Arturo Valverde
La honradez como cuento
Chéjov explora la honestidad como cualidad
Hay una ingeniosa frase, de esas que provocan una sonrisita traviesa, atribuida al ruso Antón Chéjov: “El hombre honrado solo miente cuando es necesario”. Apuesto a que se están riendo.
Chéjov, el escritor ruso que nos ha legado cientos de historias breves que exploran la moral, en el cuento Un empresario debajo del diván (Historia entre bastidores) pone en relieve la honestidad del empresario Indiukov, descubierto debajo de un mueble por una “joven y simpática artista”, en el momento en que está desnuda en su camerino.
“Soy yo…, yo…; no se asuste”, comienza a hablar el empresario, que, desde su escondite, ha aprovechado para repasar con la mirada a la joven. Indiukov, rápidamente, justifica su reprobable conducta afirmando que lo persigue un furioso hombre, y que el único lugar donde puede refugiarse, sin temor de ser encontrado, es el camerino de la artista. “¡Palomita mía!”, le dice, “¡Prindin, el marido de mi Gláshenka, ha llegado de Moscú, y en este momento anda por el teatro buscando mi perdición…!”.
Indiukov llega al punto de ofrecer dinero a la joven con tal de que no lo eche de su camerino, y, después de incrementar sus ofrecimientos, convence a la artista. “Indiukov suspiró pesadamente y, a rastras y entre resoplidos, se introdujo debajo del diván mientras Dolskaia—Kuchukova empezaba a vestirse a toda prisa. La idea de que en su camarín, debajo del diván, estuviera oculta una persona extraña, le causaba vergüenza y hasta miedo: pero el convencimiento de que obraba en interés del sagrado arte le infundía tanto valor, que cuando un rato después se despojaba de su vestido de húsar, no solo se le había pasado el enfado, sino que hasta se sentía compadecida”.
La promesa no se cumple. El empresario, riéndose, le dice a la indignada artista que todo ha sido una confusión. No había ningún hombre persiguiéndolo, excepto en su imaginación, por tanto, no se sentía en la obligación de entregarle el dinero ofrecido. “Yo soy un hombre honrado, madrecita, y comprendo… —y apartándose de ella se alejó gesticulando y repitiendo—: ¡Si aquel hombre hubiera sido Prindin…! ¡Claro que estaría obligado…!, pero ¡era un desconocido…! ¡Un vaya a saber quién…! ¡Era un hombre de pelo rojo…, pero no Prindin…!”. Ha salido con su gusto.
Breve, entretenido y aleccionador, como muchos de sus cuentos, en pocas páginas Chéjov explora la honestidad como cualidad, contrastándola en un sinvergüenza y aprovechador empresario de teatro.
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