Hugo Neira
La entropía peruana y sus Ersätze
El gran problema de los peruanos es «el otro»
Entropía es una manera termodinámica para medir la pérdida de energía
(Diccionario de la Ciencia, Claude Allègre). Y Ersatz, su definición más
adelante.
No es cómodo reflexionar y hablar de un país que sufre no una crisis sino varias. La pandemia, el hundimiento de la economía, la posibilidad de una venganza colectiva en las urnas en abril y la sensación de un desorden gigantesco. Curiosamente, crisis y cripta son dos vocablos cercanos. Cripta es catacumba. ¿Qué se está muriendo en estos días? ¿Una época? ¿El fin de ese ahora detestado y maltratado sistema de economía abierta que nos ha dado, mal que bien, algo de crecimiento en los últimos decenios? ¿Pese a la corrupción de varios estadistas? Hoy, dada la enorme cantidad de víctimas del Covid-19, se nota claramente y también de modo subterráneo, la búsqueda del culpable. Pocas veces he visto, con tantas ganas, la búsqueda del chivo expiatorio. Por ahora son Vizcarra y Sagasti —los juntan—, se preguntan hoy si PPK lo hubiera hecho mejor, y cosas por el estilo. Pero lo que nos falta a los peruanos es una crítica de nosotros mismos. No nos dimos cuenta —o no quisimos ver la realidad— de lo frágil que son las instituciones, el Estado y la sociedad misma. Por ejemplo, la imposibilidad de confinar a poblaciones que llamamos informales puesto que «si no salen a trabajar hoy, no comen mañana». Esa frase no viene de ninguna ideología o de pedantes doctos. Lo dicen voces populares. Con una franqueza que falta a otras capas sociales de este país porque los señoritos confunden educación con hipocresía.
Hace casi veinte años que dejé Europa en donde fui profesor titular de universidad, puesto que obtuve por concurso público. En Europa no se es catedrático como en Perú, a dedo. Pero ya de retorno, me sorprendieron diversas cosas, entre ellas un absurdo optimismo. Los antiguos griegos decían que el asombro es el inicio del conocimiento. Y en efecto, me asombraba, por su irrealidad, esa idea flotante en la mentalidad peruana de que éramos un país ya listo para entrar al club de la OCDE. ¡Por el amor de dios! A la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos? Tienen 37 países miembros, entre ellos Alemania, Australia, Bélgica, Dinamarca, España, Estados Unidos, Estonia, Finlandia, Polonia, etc, en Europa, y los Estados Unidos, Japón, Nueva Zelanda. De los países americanos, un par de ellos, México y Chile. Y hace poco, Colombia. No están, en este lado del mundo, ni Brasil ni Argentina. Seamos sinceros, no veíamos la pobreza. No habita únicamente el espacio rural andino y las provincias, sino la misma Lima. ¿No la hay en San Juan de Lurigancho, y en la vía de Evitamiento, hasta incluir en esas zonas riesgosas al Agustino y Santa Anita? Antes de la pandemia, una entidad municipal me pidió trabajar en la descripción de los problemas urbanos en el margen izquierdo del río Rímac. Hice el trabajo y descubrí el otro país que existe. Y pensar que esos suburbios están a tiro de piedra de la espalda del Palacio de Gobierno. Pero en lo que somos campeones mundiales es en el lenguaje evasivo. ¿Sabe el amable lector cómo se les llama a esos lugares? «Periféricos interiores». Un oxímoron (es decir, dos ideas contrarias).
Ser crítico en el Perú es un riesgo, te toman como alguien que no ama la patria. Pero lo real, lo verdadero, tarde o temprano se abre camino. Y para ver si eso nos está ocurriendo, le echo una mirada a la prensa local. Y encuentro a un exministro de Economía, Luis Miguel Castilla, con libro intitulado La oportunidad del siglo, y me ha llamado la atención por lo que dice: «El tiempo corre, la pobreza aumenta y somos un país mucho más precario de lo que ya éramos». ¡Aleluya! Volvemos a la sinceridad, aunque en punta de pie... Nunca palabras crudas. En cuanto al eminente ingreso a la OCDE ya podemos esperar el día en que San Pedro baje el dedo.
¿Qué es Ersatz? A veces es necesario un concepto que no puede traducirse a lengua alguna. Ersatz es algo que reemplaza. Más claramente, un sucedáneo. Por ejemplo, un diabético que toma un chocolate que no es chocolate. El Ersatz es algo falso, artificial, de imitación. En suma, no es lo que pretende ser. Ahora bien, estamos rodeados de Ersätze, y acaso no nos damos cuenta. Por ejemplo, cuando hablamos del Estado, la educación peruana y la política que tenemos. La política no es odiar al rival, no es una guerra. Si no alcanzo aquí a describir los Ersätze peruanos, lo haré en otro artículo en este portal. Además, el gran problema de los peruanos es «el otro». Tema gigantesco.
Vuelvo, pues, sobre lo dicho por el ex ministro Luis Miguel Castilla. En la entrevista que le han hecho en Caretas, dice: «El Estado no da para más». Y luego pone sobre la mesa «la batería de reformas indispensables para un golpe de timón». Por mi parte, le doy la razón pero, señor Castilla, la cosa es más grave, es parte de nuestras propias automentiras. ¿Usted ha dicho Estado? Llamemos las cosas por su nombre. Primero, no tenemos Estado. Lo que tenemos son gobiernos, no es lo mismo. Dos. No queremos tener Estado. Lo decimos de lengua para fuera. Y alguien puede decirme, pero bueno, ¿qué falta hace? Y si es un empresario o un exportador, o un minero, nos dirá: ¿acaso no crece la economía con un fisco que no tiene que pagar excesos de policías y docentes y comechados? Prácticamente, varias capas sociales peruanas creen que no lo necesitan. Arriba, los fanáticos del liberalismo y partidarios de Estados achicados. Y abajo en las capas pobres, no les importa, porque siguen sus vidas en el vasto campo laboral de lo informal.
Se llama Estado algo que ni conocemos, y sin embargo tenemos islas de modernidad estatal, lugares en donde hay un cuerpo especializado: Relaciones Exteriores, el MEF, el Banco Central de Reserva. Y acaso alguna otra entidad, pero no el conjunto de instituciones. ¿Los ministerios? Por favor, no me hagan llorar o reír. Se entra a uno de esos paquidermos inútiles por una de las tres P. La P de partido (luego de las elecciones, el botín del vencedor). La P de parentela, eso de llevarse los parientes que es uno de los modus vivendi que nos han quedado de la colonia. Y la tercera P es tener un pata (pata o patín, o patricio, o amigo fraterno, ver Julio Hevia en ¡Habla Jugador!)
Lo del Estado es tema porque no lo hay. Pero en estos días de emergencia, se nota que tenga sentido que exista. Por eso felicito a Vivas por su «Decreto mi cuarentena» en El Comercio: les dice a sus amigos liberales, «una razón de vida o muerte para invocar la fuerza del Estado». Pero Fernando, pasada la pandemia, volveremos a lo mismo. Con dolor tenemos que admitir que nos sentimos mejor sin un Estado moderno. ¿Por qué no fue construido de la Independencia a nuestros días? Alguien lo dijo, «un refinado y mañoso sistema de exclusiones en el que se esmeran tanto los de arriba como los de abajo». Esa observación viene de un libro de Dwight Ordoñez y Lorenzo Sousa (2003), admirable crítica de lo peor de nuestras costumbres, El capital ausente. ¿Lo ha leído el amable lector? Si lo hace, prepárese para un diluvio de verdades, que arden. Pero nada ha cambiado. Al contrario, retrocedemos. (Entropía que también llamo anomia.) No hay Estado sino gobierno, una administración un poco más grande que una municipalidad y listo el pollo.
Otro Ersatz, la ciencia. En Somos, un gurú con barba y todo, Ragi Burhum, y nos sale con el hashtag #SinCienciaNoHayFuturo. Gracias señor, qué revelación, no nos habíamos dado cuenta¡! Un país de 'pelotudos' como dirían los argentinos. No lo tuvimos nunca, sin embargo, cuando yo era un niño, en las escuelas del Estado (que eran muy buenas y han desaparecido), nos hablaban de nuestros científicos, de Antúnez de Mayolo, matemático y físico, que fue el autor de la central hidroeléctrica del cañón del Pato, en Áncash. Por supuesto, Daniel Alcides Carrión que se hizo inocular el producto de un brote de verruga, y la estudiaba mientras se moría. Trágico, ¿no? Además precursores, Pedro Paulet, arequipeño, precursor de la aeronavegación a propulsión, un peruano nacido para la era espacial. Pero tuvo que suspender sus experiencias porque los vecinos se quejaron a la policía de los ruidos del extraño aparato. Sí, pues, el Perú sigue siendo una sociedad en la que no hay lugar para sabios. Por lo general se van. Pero, señor Ragi Burhum, usted nos dice que no contamos con la ciencia, y es cierto. Pero la cuestión es el porqué. La causa, de muchas cosas, que el Estado —que no existe— «no da para más».
La respuesta es otro Ersatz. La educación peruana. Hubo una vez una excelente educación secundaria en escuelas públicas, en ese momento, mejores que las privadas. Al retornar he encontrado un desastre. Diversas causas: la desaparición simple y llana de asignaturas. Lo peor y que tiene que ver con el conjunto de los peruanos, es que hasta los años 70-90, eran otra sociedad, al parecer iba a entrar en la sociedad del conocimiento. Vayan hoy a un colegio y se echarán a llorar.
Me escribe Heraclio Bonilla. Está en Lima, ha pasado años en Colombia como docente. Y como muchos que estuvimos fuera, vemos y sentimos lo que no perciben los sedentarios. «No acercamos al bicentenario, en el marco de un país en ruinas, expresado en la caída del producto bruto interno, del aumento brutal del desempleo». «Ahora ni siquiera la protesta legítima existe, porque los partidos políticos son anacronismos de antaño, porque los que se movilizan no saben nada del territorio donde habitan y no tienen por lo mismo ideas claras de las metas que persiguen ni cómo conseguirlas». Y termina: «A diferencia de la generación del centenario, ni el paisaje, ni la historia ni los dioses inspiran la búsqueda de un camino distinto». Heraclio, tengo que decirte que a estos jóvenes que hacen las marchas para tumbarse presidentes interinos, les han cerrado el cerebro, no hubo Historia del Perú desde 1990. Los han vuelto ahistoriados. Nuestros paisanos cantan el nombre del Perú pero son el país —el único— que no tiene Historia nacional en las aulas de los escolares y el menor porcentaje de presión fiscal de América Latina junto a Venezuela y Guatemala. O como dice un personaje de Alfredo Bryce, «la gran cagada y ¡viva el Perú!».