Patricio Krateil

La importancia de Occidente (I)

Sobre la mentira progresista de que no existen jerarquías culturales

La importancia de Occidente (I)
Patricio Krateil
01 de noviembre del 2024


Desde el progresismo se nos ha dicho muchas veces que las culturas no son ni buenas ni malas, que no hay mejor o peor cultura. Por el contrario, se nos ha introducido la idea errónea de que todas valen lo mismo apañando una suerte de relativismo cultural. 

Estas declaraciones progresistas son sumamente nocivas para el pensamiento. En primer lugar, porque si es que todas las culturas fueran iguales, entonces no importaría ningún grado de patriotismo ni tampoco los límites de entrada a las nuevas cosmovisiones o estilos de vida dentro de una nación, por más mal que hagan a los ciudadanos nacionales.

Pero, en segundo lugar, y posiblemente lo más nocivo de esta proposición posmodernista, es que en sí misma contiene una contradicción. En términos filosóficos, es un oxímoron, dado que si la cultura es un conjunto de pensamientos e ideas (creencias, costumbres, estilos de vida, tradiciones, lenguaje) ello quiere decir que el pensamiento de que “todas las culturas valen lo mismo y ninguna es mejor o peor que otra” es también una concepción cultural (específicamente encontrada en la cultura occidental de la segunda mitad del siglo XX en adelante). 

Por ende, si es que no existe cultura mejor que otra y todas valen igual, la proposición misma de que “todas las culturas son iguales y ninguna es mejor” debería ser sometida a su misma regla. Es allí donde vemos la contradicción. La imposibilidad tangible de que pueda existir algo como el relativismo cultural.

Si todo es igual de bueno y malo, todo puede como no puede ser mejor o peor, entonces dicha proposición puede, o no, ser mejor que la que contradice y asegura que sí hay mejores culturas (conjunto de ideas) que otras. En buen cristiano, no hay nada más absolutista que decir que todo es relativo, ergo sí, hay formas de pensamiento más valiosas que otras para la humanidad. 

Es por ello que ahora, luego de exponer la mentira progresista de que no existen jerarquías culturales, pasaré a enumerar seis razones por las que considero que la cultura occidental no solo es la mejor, sino que es la única que debe ser defendida por aquellos que creemos en la libertad, el Estado de derecho y el desarrollo humano. 

Dividiré esta parte en dos grupos. En este texto tocaré la sección de “Política y sociedad” que involucra el desarrollo del sistema occidental, y en la siguiente entrega la sección de “Inteligencia y prosperidad”, que comprende la conceptualización del conocimiento, más ligado a la epistemología. 


Política y sociedad

1. Justicia y derechos

Desde Grecia y Roma (que fueron los pilares) ya existían concepciones similares al derecho constitucional que tenemos hoy en día, que es practicado en los países con mejores indicadores de desarrollo humano del mundo. 

En ese sentido, las dos grandes corrientes que han generado en su enfrentamiento el estándar de lo que dicta el derecho internacional y todas las constituciones que han dado florecimiento humano, son producto de occidente. 

Por un lado, el iusnaturalismo (Aristóteles, Aquino y Locke) y por el otro, el positivismo jurídico, principalmente con Kelsen. El iusnaturalismo sirvió para comprender la cosa a proteger (persona) y, además, entender la razón de poseer un determinado sistema que involucre tanto la observación como la lógica para precisamente no caer en contradicciones al momento de sistematizar el ser humano como sujeto de consideración moral. 

Por otro lado, el positivismo sirvió para añadir el carácter de ciencia a la norma jurídica. En otras palabras, es la que vertió los principales parámetros normativos para la práctica del derecho. 

El fruto de estos pensamientos es principalmente la carta de derechos humanos. La protección de la vida, propiedad y libertad. La exportación del Estado de derecho como pilar fundamental de la política a nivel internacional. 

Pero, sobre todo, la representatividad y el debido proceso del acusado, evitando caer en arbitrariedades autoritarias. El derecho como sostén de paz. 

2. Institucionalidad 

Los galardonados economistas Daron Acemoglu y James Robinson han sostenido la importancia de las instituciones como la correcta explicación del desarrollo y prosperidad. Estos proponen una teoría que se centra en la interacción entre las instituciones políticas y económicas.

En ese sentido, recalcan que las instituciones que han generado esa prosperidad nacional en diversos países se caracterizan por garantizar derechos de propiedad, un sistema legal imparcial y la provisión de servicios públicos. Entonces el rol de la institucionalidad, luego de comprender el rol de la justicia y el derecho para la contemplación del ser humano como fin en sí mismo, es la de establecer un marco adyacente al derecho de reglas sociales u órganos activos de la esfera pública que generen en su correcto ordenamiento una mejora en la interacción de sus participantes. 

Estos órganos activos de la sociedad, que pueden ser parte del estado como no serlo, que en su aplicación han dado prosperidad y mejoras notables en la socialización humana son básicamente los valores que precisamente fueron los que se adueñaron de occidente, con ciertos tropiezos, desde la Grecia antigua llegando a la concepción del estado moderno y la república. 

Instituciones como el matrimonio, la propiedad privada, la contratación, la democracia, la separación de poderes, la patria potestad, la educación, la legítima defensa, la libre expresión o la delimitación de tierras han sido esencialmente impulsadas a lo largo de la historia de occidente. Instituciones que no existieron en las culturas árabes ni en las regiones precolombinas. 

En ese sentido, Acemoğlu y Robinson también concuerdan en que las instituciones extractivas han producido los peores males. Estas no se basan en ampliar la sociedad mediante el derecho o limitar los márgenes de la política mediante la separación de poderes o la democracia, sino dirigir a la población. Esto indudablemente genera un desincentivo a la creación de capital y una limitación a la “Destrucción creativa” como sostenía Schumpeter. 

3. Libre mercado y desarrollo

El capitalismo o libre mercado ha sido el sistema económico por excelencia. Sistema proveniente sin lugar a dudas de occidente, no surgió de oriente, ni de África o los Incas. 

Según estudios, los países con más libertad económica, según estadísticas dadas por Fraser Institute y Heritage Foundation son, a su vez, los que mejores niveles de PBI per cápita poseen. De hecho, en los países con más capitalismo, el PIB per cápita supera, en promedio, los 92.500 dólares, diez veces por encima de los niveles que se dan en las economías más cerradas.

Además, si nos fijamos en el mercado de trabajo, encontramos que la incidencia del paro es menor cuanto más elevada es la libertad económica. Es decir, con niveles “altos" de libertad económica, dicho indicador (incidencia de paro) alcanza únicamente el 4,9%, siendo del 7,2% en el caso de los países con cotas "bajas" de capitalismo.

Ocurre algo parecido con el Índice de Desempeño Medioambiental que elabora la Universidad de Yale: sus resultados son mucho mejores donde hay más economía de mercado que donde imperan las políticas del intervencionismo. 

No obstante, estos logros enormes que generó el capitalismo, haciendo que la pobreza ya no sea la condición natural del hombre, se debe a una serie de ideas provenientes de la cultura occidental. 

En primer lugar, las religiones como el judaísmo, cristianismo y catolicismo han sido, desde sus orígenes, fuertes defensoras de la propiedad privada. Incluso, podríamos rastrear la lógica de la propiedad privada contemporánea en el mismo Aristóteles, quien sostenía que la propiedad privada incentivaba al buen uso y cuidado de ésta; a diferencia de la propiedad colectiva (la que actualmente sostienen los socialistas), la cual al ser de todos no era de nadie ergo la preocupación y cuidado de esta era dejada de lado. 

Sin embargo, el gran auge del capitalismo vino con la revolución industrial y la imprenta, proveniente también del desarrollo tecnológico y político de la sociedad occidental. La creciente burguesía dada en Europa fue la que dio pie al emprendimiento y al hábito del ahorro. 

Además, economistas como Adam Smith, David Ricardo o Jean-Baptiste Say fueron los que desde Europa generaron las directrices académicas que dieron pie a la justificación moral y científica del mercado. Y las desarrollaron no solo como algo propio del ser humano, sino también como algo posible de exportar a otras sociedades, cosa que se logró hacer luego en las Américas.

Patricio Krateil
01 de noviembre del 2024

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