Hugo Neira

Hemos visto de cerca el abismo

En el Perú se suele confundir política con borrasca

Hemos visto de cerca el abismo
Hugo Neira
22 de noviembre del 2020

«Dios no habría alcanzado nunca
el gran público sin ayuda del
Diablo» Jean Cocteau

 

El lunes pasado 15 de noviembre, usé la palabra caos y desmadre. Y me ocupé en señalar el poco talante de los políticos de estos últimos años, PPK, Keiko, Martín Vizcarra y Manuel Merino. Pero pensándolo bien, fue el mismo presidente Vizcarra el que produjo la mayor crisis política del Perú, solo comparable a cuando en el 30 de abril de 1933, un militante aprista mata al presidente Sánchez Cerro en el Campo de Marte donde una masa enorme de jóvenes le esperaban. Con camisas negras. Se evitó una guerra con Colombia pero eso produjo la dictadura del general Benavides de 1933 a 1939, y luego, el civil dictador Manuel Prado, de 1939 a 1945. El país como que se acostumbró a los gobiernos autoritarios. La presidencia de Bustamente y Rivero duró apenas tres años. La dictadura del general Odría cubre de 1950 a 1956. Después hubo periodos de democracia y periodos de autoritarismo, y así se nos fue un siglo. 

Hace una semana, expliqué qué figuras de la clase política —a saber, PPK, Keiko, Martín Vizcarra y Manuel Merino— «eran cuatro personajes que rompen la línea de progreso de la vida democrática peruana». Sin duda, la crisis política se inicia en el enfrentamiento del poder Ejecutivo en manos de PPK, y en un parlamento excepcional, Keiko Fujimori con 8,549,305 votos y una mayoría de 73 escaños. Pero en vez de ocuparse de su clientela electoral, intenta gobernar desde el Congreso. La bipolaridad Ejecutivo / Congreso la hereda Martín Vizcarra y el 30 de setiembre del 2019, disuelve el Parlamento. Gran parte de la opinión aplaude entusiastamente, y cuatro meses después, se llama a unas elecciones legislativas complementarias, el 26 de enero del 2020. Sin embargo, comete el presidente Vizcarra, un gran error. No se ocupa en tener una bancada. Y por otra parte, no es sensible a la actitud de la población desencantada. En el Latinobarómetro el Perú aparece entre los países más desconfiados ante los gobiernos que no se ocupan del pueblo. Y sin embargo, en esos comicios se presentan más de 2000 candidatos, y 21 partidos políticos, para competir por 130 escaños. Además, en los sondeos previos a esas elecciones, un 54% no sabía por quién votar. El resultado fue un Congreso fragmentado. A saber, Alianza Para el Progreso, 8,8%. Partido Morado, 8,1%. Podemos Perú, 7,4%. Fuerza Popular 7,1%. Somos Perú, 7%. 

¿Presidencia sin partido? ¿Congresistas con poco tiempo para expandir sus posibles servicios a una supuesta popularidad? ¿Y por delante, unas elecciones generales en el 2021? Hasta aquí llega la descripción de la vida peruana hasta hace una semana. La pandemia continuaba, el temor al contagio, la pérdida de empleos, y el dolor y la indignación por los escándalos provocados por el malhadado Odebrecht, que había desacreditado la clase política. Es cierto que habían aparecido nuevos partidos, como el FREPAP, el cuarto grupo en el actual Congreso. Pero hubo también como doce partidos que fueron importantes en el siglo XX, y perdieron votos y simpatizantes. La solución de ese triángulo pandemia-economía-instituciones, no era visible. El panorama era lúgubre. Y de pronto, la marcha de los jóvenes en las calles de Lima y en las ciudades del Perú. Con lemas fuertes y a la vez, sencillos: «Manuel Merino no es mi presidente». Cuando eso lo dice una muchedumbre y en particular los jóvenes, quiere decir que la democracia no admite la prepotencia. Y entonces algo inesperado. La calle obliga a la vacancia del político que había pasado del poder del Congreso al poder de Palacio. 

Y de pronto, otra sorpresa. De la noche a la mañana «un presidente intelectual». Le digo eso a una amiga por teléfono, y me responde, «es un milagro». Ocurre que solo un partido, el Morado, había votado en contra de la vacancia de Vizcarra. Y en consecuencia, según las reglas, tenía que ser un congresista de esa bancada el que sería primero Presidente del Congreso. Y luego, Presidente del Perú, hasta el año 2021. Francisco Sagasti. Seamos sinceros, hasta ese momento, peruanos y peruanas vivíamos en la mayor incertidumbre. Hay algo peor en política que un mal gobierno, el vacío de poder. Por eso el intitulado de esta nota, «hemos pasado cerca del abismo». 

Pensando en lo que nos está ocurriendo, recordé el libro último de Jorge Basadre, acaso una de sus obras mayores pero probablemente poco conocido. Se titula El azar en la historia y sus límites. Y Basadre dice: «mucho más lejos de la probabilidad, hállase, en apariencia, el azar». Y con más claridad un fenómeno, una coincidencia entre un sistema y un accidente. ¿Qué combate, el gran Basadre, con ese libro en realidad póstumo, en 1973 ? Lucha contra el pensamiento determinista, aquel que no toma en cuenta las bifurcaciones de la historia y las sociedades. Por lo general lo son los economistas, tanto marxistas como liberales. Como si no existiesen las crisis en la economía de mercado y metamorfosis en las generaciones, como es el caso de los jóvenes que hoy se autocalifican «la generación del Bicentenario». Ocurren, pues, estallidos populares —en Chile, en Perú— y políticos que tienen buena estrella. Y como se dice, «en política, nadie sabe para quién trabaja». 

Me hace reír el diario El Comercio, puesto que la edición del miércoles 18/11/2020 considera a Francisco Sagasti, «un promotor de la ciencia y la tecnología», y su bibliografía, al menos 4 de los 25 libros suyos. Por lo visto, como en los diarios limeños ya no se produce esa cosa rara que era una reseña, y porque los «comunicadores» no hacen esas cosas que 'ya fueron', para ser leído hay dos posibilidades en el Perú. La primera, es morirse. O ser Presidente. Que la ciencia y la tecnología fueran una preocupación por el desarrollo y la democracia, en Sagasti, resulta una novedad. Me permitiré la insolencia de recordar que hace más de veinte años circula Los 50 libros que todo peruano culto debe leer, obra de Francisco Sagasti, Max Hernández y Cristobal Aljovín. Lo editaron la PUCP y la revista Caretas. La Agenda Perú de Sagasti y Max Hernández. Otro caso que me divierte es una edición de Gestión. Se llama «¿Quién es quién?» Es una serie de personas, sin duda alguna importantes. Creí que podía ser los nuevos ministros. No era eso, los protagonistas son gente del sector family office. Gente que también se ocupa de la «emergente inteligencia artificial », así lo dicen. Interesante y muy casual, como quien dice «nosotros también». Mis felicitaciones si eso es así.

Al presidente Sagasti ya se le está escuchando y conociendo. En su primer discurso pide perdón en nombre del Estado, a las familias de Inti y Bryan, los héroes de las marchas. Y critica a «la clase política que no ha estado a la altura de los grandes desafíos». Luego, su primer gesto, después de los rituales republicanos, fue ir con un grupo pequeño de personas, a los hospitales donde yacen los heridos en los encontronazos policiales. Son los modales propios de un renombrado y notorio. Suele sin embargo, sonreír, aunque también arruga el entrecejo, si es necesario. Es alguien que no lleva rencor ni inquina, ni buscará la satisfacción de la venganza. Pero nos hemos acostumbrado al infortunio de confundir política con borrasca. El retorno a la pluralidad de opiniones, después de veinte años de odios y antis, va a ser difícil, sin duda alguna. Basadre decía que el Perú es el país de las «ocasiones perdidas». Como presidente ha dicho ya con sinceridad, algunas prudencias. Garantizar el equilibrio fiscal. Y la necesidad de endeudarse, dada la caída de los impuestos en un 30%. Y también ha dicho que la constitución necesita cambios, pero no es oportuno cuando vamos a unas elecciones. Eso sería una acción del próximo gobierno. Su agenda, pues, es corta pero hay que ocuparse de inmediato, ante la pandemia y la economía que comienza apenas a arrancar. 

En fin, a grandes portadas, los diarios han resaltado la idea principal, «devolver la esperanza al Perú». Digo todo esto sin interés alguno. Sagasti, como Max Hernández, son gente de mi generación. Muchos de ellos se han ido al otro barrio, y los echo de menos. Carlos Franco, Fernando Fuenzalida, Javier Tantaleán. Son numerosos. La generación de los 70. Y como muchos de ellos, podemos aplaudir a un amigo sin por eso pedirle algo. Está claro, ¿no? Estas cosas, por desgracia, hay que decirlo. Pasará un buen tiempo para que el peruano no dude del peruano. La corrupción y la demagogia han vuelto a los ciudadanos de mi país un tanto maliciosos. Bueno, tienen razón. ¡Cuánto de decepción y amargura en los que creyeron en los improvisados hombres de Estado de estas décadas! La calle, con otra generación, y un presidente que estudió toda su vida para servir al pueblo, puede ser un giro histórico acaso inesperado, pero al fin cambio, vuelco, viraje. Lo necesitamos. Como dicen algunos jóvenes, «este Perú no nos gusta». Quizá haya otro, y no nos damos cuenta.

Hugo Neira
22 de noviembre del 2020

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