Martin Santivañez

Ficciones de la izquierda

Ficciones de la izquierda
Martin Santivañez
30 de enero del 2015

¿Fue la derogatoria de la ley “pulpín” una “gesta revolucionaria”?

Los voceros de nuestra izquierda me recuerdan a los locutores deportivos que pintan triunfos donde solo hay derrotas para el país. Ciertamente, la farsa de la ley pulpín fue mal diseñada y peor ejecutada pero de allí a comparar a las movilizaciones, como lo hacen los voceros de nuestra izquierda, con una “gesta” revolucionaria habla mal de las propias marchas y también de la capacidad de autocrítica de la siniestra peruana. Alterar la realidad sirve a algunos para llegar al gobierno, pero nunca para gobernar.

En sentido estricto, la izquierda siempre ha jugado a la primera ficción de la política: la exageración. Cuando sus derrotas son profundas, minimiza y se victimiza. Cuando logra un gol de suerte, porque el arquero del gobierno se ha desmayado por insolación o se ha dopado voluntariamente, grita el tanto como si el estadio fuera el Maracaná. La izquierda capitaliza los errores ajenos porque es incapaz de generar triunfos propios. Exagera los movimientos y tilda de “gesta” la movilización de un grupo concreto de jóvenes presentando a sus seguidores la ficción estrecha de un movimiento amplio y popular. La realidad es muy distinta. La corta marcha de los pulpines tuvo enfrente a un gobierno débil. Nada más.

Lo grave no es la fortaleza de los pulpines, algo discutido y discutible. Lo verdaderamente grave es la aniquilación de toda capacidad de respuesta del humalismo con un mínimo de lógica y firmitas. La política produce paradojas interesantes. Los Humala, hasta hace unos años denostados por el mismo Vargas Llosa, ese sumo sacerdote de lo políticamente correcto, ahora encarnan la continuidad del sistema y terminan doblegados por un brevísimo conato de antisistema. El humalismo, que nació populista y que pretende legarnos al populismo (Urresti es un chavista que viste como chavista, habla como chavista, insulta como chavista y gobierna como chavista), se ha debilitado tanto por sus propios errores que no atina a defender una posición secundaria. Y el que no defiende lo secundario será derrotado en lo estratégico.

Las izquierdas del mundo son duchas en el arte de la ficción. La política moderna está construida sobre las ficciones que la izquierda ha promovido y que el resto ha aceptado sin mayor combate teórico. La nueva ficción de la izquierda consiste en declarar la insolvencia intelectual de toda tecnocracia y sostener que solo la política tiene la llave para la solución de nuestros problemas. El error, por supuesto, es que hay tecnocracias y falsos tecnócratas. O, lo que es lo mismo, hay buenos profesionales e ídolos de barro. Los diseñadores de la ley pulpín son tecnócratas de barro. Cometieron un error impropio de una tecnocracia efectiva, no midieron el entorno y la oportunidad. La solución a este desacierto no necesariamente era política. Bastaba con un frío análisis tecnocrático. Aquí el error lo provocó una mala tecnocracia (es decir, una falsa tecnocracia) no la tecnocracia en sí. Los defensores de la política a ultranza odian a la tecnocracia porque son incapaces de construir algo duradero. No entienden el gobierno real. Solo comprenden sus modelos estadísticos o, peor, sus premisas ideológicas. Por eso, ante este extravío, es preciso recordar que la verdadera tecnocracia es efectiva, cumple, gobierna, ayuda a construir un país. El resto, la demagogia ideológica, solo sabe criticar a los falsos tecnócratas que carecen del doctorado impartido por la realidad.

Por Martín Santiváñez
(30 - Ene - 2015)

Martin Santivañez
30 de enero del 2015

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