falso progresismo –que ha infestado casi todos los tiempos y los espacios de nuestras sociedades– venía aprovechando la defensa de derechos humanos universales que (casi) todos compartimos, para llevarnos a la deriva de falsos derechos, populismo cínico y rancio estatismo. La crisis los ha puesto en evidencia, su mensaje no se sostiene. Sabemos que insistirán, cayendo una y otra en su obsesiva propuesta de que los problemas de un estado ineficaz se resuelven con más estado. Pero seguirán con su torpe receta burocrática de querer enfrentar los desafíos de la nueva normalidad con “leyes mágicas”, perfectas en el papel, pero sin un ápice de aplicabilidad ni coherencia.
La crisis se hace mucho más compleja y deviene inmanejable por el grado de informalidad en nuestra sociedad. Parecen no entender nuestros políticos: debemos partir de la realidad y definir un proceso de acompañamiento en una formalización progresiva, con un sinceramiento de las cargas impositivas: nunca más debemos tener impuestos cuyo destino se pierda en el agujero negro de la peor burocracia, sino que deben definirse con claridad absoluta las contraprestaciones respectivas.
De hecho, en las primeras semanas de la crisis sanitaria, el falso progresismo aprovechaba para difundir su mensaje fascista mussoliniano: “Todo en el Estado, todo por el Estado, nada sin el Estado”. Hoy sabemos que sin la participación de todos los estamentos de la sociedad, con un Estado facilitador y acompañando el esfuerzo de los emprendedores y trabajadores productivos que conocen mejor que nadie su propio sector de actividad (tanto formales como informales) enfrentaremos mejor los desafíos de la nueva normalidad.
¿Qué está sucediendo en nuestra sociedad? ¿Cuál ha sido el soporte fundamental de (casi) todos y cada uno de nosotros en esta época de cuarentena? La familia, esa extraordinaria institución que surge nítida en los albores de la civilización y que ha llegado a nuestros días luego de un largo, complejo y dinámico proceso espontáneo de evolución cultural. Esa misma institución que los constructivistas sociales –de aquí, allá y acullá– pretenden demoler para edificar un mundo “mejor”, a la medida de sus canallescas utopías.
En la nueva normalidad (casi) todos tendremos un concepto altamente revalorado de lo que significa nuestra familia, tanto en su presencia como en su ausencia. Por extensión, nuestra cultura (tanto local como global) agregará una gran dosis de aprendizaje social producto de lo vivido: identidad, solidaridad, conciencia comunitaria, valor del individuo, trascendencia frente a la vida y la muerte, rescate y adaptación de tradiciones, etc.
En general, tendremos que enfrentar un proceso progresivo de asimilación respecto de nuevas formas y fondos en nuestro día a día. Nada será exactamente igual, pero la vida continuará. Agregando a todo ello el efecto combinado de inmunidad social, tratamiento médico eficaz y vacunación preventiva, el virus será historia.
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