Darío Enríquez

Innovación, ciencia e ingeniería

Entre sueños, utopías y cruda realidad

Innovación, ciencia e ingeniería
Darío Enríquez
24 de agosto del 2021


No se necesita mayor lucidez para reconocer que somos un país que consume productos innovadores, pero participa muy poco en su concepción, diseño y producción. En especial cuando se trata de elementos de alta tecnología, nuestro rol es principalmente como proveedor de accesorios o servicios con limitado valor agregado, cuando no simplemente como consumidor final, en el último eslabón de la cadena de distribución.

En principio no hay problema en participar de ese modo en el mundo de la globalización. En la medida que se pueda financiar esa brecha de valor agregado, nada parece inquietar la descansada vida de quien no se preocupa de esas cosas. Después de todo, “basta con ser buenos en lo que hacemos y no preocuparnos en producir aquello para lo que otros son mejores”. Eso nos decían. Entre 1992 y 2011, los hechos parecían incontestables. Lima era una fiesta. El resto del Perú también.

La extracción minera y –en menor medida– la pesca industrial y la agroexportación, además de las remesas del exterior que envían peruanos afincados en otras partes del planeta sostuvieron el crecimiento económico y una prosperidad inédita en nuestra historia durante casi tres décadas. La última de ellas, con dificultades propias de la suspensión de grandes proyectos mineros, los vaivenes de la pesca por efecto de problemas climáticos y depredadores marinos, y la agroexportación, que viene de ser víctima deliberada de la lucha política. Unas izquierdas que están socavando con éxito los pilares del crecimiento y unas derechas que no parecían darse por enteradas hasta hace muy poco.

Hay quienes acusan al “extractivismo” de esta crisis agravada por la pandemia. Es cierto que nos iría mucho mejor si es que en vez de exportar minerales casi sin procesar, desarrolláramos por ejemplo una industria metalúrgica exportadora. Pero hay “muchas cosas” que nos pondrían en mejor posición, sin embargo no son ni por asomo el camino factible a seguir. No estoy seguro si quienes argumentan de ese modo, tienen razón o no la tienen. Lo que sí sabemos es que ese tema y otros similares debieran hacer parte del debate público abierto y extendido. Pero no están donde debieran. No se advierte que haya espacio para estos temas ni en la prensa escrita, ni en los medios radiales o televisivos, ni en redes sociales. La trivialidad, el evento disonante y barato, la última hazaña farandulera o el amarillismo político ocupan (casi) todos los tiempos y espacios.

¿Quiénes son responsables de que nuestro país desborde de frivolidad, algo doblemente penoso en esta grave crisis sanitaria, social y económica? Todos lo somos por acción, complacencia u omisión. La decisiones de los políticos en el poder, y omisión de quienes creen que nada ni nadie va a afectar su tren de vida y entonces no se preocupan de lo que acontece a su alrededor. Lo peor de todo eso es algo que los llevará al quinto infierno: la complacencia de quienes invocan cualquier falsa justificación para aplaudir al gobernante de turno.

¿Qué o quiénes podrían sacar adelante al país en medio de esta terrible crisis? Vemos que, pese a que entre ellos estuvo la mayor concentración de complacencia frente a la miseria de poder, se constata que hay reserva moral, anímica y de ideas en nuestras clases medias. La protesta popular frente al descalabro político y económico del último proceso electoral es más que significativa.

Pero no es solo “en las calles” donde se establecen escenarios de rebeldía. Hay mucha energía, conocimiento y aptitudes en espacios de ciencia e ingeniería en el Perú. La cruda realidad es que se encuentran invisibilizados y hace poco, más bien se hicieron notar por la utilización política que hizo de ellos el Poder Ejecutivo que encabezaba el vacado presidente Vizcarra. El fracaso de la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI) y la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) en la fabricación de plantas de oxígeno para atender las necesidades de la pandemia fue más que elocuente. Una institución educativa puede preparar prototipos y testearlos, puede formar gente que luego participe en grupos de trabajo para la fabricación de bienes o prestación de servicios. Es el semillero de futuros ingenieros, arquitectos y técnicos. Pero no es posible que pretenda convertirse de la noche a la mañana en una fábrica especializada.

¿Debemos investigar? ¿Queremos hacerlo? ¿Podemos? Ya no tenemos solo el reto de dar un mayor valor agregado en nuestra producción. Tenemos frente a nosotros el reto de la transformación digital. Es el mundo del siglo XXI. En el contexto de los esfuerzos por impulsar esa transformación digital de nuestra sociedad, los resultados innovadores esperados serán consecuencia directa de investigación (científica) sistemática, sostenible y productiva. 

¿Qué tipo de investigación? Toda investigación científica tiene la pretensión de aportar al conocimiento. En nuestro caso, aunque las aplicaciones teóricas son importantes y no se descartan, se hace necesario un énfasis especial en aplicaciones tecnológicas digitales. ¿Qué debemos hacer? Tenemos tres alternativas: 1) Hacer algo que antes nadie hizo; 2) Mejorar lo que otros hicieron; 3) Replicar el trabajo que otros hicieron, apoyando su validación y oportuna adaptación a otra realidad, la nuestra.

Nada de esto funciona sin una sostenibilidad financiera, logística y empresarial. Toquemos puertas. Se supone que hay mucha gente interesada en que nuestro país retome la senda del crecimiento y vaya aún más allá, apuntando hacia el desarrollo que nos hemos negado por acción, complacencia u omisión. Que esa rebeldía desbordada en las calles, se encauce a favor de acciones concretas, específicas y productivas.

Darío Enríquez
24 de agosto del 2021

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