Hugo Neira

La miseria de un millonario: su ignorancia

El final de la era de Trump

La miseria de un millonario: su ignorancia
Hugo Neira
17 de enero del 2021


La nación americana, esa América del Norte que desde sus primeros colonos y las emigraciones de una masa de gente de diversos orígenes —alemanes, irlandeses, ingleses, holandeses— construyó una nacionalidad estadounidense, es un sistema de autogobierno más que una herencia colonial, su repugnancia. (En 1773, antes de Bolívar y San Martín, que se inspiraron en esa revolución. Antes de la Revolución francesa de 1789.) Ellos patentaron una unidad política y cultural que admiró al mundo. Pues bien, eso que conocemos como los Estados Unidos, pasa por uno de sus más difíciles momentos. 

No es una guerra como cuando inesperadamente Japón ataca Pearl Harbor, ni se trata hoy de la supremacía en el Pacífico. Tampoco es el crack de octubre de 1929, el hundimiento de la bolsa. No tienen, como entonces, 12 millones de parados y 5 mil bancos que cerraron. Con Roosevelt nace “el nuevo trato”, y se recuperaron. No hay ninguna guerra mundial ni tampoco “guerra fría”. Ya no hay la URSS. No hay una guerra que se pierde en el lejano Vietnam. Y no es la geopolítica que los molesta en estos días, ni el equilibrio de poder que ahora no vacila como cuando un presidente como Nixon y su asesor Henry Kissinger fueron a negociar en Pekín con Mao. Tampoco un desconocido, un pobre diablo, llamado Oswald, asesinó al presidente Kennedy (pero no sabemos quiénes lo manejaron). La “gran sociedad” continúa, en el periodo post Kennedy con Lyndon Johnson, la “guerra contra la pobreza”. Desde Eisenhower, el fin de la guerra en Corea —y el tema de los negros, y la lucha por los derechos civiles— y pese al escándalo Watergate, los gobiernos se siguen unos a otros, Ford, Carter, hasta los años ochenta. Y la elección de Reagan (primero y segundo gobierno), y luego Bush, los problemas de USA eran entonces más bien externos. El Medio Oriente, Allende en Chile. Castro en Cuba. Las intervenciones de Irán e Irak fueron otro riesgo. Pero no como la situación actual que es más bien intestina.

El dilema actual es distinto. Todo comienza cuando un ciudadano proveniente de una empresa familiar especializada en comprar y vender, construir y reconstruir “torres de oficinas, hoteles, casinos y campos de golf”. Y llega a ser candidato para ocupar el rango n°45 de Presidente de los Estados Unidos, y lo consigue el 20 de enero de 2017. Se llama Donald Trump. No es en realidad un republicano según los politólogos norteamericanos —cuyos libros he traído—, intentó tener un partido presidencial Partido Reformista, pero prefirió candidatear del lado republicano. Llega al poder a los 70 años, se ha casado tres veces, es el presidente americano de mayor riqueza en la historia de los Estados Unidos. Pero su último gesto como presidente es no admitir que ha sido vencido en las presidenciales del 2020 por Biden. Se niega a esa derrota. Ha hecho “falsas afirmaciones de fraude”, dicen los diarios, y lo que es grave, “ha presionado a funcionarios del gobierno”. Y por el Twitter, ha llamado a un asalto al Capitolio a las hordas que lo siguen. 

Se escribe esta nota periodística días antes del 20 de enero. No sabemos qué va a pasar. Ni qué camino tomará Trump. Ni qué harán los 'supremacistas blancos'. 

Por mi parte he estado fuera del Perú durante un mes, y estando en otras capitales de América Latina, y flotando en el clima el caso Trump, encontré revistas y libros sobre Donald Trump y los Estados Unidos de este momento. Estoy diciendo mis fuentes. Así, como hay un lado oscuro en la sociedad norteamericana también existe un pensamiento crítico y libre que me permite recoger datos y nutrir esta sumaria explicación. Y entonces, a partir del párrafo siguiente, y en comillas, haré saber cómo ven la situación de los Estados Unidos y cómo lo ven en otros lugares del planeta. 

En primer lugar, desde Europa lo ven así: “L'Amérique ne fait plus rêver. La América actual ya no nos hace soñar. Texto en Le Courrier International. “En cuatro años de mandato de Donald Trump, la figura de los Estados Unidos se ha degradado”. Es una sensación hoy muy corriente, los que conocen esa América, hoy “le tienen piedad”. ¿Se imagina, el amable lector, los aliados de los norteamericanos del otro lado del Atlántico? Están estupefactos por “las faltas de Trump”, dicen los ingleses. Hay estadísticas. Brevemente, preguntan si les tienen confianza a los americanos y dos, a Trump. La respuesta es clara: opinión favorable a los Estados Unidos, entre 54 y 31%. Para Trump; de 9 a 15%. En cuanto Alemania —no se entendieron cuando Trump— son bastante escépticos. Lo ven débil a Joe Biden, lo que ven es una “radicalización de la derecha que encarna Trump”. Están presintiendo una “ruptura histórica”. 

Veamos del lado de la inteligencia —con aquellos que piensan—, una ensayista pone la gran cuestión en la mesa. (La autora es Premio Pulitzer y jefa de la la sección de libros del diario The New York Times.) ¿Cómo ha podido suceder esto? ¿Cuáles son las raíces de la falsedad en la era de Trump? ¿Cómo se ha convertido la verdad y la razón en la era Trump? Ella está poniendo en su lugar el desorden político y moral, el tema de la verdad. 

¿De qué se trata? De la actividad del presidente Trump y sus maneras. En el libro que revela la muerte de la verdad: “El presidente número cuarenta y cinco de los Estados Unidos miente de un modo tan prolífico y a tal velocidad que The Washington Post calcula que durante su primer año en el cargo podía haber emitido 2140 declaraciones que contenían falsedades o equívocos”. Y añade: “Estos asaltos a la verdad no se circunscriben en el territorio de los Estados Unidos sino en todo el mundo. Por eso se producen oleadas de populismo y fundamentalismo que están provocando reacciones de miedo y terror.” 

Entonces ¿“la sabiduría de la turba”? ¿De dónde viene? De un amigo de Trump, el ruso Putin, que intervino en el Brexit, “y Rusia se lanzó a la siembra de la dezinformatsiya (concepto ruso) en las campañas electorales de Francia, Alemania y Holanda”. Los trolles rusos intervinieron en la elección de Trump al dispersar una serie de fake news, una manipulación masiva contra la señora Hillary Clinton, enormes mentiras como que daba dinero a los musulmanes terroristas. Es una realidad que se inventa. La gran herramienta del hombre de negocios Trump. Detesta las ciencias. 

Lo que notan los profesores y periodistas norteamericanos es la ignorancia de Trump. “Cuando llegó a la Casa Blanca, Trump no hizo esfuerzo alguno para rectificar su ignorancia en materia de política, interior o exterior”. Otra opinión, la de su jefe de estrategia, Stephen Bannon: “lee solo lo que reafirma su opinión”. Casi sería innecesario saber que el habitante de la Casa Blanca pasaba ocho horas al día viendo la televisión”. Y si estamos en el campo de su comportamiento, un diario y un canal (Vice News) sostiene que Trump recibía dos veces al día una carpeta llena de recortes de prensa aduladora que incluían tuits de admiración, transcripciones de entrevistas televisivas y noticias donde lo ponían por las nubes”. 

Trump ha llamado la atención no porque sea un Lincoln o un Martín Luther King, sino porque viene a ser un caso aislado, todos los presidentes hicieron estudios antes de ser mandatarios. Sin el uso del conocimiento, ¿qué queda? La intuición animal. Philip Roth ha llamado a ese estilo “la fiera indígena norteamericana”. Y el historiador Richard Hofstadter, una definición grave, que lo dice todo: “el estilo paranoide”. Parece que es una cultura americana reciente, sentirse amenazado. Por eso mismo me atrevo a pensar que Trump, en una mezcla de amor propio, narcisismo y paranoia, se ha autoconvencido de que no podía perder. 

Por otra parte, se nota al hijito de papá. En un libro que no ha escrito sino dictado, dice: “el mundo es un lugar horrible”. Y su método es atacar, atacar, atacar. El libro tiene un título modesto, El secreto del éxito. En fin, “se sabe que Trump se define a través de personas e instituciones a las que ataca, a saber, Hillary Clinton, Barack Obama, la prensa, las agencias de inteligencia, el FBI, el poder judicial, cualquiera que él considere una amenaza”. Los americanos cultos lo llaman “negatividad”. A mí me parece la resurrección de Stalin. Y por supuesto, no cree para nada en la necesidad de la protección medioambiental, y tampoco entendió la pandemia del Covid-19. 

No estamos en tiempos de la palabra y el discurso, no hay sitio para un Mussolini ni un Hitler. Como en otros países, en Rusia, en Turquía, hay trolles y millares de bots para desinformar. Estamos hablando no de cualquier sociedad sino de los Estados Unidos de América que es el país con el mayor número de estudiantes en el mundo: 14 261 717 (el 4,75%). Un país con 4 599 universidades. Entonces dos culturas, ¿los que leen, escriben y piensan y los otros? No quiero ser elitario pero nunca hubo un presidente norteamericano tan ignorante. Tiene un cartón Trump, de bachiller en economía en una universidad que no es de las más selectas. Pero entonces es cuando al pueblo le atrae un líder que, según la célebre revista Forbes, es la 324 persona más rica del mundo. ¿Es eso su atractivo? 

Si describimos el lado oscuro de los Estados Unidos, observemos el lado claro. Se recuerda a quien pensó en el totalitarismo, Hannah Arendt: “el sujeto ideal para un gobierno totalitario no es el nazi convencido o el comunista convencido, sino el individuo para quien no hay distinción entre hechos y ficción, entre lo verdadero y lo falso”. Entonces, ¿qué ha hecho Trump? Propagar lo falso, como las fábricas rusas de trolles que las emiten en cantidades industriales, por el Twitter del presidente de los Estados Unidos y de ahí a cualquier parte del mundo. ¿Qué sociedad entonces? ¿Tribalismo, deslocalización, miedo al cambio? No se está muriendo una democracia sino una cultura. Se está muriendo la verdad. 

Resulta que ya no sabemos, gracias a los trolles, qué es lo real y lo irreal, lo cierto o lo falso, y el debate razonado ya no es parte de la vida política sino de las emociones. Por mi parte, creo que existe una verdad objetiva. Pero veo autocracias, el revés de la libertad. Así, con “la muerte de la verdad”, Trump viene no a ser un político norteamericano sino alguien más poderoso que esos dictadores de antaño de las “repúblicas bananeras,” o busca algún despotismo personal que necesita legitimizarse. Estas cosas ya han ocurrido. En Roma antigua, para cambiar las leyes, un imperiu maximum. Y con una Norteamérica imperial, ¿cómo nos iría? Por lo visto, el futuro puede ser autocracias con apoyo popular. ¿Volverán los Imperios? Puesto que no hemos construido ni la nación ni el Estado moderno. ¿Volveremos a tener virreyes? Ya los tenemos, Banco Mundial, el señor Saavedra. Cuando discutía su idea de la educación —él es quien manda— en El Comercio, me cerraron las puertas. Gracias.

Hugo Neira
17 de enero del 2021

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