Darío Enríquez

Estamos en un momento crucial de nuestra historia

Rescatemos la reserva anímica necesaria para dar la batalla cultural

Estamos en un momento crucial de nuestra historia
Darío Enríquez
06 de abril del 2021


Este es un extracto notable de un célebre discurso libertario : 

A ustedes y a mi nos han dicho que debemos escoger entre izquierda y derecha. Pero yo les sugiero que no existe izquierda ni derecha, solo existe arriba y abajo. Arriba está el sueño antiguo del hombre de la máxima libertad individual posible, manteniendo el orden, y abajo, el hormiguero del totalitarismo. Sin poner en duda su sinceridad, sus motivos humanitarios, aquellos que sacrificarían la libertad por la seguridad, se han embarcado en ese camino descendente [...] tenemos enfrente al peor enemigo que la humanidad ha conocido en su largo camino desde los pantanos hasta las estrellas. Y se ha dicho que si perdemos esta guerra, y por ello perdemos esta nuestra libertad, la historia recogerá con el más grande asombro que aquellos que tuvieron más que perder hicieron lo menos para prevenir que ocurriera (Ronald Reagan, Time for Choosing, 1964).

Impresionante cómo, pese a los casi 60 años transcurridos, y tratándose de un contexto geopolítico muy particular, estas palabras se aplican en forma perfecta al momento crucial que vivimos en nuestro Perú. Enfrentamos esa larga y falsa dicotomía entre libertad y seguridad. Parafraseando al Nobel de Chicago: si ponemos la libertad por encima de la seguridad, obtendremos mucho de ambas; si ponemos la seguridad por encima de la libertad, perderemos mucho en todo.

Las últimas dos décadas, y más estrictamente desde 1997 (casi un cuarto de siglo), una vez que nuestro país estableció las bases sólidas del crecimiento con economía saneada, moneda firme y ambiente de negocios propicio, los sucesivos gobiernos socavaron progresivamente esas bases interviniendo en el Estado para saquearlo. El gasto corriente estatal en salarios, consultorías y similares ha aumentado cinco veces desde entonces, mientras que la calidad de sus prestaciones en salud, educación y seguridad van de mal en peor. Un despilfarro criminal que hoy se muestra descarnado e inclemente en esta crisis sanitaria.

Es el estatismo en su más perversa mezcla: lumpen, liberticida, corrupto y parasitario. Por eso el profesor español Jesús Huerta de Soto nos advierte que, como el socialismo presenta diversas, tropicales y confusas variantes, debemos saber identificar aquello que lo hace evidente: el estatismo. De hecho, no se trata solo de derecha o de izquierda, pues el drama es que ambas pueden ser y son estatistas.

Cuando los principios libertarios se aplican, la realidad inapelable muestra que no hay formas puras. Eso debe tenerse siempre presente. Incluso países prósperos que se encuentran en el top 10 de los índices de libertad, tienen intervencionismo estatal. Aquí debemos analizar con cautela. No es necesariamente «estatismo» si el Estado interviene en procesos donde, por definición libertaria, deben primar intercambios voluntarios, acuerdos libres y coexistencia pacífica. Solo irreflexivas o sobrerreflexivas visiones distópicas pueden pretender «formas puras».

Un punto es el sentido de urgencia. No se trata de abolir el respeto a la propiedad (que es lo que hace el estatismo totalitario, valga la redundancia) demonizando a «los ricos» para expropiar sin pago o con imposición estatal de una forma espuria de pago. Se trata de atender urgencia y compensar en su momento a propietario legítimo por bienes tomados para cubrir tal urgencia, volviendo incluso a la situación previa si fuera posible o necesario.

Otro punto es la intervención estatal para preservar los principios de libre competencia y paz social. Esta intervención contra monopolios, dumping o violencia que afecten voluntad de intercambios y libertad de acuerdos es plausible. Se abre toda una discusión sobre la «intromisión» estatal en contratos laborales, por ejemplo. Se requiere sin duda un marco legal mínimo y el resto es libre acuerdo entre partes. Es lo que se evidencia en la praxis exitosa de países prósperos y en la tozudez de políticos en sociedades inviables que todo pretenden resolver con «una nueva ley».

La batalla contra el estatismo ha dejado de tener su centro en cuestiones económicas para orientarse a temas socioculturales. Como ya hemos tratado en anteriores entregas, resulta que «el estatismo fracasó tratando de imponer economía y política de modo vertical, autoritario, tiránico […] por ello, las izquierdas volvieron recargadas con una agenda sociocultural que pretende imponer verticalmente nuevos valores desde la coacción, coerción y violencia legal del Estado. Vieron cómo quienes no estaban dispuestos a aceptar imposición estatal en economía y política, si lo aceptaban en temas socioculturales» (https://www.elmontonero.pe/columnas/lo-que-arriesgamos-en-estas-elecciones).

Debemos reiterar nuestra toma de posición electoral según lo que dimos a conocer en el artículo referido. El globalismo autoritario extiende sus tentáculos y nuestro país ya es escenario de la batalla cultural. La vieja Europa vive una crisis provocada por ese nuevo y peligroso autoritarismo. Entre las cinco opciones que tienen abierta la posibilidad de llegar al ballotage de la segunda vuelta, dos de ellas son compatibles con la parte economicista de nuestra visión del mundo: Hernando de Soto y Rafael López Aliaga. Aunque ellos dos iniciaron su carrera electoral prácticamente desde una misma propuesta económica.

Sin embargo, es en el tema sociocultural en donde, a nuestro parecer, se encuentra una diferencia decisiva: defensa de valores, creencias, tradiciones, diversidad y derechos socioculturales que el (falso), progresismo ha secuestrado. Si permitimos que un Estado opresor decida tanto sobre nuestra vida o muerte como respecto a nuestros valores familiares y la formación moral de nuestros hijos, ese Estado no tendrá reservas ni barreras para inmiscuirse arbitrariamente en todo otro aspecto de nuestras vidas. Nada detendría entonces al estatismo salvaje.

Como en la cita que insertamos al inicio de esta entrega, resulta incomprensible constatar cómo aquellos que tienen más que perder hacen tan poco y hasta son complacientes con quienes se proponen destruir las formas y los fondos de sus vidas de hoy. Se reitera la pasividad y hasta indiferencia de grupos importantes en sectores A y B1, extendido pero felizmente no generalizado. Se trata tal vez aburguesamiento, altoclasismo, una suerte de síndrome de Estocolmo mediático o todo junto y revuelto. Es en sectores B2, C, D y E que encontramos aún esa reserva anímica necesaria para dar la batalla cultural por nuestros valores, creencias, tradiciones y diversidad. Reiteramos nuestro voto por Rafael López Aliaga.

Darío Enríquez
06 de abril del 2021

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