Miguel Pons
La crisis europea por refugiados islámicos
Las estrategias ocultas del terrorismo fundamentalista
Europa enfrenta un problema inédito en su historia de respeto a los derechos humanos y de solidaridad. Inicialmente, un fervor humanitario encendió la mecha.
Se estima que cuatro millones de islámicos han migrado hacia Europa buscando refugio y que Alemania se ofreció a recibir un millón. Europa abrió sus fronteras para recibirlos en tránsito hacia un destino final. ¿Esta migración es un fenómeno real o artificial?
El diario inglés Daily Mail recoge la opinión del Director de Estudios Políticos Aplicados, el ruso Grigory Dobromelov, quien dice que: “Hasta ahora no había ese movimiento y, de repente, después de cuatro años de conflicto, miles de personas deciden ir a territorios europeos” y lo llamó un “fenómeno artificial”.
El Sunday Times de Londres se quejó en un número reciente que “más de cuatro mil soldados del EI entraron disfrazados como refugiados” y cruzaron el Mediterráneo para llegar a Italia, Alemania y Suecia.
Quizá sea pronto para opinar pero la violencia desatada en Colonia, Alemania, de refugiados que violaron a una veintena de mujeres alemanas sería una evidencia de que se inicia un largo conflicto si las autoridades no le ponen coto.
Una fuente del EI que pidió no ser identificado declaró: “Queremos establecer el califato no solo en Siria sino también en el mundo entero”.
El caos incontrolable en las fronteras europeas de la Unión Europea contribuye a la penetración de los migrantes y no hay quién pueda detectar a los sospechosos, la mayoría indocumentados, de ser terroristas.
El Daily Mail dice que muchos pretendieron ser cristianos para entrar a Europa pero, curiosamente, se negaron a aceptar donaciones de la Cruz Roja porque las cajas tenían el símbolo de la cruz y prefirieron pasar hambre y sed.
Cientos solicitaron ingresar a Israel pero su primer Ministro Benjamín Netanyahu declaró: “No vamos a dejar que Israel se hunda por una ola de inmigrantes ilegales y terroristas militantes”. Y fue severamente criticado por los medios. Israel y Siria se hicieron la guerra en 1967 y este último es considerado un enemigo.
Paradójicamente, los medios de comunicación internacionales no han cuestionado por qué los países ricos árabes del Medio Oriente no son el objetivo principal de esta acogida de refugiados. Esto es Qatar, Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita, Kuwait y Bahrein donde las condiciones de vida y de trabajo son mejores que en Europa y la lengua, la religión, la proximidad y la geografía es la misma.
Algunos países de Europa, en la década del cincuenta del siglo pasado, permitieron la migración de pobladores de sus antiguas colonias. En la década siguiente ya hubo manifestaciones en contra de esa migración y hoy en Gran Bretaña y Francia son números considerables. La tolerancia europea se extendió a costumbres religiosas islámicas como el velo que cubre los rostros de las mujeres o las oraciones diarias que realizan ocupando las vías públicas. Barrios enteros están poblados por islámicos que insultan o agreden a mujeres europeas vestidas a la usanza de este continente que se atreven a recorrer sus calles porque transgreden sus normas religiosas.
Los nietos e hijos de inmigrantes son nacidos en esos países europeos y poseen sus nacionalidades de nacimiento. ¿Cómo expulsarlos si son ingleses o franceses u otros?
Movimientos racistas como los “Skin heads” en Alemania o partidos políticos como el de Le Pen en Francia desataron ataques violentos contra esas minorías de inmigrantes y hoy nacionales. No extrañe a nadie que se radicalice el racismo y la violencia se haga sistemática y cotidiana.
Los europeos han sufrido pavorosas guerras mundiales. Hitler se ensañó contra judíos, cristianos y socialistas. Los campos de exterminio, que el general Eisenhower ordenó registrar en fotografías y filmaciones dan testimonio de esos horrores cometidos en los campos de concentración.
El futuro inmediato de lo que ocurrirá en Europa es una incógnita si, como parece, han instalado terroristas en sus territorios.
Por Miguel Pons-Couto
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