Dante Bobadilla

La guerra ideológica alrededor del sexo

Nos debemos tanto a la biología como a la cultura

La guerra ideológica alrededor del sexo
Dante Bobadilla
22 de febrero del 2018

 

Hay embustes que se repiten desde la izquierda y la derecha en torno a la sexualidad y el género. Asistimos al enfrentamiento de dos tribus que defienden sus propios mitos sobre lo que creen es la verdad científica y hasta divina.

Por un lado están quienes creen que el género es más importante que el sexo —porque se construye culturalmente, al margen de si naciste hombre o mujer—, que es un “derecho” adoptar un género, que el Estado debe reconocer esta decisión y que, además, debe enseñarse este enfoque en las escuelas para eliminar la discriminación y fomentar la igualdad. Esto, obviamente, nos conduce al caos social y administrativo. No hay manera racional de solventar semejante postura sobre los “géneros”.

Del otro lado están quienes proclaman que “Dios los creó varón y mujer”. Para ellos solo caben dos posibilidades: eres hombre o mujer. Lo demás es una aberración, un pecado que será castigado por Dios. Aseguran con citas bíblicas que los gays no son “hijos de Dios” y que están fuera de la gracia del Señor. Apelan a la biología para disfrazar sus posturas segregacionistas como “científicas”.

Lamentablemente no tenemos un debate apropiado sobre estos temas. Todo se limita a marchitas y consignas para ver quién grita más o quién lleva más gente. Desde luego que la verdad no está en ninguno de estos extremos. Son igualmente falsas las posturas que se parapetan detrás de la biología y las que lo hacen detrás del proceso cultural. La sexualidad humana depende de aspectos diversos, que van desde lo biológico hasta lo sociocultural, con muchos elementos intermedios.

Tampoco es verdad que en la sexualidad humana no exista la patología y que todo sea “normal”. Claro que existe la patología. ¿Por qué no iba a existir? Y es muy amplia además. La sexualidad, al igual que cualquier otro aspecto del organismo humano, también es susceptible de sufrir fallos y defectos. Pero hay una curiosa tendencia social, “políticamente correcta”, a convertir cualquier expresión sexual, por aberrante que sea, en “normal” y obligatoriamente aceptable.

En el otro lado, hay una tendencia al reduccionismo binario de la sexualidad: “se nace hombre o mujer”. Tampoco eso es muy exacto. El ser humano es un fenómeno complejo, y hay que saber abordar la complejidad, que es toda una especialidad de la ciencia y la filosofía. En el escenario de la complejidad no se puede hablar en términos binarios, sino en grados y niveles. El ser humano no está definido únicamente por sus genes. Hay que superar ese enfoque reduccionista. Los humanos hace tiempo que logramos trascender la biología para autoconstruirnos como una especie distinta, moldeada por nuestra propia cultura. Nos debemos tanto a la biología como a la cultura, pero al final, lo que nos hace humanos es la cultura.

La sexualidad parte de lo genético, ciertamente. Los cromosomas definen la sexualidad, pero solo hasta un punto del desarrollo embrionario, determinando la formación de las gónadas. A partir de allí la sexualidad depende del flujo de hormonas que guiará el desarrollo de diversos órganos, incluyendo el cerebro. Por último —y no menos importante— hay que añadirle las formas sociales en que se desarrollan y moldean hombres y mujeres como tales. Las fallas en este largo y complejo proceso pueden darse en todos los niveles. Hay etapas en las que el buen funcionamiento del sistema resulta más crucial, en especial durante la fase embrionaria. La orientación sexual aparecerá de forma natural durante los primeros diez años de vida, independientemente de cualquier experiencia social y educativa.

Las posiciones sectarias, que declaran con peligroso fanatismo que “se nace hombre o mujer”, solo tratan de justificar su odio y discriminación hacia los homosexuales. La humanidad ya ha atravesado por muchos fanatismos extremistas que causaron horrendos genocidios en aras de la purificación social. Estamos hartos de estas estúpidas posturas segregacionistas. Es patético ver todavía en estos días sectas ansiosas por exterminar razas, etnias, nacionalidades o gays. No debemos permitir que estos fascistas del siglo XXI sigan atizando la hoguera de la guerra santa contra los homosexuales.

Nadie que se considere liberal puede apoyar esta clase de racismo homofóbico. Para el liberalismo todas las personas merecemos el mismo derecho a la libertad individual y no demandamos nada del Estado.

 

Dante Bobadilla
22 de febrero del 2018

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