Jorge Varela

Goodbye, Mr. Trump

¿Habrá otro caudillo semejante que rompa con todo?

Goodbye, Mr. Trump
Jorge Varela
19 de enero del 2021


¿Quién es Donald Trump? ¿Conoce usted a Donald Trump? La historia ya lo anotó en sus registros, para mal y para bien: vilipendiado y alabado, odiado y amado. Ha sido presidente de Estados Unidos de Norteamérica durante cuatro años, un mandato corto que no se olvidará. Calificado de narcisista, de misógino, de ignorante, de imbécil, de populista, de… sí, también de eso en lo que usted está pensando. Por eso no tiene sentido añadir epítetos y descalificaciones. Líderes como Kim Jong-un, Xi Jinping, Putin, Johnson, Merkel, Macron, Netanyahu y Erdogan, algo le conocieron; pero por lo que se sabe, nunca le temieron.

Para los grandes medios de comunicación estadounidenses ha sido y seguirá siendo el blanco predilecto de sus ataques. Esos medios que trasuntan el deseo oculto de emularlo incluso en sus miserias y defectos, y que expresan al mismo tiempo toda la basura y frustraciones del periodismo contemporáneo, incapaz de lidiar contra los centros de influencia financiera y de encarar al poder creciente e indómito de las redes sociales. A veces es difícil comprender la naturaleza concreta de esta pugna sucia entre un personaje mediático y las grandes cadenas de noticias, reflejo de intereses oscuros no admitidos. 

Trump es aquel personaje inculto que la élite empresarial, social y política de EE.UU. no ha estado dispuesta a reconocer como uno de sus mayores engendros; ese que el sistema no alcanzó a lanzar a tiempo por el barranco, como hacían los griegos, porque podía serle funcional. La aturdida ‘inteligencia’ endogámica de los campus universitarios tampoco podía aprobar, ni menos compartir, que un extraño les arrebatara el botín del poder y la facultad de pulsar el botón nuclear, aunque fuese por un breve lapso.

Trump irrumpe de esta forma como un bárbaro enfundado en su clásico abrigo negro, emergiendo de una limusina, también negra, con la arrogancia característica del necio dispuesto a arrasar. Solo que él no es el único. Hay otros con cartón universitario que se mueven con cinismo parecido y estilo refinado buscando el momento para actuar de manera sigilosa y discreta en lugares y recintos aparentemente pulcros y sin mácula, ejerciendo su influencia nefasta en sedes, oficinas periodísticas, centros de estudio, corporaciones, bufetes, salones y tugurios bien decorados. 

Trump, el cowboy sin ley, aparece así como el único y solitario gran destructor de la impoluta democracia estadounidense: un Atila en pleno siglo XXI, un Hitler sin bigote, sin contenido y sin contención. Mientras actúe a sus anchas, los demás pueden continuar lavándose las manos con alcohol en gel, que es lo que ahora se usa. ¿Ha escuchado o leído a algún redactor o director de medio de comunicación norteamericano que haya aceptado su corresponsabilidad en la degradación moral y cultural de dicha nación?

Para el sistema y el establishment, Donald Trump es un ser pandémico que es necesario desalojar de los sitiales donde se ejerce el poder. ¡La democracia está en peligro!, se lee en las portadas y se repite en los noticieros. Entre tanto los genios ejecutivos de Silicon Valley han hecho su aporte sibilino a la demolición y acrecentado la división ciudadana. 

La declinación de la democracia estadounidense 

Una época de gran incertidumbre se ha abierto en Estados Unidos, nación enfrentada a un nuevo enemigo interno que se suma a las ya conocidas amenazas provenientes del exterior. América está inmersa hoy en una guerra civil larvada con la que tendrá que convivir Joe Biden. Lo ocurrido en el Capitolio el 6 de enero plantea, entre otras consideraciones, una cuestión básica: ¿se trata de un accidente que la democracia norteamericana superará o se está solo en la fase inicial de un proceso de desestabilización que puede tener manifestaciones peligrosas para el futuro de EE.UU.? 

Esta democracia en crisis, construcción institucional heredada de los ‘padres fundadores’, para muchos todavía motivo de admiración y digna de ser imitada, no es la maravilla soñada que se proclama. El mecanismo de elecciones vigente en el país del norte, ha mostrado imperfecciones y fisuras que permiten dudar acerca de si favorece o distorsiona la real expresión de la voluntad soberana de sus ciudadanos. 

¿La causalidad y responsabilidad por los daños de lo que está aconteciendo y el deterioro que precede al derrumbe, pueden atribuirse exclusivamente a Donald Trump? “Trump no es tanto la causa del deterioro político y moral de la sociedad que preside como su consecuencia. No se puede olvidar que tuvo 74 millones de votos en las pasadas elecciones”, ha escrito Juan Luis Cebrián (El País, “Un psicópata en la Casa Blanca”, 11 de enero de 2021).

Ya existía “trumpismo” antes de Trump, si se entiende al trumpismo como populismo antisistema. Posiblemente el fenómeno descrito seguirá activo incluso si Trump dejara de ser la figura emblemática del movimiento y desapareciera del escenario político. Recuérdese el nacimiento del Tea Party hace algo más de una década, en el seno del viejo Partido Republicano de Abraham Lincoln.

Pero hoy el desafío para sus adversarios políticos y económicos es distinto, pues están ante quien no cumple normas ni rituales, y que los enfrenta con elementos de su mismo arsenal tecnológico-informático, personificando la mejor versión siglo XXI del maquiavelismo renovado. La gran interrogante es: ¿después de Donald Trump habrá otro caudillo semejante que rompa con todo? ¿O solo Trump podría sustituir a Trump?

Jorge Varela
19 de enero del 2021

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