Heriberto Bustos
Extrañando el recreo
Facilitan la adquisición progresiva de la personalidad

Llevamos buen tiempo sin el desarrollo de las actividades educativas en el seno de las escuelas. Y por ser partícipes del programa Aprendo en Casa, sin darnos cuenta, estamos empezando a familiarizarnos con esta peculiar forma de educar, donde los responsables de la dinámica educativa, tras promesas incumplidas de favorecer a los estudiantes con la entrega de laptops o tablets, intentan mostrar su “efectividad” y “calidad” concentrándose en aspectos formales como cumplir con el currículo, presionar el trabajo docente, buscar canales de evaluación, exigir a directivos la ejecución de innumerables informes sin ton ni son. Y descuidando las expectativas y necesidades de los estudiantes al ignorar su formación como personas. Ocurre una especie de retorno al tratamiento de contenidos y seguimiento de aprendizajes.
La idea de considerar a la escuela solamente como responsable de transmitir conocimientos –vía procesos pedagógicos con el uso de la didáctica, metodologías de enseñanza-aprendizaje y procesos de evaluación como resultado de tal o cual “programa exitoso”– ha sido superada. Hoy se entiende la importancia, en sociedades cada vez más diversas, de forjar en los estudiantes actitudes de socialización, dando curso a la construcción de relaciones interpersonales de armonía.
Ahora bien, junto a la familia, medios de comunicación y algunos grupos de referencia, la escuela constituye un escenario importante en el proceso de socialización de las personas. En ella se realiza lo que podríamos denominar el primer encuentro personal, donde lo racional se va posesionando sobre lo afectivo sin “desaparecerlo”. Los afectos familiares van cediendo su lugar a la simpatía y amistad de otros, y se opera el inicio de una vida en común, resultado de la coexistencia física y pacífica de individuos que encuentran en el acto humano y solidario de compartir el inicio de nuevos lazos de relación y cercanía, haciéndonos seres sociales. Dicho de otro modo se efectúa el reconocimiento de ser parte de algo mayor, del grupo, de la sociedad.
En ese contexto, por la interacción existente, el recreo constituye un escenario inimaginable de socialización, en él se desenvuelven acciones que permiten oportunidades para el descanso y satisfacción de necesidades fisiológicas, la construcción de relaciones amigables o de confrontación, y el desarrollo de valores sociales. Son experiencias que, al desenvolverse de manera continua, facilitan una adquisición progresiva de la personalidad. Por eso no debe resultarnos extraño que cuando se pregunta a los niños sobre lo que más valoran de la escuela, recibamos por respuesta el recreo.
Nuestros hijos, llevan más de siete meses separados de sus pares, de sus amigos, de su grupo, cuyas costumbres y secretos son solamente de ellos; un tiempo en el cual se ha cortado el devenir de su desarrollo personal. Es de imaginar la frustración que los acompaña y cuánto extrañan esa pequeña parte de la jornada escolar. El valor del recreo lo señalaba en su época William Shakespeare(*), de la siguiente manera: “¿Y qué se obtiene impidiendo el recreo sino tristeza y un tedio melancólico, parientes de la sombría y desolada desesperación, y a sus talones una gran tropa infecciosa de pálidas dolencias y enemigos de la vida?”.
Esta angustiosa situación, debe despertar nuestra inteligencia para devolverles la esperanza del retorno, e imaginarnos con urgencia el fomento de prácticas de interacción entre amigos, cuyo valor en momentos de aislamiento, enfermedad y fallecimientos no tiene medida.
* La comedia de las equivocaciones
COMENTARIOS