Raúl Mendoza Cánepa
Fundemos el Partido Civil
Un buen momento para iniciar un proyecto nacional

Manuel Pardo fundó el Partido Civil con una visión modernista, una ruptura de la falsa república. Desde luego que su gen no era el mejor si se cuenta que varios de sus integrantes vieron al Estado como un botín, porque si ha habido un fenómeno notable en el Perú es que durante un buen tramo de su historia no hubo una clase dirigente, hubo una clase dominante. Dirigir es tener una visión de futuro. Diego Portales, en Chile, tuvo una visión y un liderazgo histórico que hizo de su país una potencia continental.
Nuestra élite prefirió siempre la comodidad virreinal, tanto que San Martín creyó con Monteagudo que una monarquía era lo viable ¿Expulsar a los españoles? ¿Para qué? Tuvo que venir Bolívar para hacer lo que San Martín no pudo, imponer la Independencia a sangre y fuego. Nos separamos de España con paredones, sin pasión, sin revolución liberal.
Mientras la presidencia la disputaban los militares en los campos de batalla, la “clase dominante” fabricaba sus pequeñas fortunas. Pero no por el recio capital, sino por las concesiones que el Estado le daba: la consolidación con Echenique (pago por servicios prestados en la Independencia) y el guano (más un obsequio que una apuesta capitalista) ... Decir que los dominantes eran ilustrados es un exceso, una idealización de Bartolomé Herrera: eran mercaderes y notables llamados a políticos.
Del caos del siglo XIX se llegó en el XX a la República Aristocrática. Nada nuevo, salvo el repliegue militar, su retorno y el desarrollo de los partidos de masas. Las grandes concepciones generales de la sociedad y el Estado comenzaron a ser el germen de las nuevas elites intelectuales sutilmente próximas al socialismo. Podían ruborizarse con Stalin (como más tarde lo harían con Sendero), pero la izquierda era poesía e inteligencia. Fácil explicar el filo izquierdista de la cultura y de la vida académica si los “dominantes” preferían sus negocios. Porque si tuvimos una clase más o menos liberal, esta fue solo comercial.
Tras la derrota “militar-policial” de Sendero Luminoso, la república desde Paniagua siguió siendo dirigida por una elite progresista, heredera de Velasco, esa fue nuestra clase dirigente. Llámenla “caviar”, socialista o como gusten, da lo mismo. Los liberales seguían haciendo negocios. Un puñado heroico desde el MEF fabricaba crecimiento, pero le faltó organicidad y proyección. Los liberales no fundaban oenegés. Lo más próximo fue De Soto en el ILD, poco para decenas de intelectuales progresistas que se multiplicaban en los medios y la academia.
La clase dominante engordaba sus cuentas, mientras la “clase dirigente” creaba comisiones de la verdad, oenegés, partidos, feudos académicos, redes burocráticas, colectivos sociales, contrapesos a la inversión en el Parlamento y en las minas, agendas y vínculos con las organizaciones sociales, puentes con las organizaciones globales. Un partido que diera visos del auge de una derecha popular que capturara el tercio aprista era un peligro; por tal, el enemigo no fue Sendero, fue Fujimori.
Hace muchos años un grupo de liberales quisimos fundar un partido, los viejos aburguesados del Fredemo miraron de lado. Tratamos de crear una ONG liberal tan poderosa como el IEP y el IDL para rebatir a la izquierda en todos los frentes, los empresarios se dieron la vuelta. Quizás usted ni haya escuchado del Instituto del Ciudadano. No tuvo un Soros. Clase dominante y clase dirigente, las dos por separado. ¿A quién le extraña que algunas empresas la emprendieran contra Merino o que algunos medios prefieran la empresa mercantilista antes que al periodismo? Todas ellas serían la cola de novia del castrochavismo para sobrevivir.
Castillo y Cerrón son el rostro de un río que corría bajo nuestros pies. Pardo y Portales nos miran de reojo, porque siempre hay tiempo para dirigir un proyecto nacional. Como Víctor Andrés Belaunde en San Marcos, es hora: ¡Hagamos patria!
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