Heriberto Bustos
La devaluación de la palabra
Es necesario saltar de la palabra a la acción

Muchas veces algo pierde su esencia debido a su utilización indiscriminada y descontextualizada o al incumplimiento. Es el caso, por ejemplo, de la palabra o promesa dada y que, con el devenir del tiempo se ha devaluado al perder su credibilidad. La relación entre decir y hacer, por las actitudes poco serias y nada comprometidas de las personas se ha convertido en patraña, en falacia. Dicho de otra manera, las palabras dadas no se cumplen, y la cuestión de honor está venida a menos en estos tiempos. La confiabilidad tiene en la palabra de las personas su razón de ser, pues se halla enlazada a la responsabilidad que se asume al pronunciarla.
Las promesas antaño constituían compromisos de envergadura, eran la esencia de la vida. Nuestros abuelos sabían que la lealtad a la palabra dada traía, con ella, la confianza; Gandhi(*) con mucha genialidad lo resumía en la siguiente afirmación: “La felicidad se alcanza cuando lo que uno piensa, lo que uno dice y lo que uno hace están en armonía”.
Hoy la situación es distinta. Los valores que se desarrollaban en el respeto a la vida en colectividad, han sido reemplazados por antivalores que fueron creciendo a la par de la individualidad, cuestión advertida en su momento por Voltaire(**) al anotar: “Hay quienes utilizan las palabras para disfrazar sus pensamientos”.
Recordemos que en las relaciones entre los integrantes de un grupo social, y con mayor razón en la sociedad, el diálogo (razón de ser de la palabra) constituye un recurso que facilita la comunicación, permitiendo el intercambio de información, de pensamientos, sentimientos y deseos, articulados al abordaje de ciertos acontecimientos de interés colectivo. En ese escenario, el valor de la palabra adquiere mayor magnitud, por su grado de confiabilidad.
Sin embargo, es necesario evidenciar que en la relación Estado - pobladores, cada vez adquiere más notoriedad la frustración de muchos sectores por una excesiva práctica de conversaciones de las que emanan acuerdos que por lo general no se cumplen. De modo que la palabra, en este caso del Estado, carece de significación, sonando a burla. Y en lugar de avanzar en la solución de las necesidades, constituye caldo de cultivo para las protestas y el surgimiento de conflictos.
En la actual coyuntura que, en términos éticos, nos convoca a luchar contra la corrupción, resulta necesario dar un salto importante de la palabra a la acción, para que ella se haga realmente creíble. Y en ese sentido interesa abordar las causales de esta aberración: allí están la desigualdad social, los intereses relacionados con la propiedad, la inacción de la educación, el accionar perverso de algunas autoridades, entre otros. No obstante, tercamente seguimos señalando con el dedo acusador en la dirección contraria a la causa. Vale decir, al efecto.
La corrupción tiñe todo el tejido social y su práctica se inicia en los primeros años de vida de nuestra población, con la complicidad de la familia y la escuela. Si bien hay una serie de factores que la han empoderado, en su tratamiento lo educativo resulta básico. Y es allí donde el Estado, a través del Gobierno, debe centrar sus esfuerzos a fin de reorientarla en el camino adecuado.
*Mohandas Karamchand Gandhi, Pensador y líder del nacionalismo indio (1869-1948)
**François-Marie Arouet (Voltaire) escritor, historiador, filósofo y abogado francés
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