Cecilia Bákula
La corrupción y la inseguridad nos ahogan
Se está destruyendo hasta la capacidad de discernir entre el bien y el mal

Al día siguiente de la presentación del ministro Gustavo Adrianzén en el Congreso, se materializó el paro de transportistas, que tuvo lugar el jueves 10 de abril. El premier asistió para responder a un pliego interpelatorio que abarcó diversos temas y que mantuvo al ministro ocupado toda una jornada para atender a esas más de 40 preguntas de los congresistas. Y la razón de esa citación, sin duda, se sustentó en la ola de criminalidad, violencia, sicariato, inseguridad, delincuencia imperante y, por qué no decirlo, en un aún velado terrorismo urbano. Todo ello viene desbordando la capacidad de respuesta del gobierno, asomándose con insistencia, a la percepción de la ciudadanía, la idea de que el poder, en tanto se asocia a la impunidad, puede ser entendido como cómplice por omisión de la situación que se vive.
Lamentablemente el estado de emergencia que se ha establecido, como una respuesta dada por el Ejecutivo, no muestra los resultados que los peruanos deseamos ver y comprobar. Y si a ello agregamos que un sector del Poder Judicial es groseramente laxo en el juicio a aquellos a los que la policía atrapa en flagrante comisión de delitos, la situación general se torna muy complicada. Máxime cuando el premier señala que no pueden aceptar que la conducción o manejo de la ola de violencia e inseguridad está fracasando y que el estado de emergencia vigente sí estaría dando resultados, a pesar de que los ciudadanos no los vemos ni se nota una disminución del temor ni de los casos que se reporta día a día.
Ante la ola de inseguridad y creciente criminalidad, el paro de transporte fue acatado por casi la totalidad de quienes son parte del transporte urbano. Y ello llevó a que Lima y otras ciudades vivieran una jornada con falta de servicios de movilidad, alteración en las actividades comerciales además de que, necesariamente, una serie de labores debieron ser realizadas de manera remota. Este paro es una respuesta a lo que los propios transportistas sufren: la extorsión que va en escalada y que viene cobrando ya, lamentablemente, la vida de varios choferes que se han negado a entrar por la senda de aceptar el chantaje.
No obstante, este acto de paralización, podría ser aprovechado por quienes ahora se olvidan que quien está a cargo del país, es quien estaba en la plancha presidencial de Pedro Castillo; lamentablemente, esos quejosos de mala memoria, no asumen las consecuencias de su poco patriótico y nada pensado voto en las elecciones pasadas. Por ello, la razón del paro, como medida de protesta, debería poder verse así y no como una maniobra para desestabilizar a un gobierno que está en su fase final y al que, queramos o no, deberíamos mantener hasta las elecciones generales; todos los peruanos sufrimos las consecuencias de la elección presidencial pasada y por ello, debemos reflexionar respecto al voto que emitiremos en abril próximo.
No creo que se trate de invocar, de ninguna manera, la vacancia ni los cambios de mando pues ya se ha convocado a elecciones y este es el tiempo de los partidos políticos de estructurar sus propuestas y hacer las alianzas para que, en el próximo proceso electoral, no tengamos un popurrí de candidatos, sino un proceso electoral transparente y acotado.
Y a todo este panorama tremendo de criminalidad creciente se une la presencia de una escalada, igualmente peligrosa, de corrupción pues ha permeado todas las esferas de la administración y hay conductas que empiezan a parecer normales y hasta legales. La corrupción es un mal que corroe hasta las células más profundas de la estructura social y se escuda en formas externas que pueden confundir pues quienes están inmersos en esa delictiva y fraudulenta conducta, viven una especie de polaridad y engaño pues se presentan como hacedores del bien y no son más que sepulcros blanqueados cuya cara no descubre –por ahora– la podredumbre de su inmundo espíritu. Es por ello que no hay peor delincuente que el que sabe que constantemente infringe las normas que no sólo conoce, sino que engañosamente se ha comprometido a cumplir.
A la corrupción se le tiene que vencer “ventilando” todas las acciones que atenten contra la legalidad, moralidad y eticidad, porque agreden y destruyen el futuro de muchos. El corrupto solo piensa en sí mismo y cuando empieza a verse envuelto en una telaraña de corrupción, sus acciones desbocadas pueden tener graves consecuencias. La integridad y la honestidad son virtudes que es necesario poner nuevamente de moda porque parece que, en los tiempos actuales, los probos, son casi una especie en extinción.
Los antivalores se asientan como valores, los pecados como virtudes, la mentira como verdad y ello va destruyendo hasta la capacidad de discernir entre el bien y el mal, entre lo legal y lo que se acomoda a una supuesta legalidad, lo ético frente a lo inmoral. Y es por ello, además, que el progreso lo vemos como un bien que parece una quimera y nos es esquivo; porque mientras no se ataque frontalmente a estos hacedores del mal a través de la corrupción, no es posible garantizar un mañana mejor ya que los recursos se dilapidan sin pudor. Y quienes deberían propender y garantizar un futuro mejor, se venden por un inmundo plato de lentejas
Más de una vez he expresado que el Perú está lejos de ser un país pobre y no obstante ello, el problema es que hay exceso de ladrones que, en gran o pequeña escala, esquilman a los menos favorecidos, creando ruptura del orden conveniente y necesario. Enfrentando al corrupto, será posible que nuestra patria cuente con el servicio de muchos ciudadanos honestos, técnicos capaces, profesionales destacados, personas honradas que pueden llevar adelante el crecimiento y el mejor futuro para los nuestros. Porque en medio de esta realidad que huele a pestilencia, por el alocado deseo de riqueza a cualquier precio, los peruanos de bien, que los hay muchos, sembrarán nuevamente la esperanza y el mejor destino, enrumbando a este país por sendas de transparencia y éxito.
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