Carlos Adrianzén
¿Estamos en recesión?
La realidad que el Gobierno no quiere aceptar
En estos días, después del popular (y autodestructor) discurso presidencial de hace una semana, se habla mucho más del vocablo “recesión”. Por ello en estas líneas los invito a enfocar dos interrogantes. La primera implica aclararnos qué es una recesión. Esto como marco de análisis para responder la segunda, dilucidar quiénes tienen la razón: quienes dicen (o decimos) que ya estamos en recesión o que esta es cuestión de días, o quienes —desde el Ejecutivo y sus medios— sostienen que aquí no pasa nada, que ni estamos en recesión ni es cierto que estamos cabalgando cerca de ella. Es más, que estaríamos a punto de recuperarnos y a velocidad astronómica.
Para cualquier lector la palabra “recesión” tiende a asociarse a un evento amargo. Algo ajustado a la definición de cualquier diccionario. Es decir, la depresión pasajera de las actividades económicas. Otro lector más detallista —que por ejemplo, use en el “glosario de términos” del Banco Central de Reserva— encontraría una definición diferente: que hay un periodo recesivo cuando se produce una caída de la reducción del PBI real, pero enfatizando algo diferente, que esa caída debe darse en un periodo prolongado de tiempo.
De aquí en adelante, el cielo es el límite en términos de sutilezas en las definiciones de recesión. Mientras el brillante economista inglés J.R. Hicks, en el siglo pasado, definía una recesión como un periodo iniciado cuando el crecimiento de la inversión privada neta de depreciación se hace negativa, para autores más recientes y enfocados en la teoría de los ciclos económicos, la recesión corresponde a la fase descendente de un ciclo e implica la reducción de casi todas las variables económicas, como la inversión, el consumo, la educación y el empleo.
En el caso de una plaza emergente como la peruana, implicaría la contracción de variables como la inversión, el comercio y la formación de capital; no pocas veces en forma simultánea. Otros autores dibujan la recesión en el monitoreo ajustado del corto plazo. Monitoreo vinculado a cinco indicadores: PBI real, ingresos, empleo, manufactura y ventas minoristas. Repiten que una recesión se da cuando la tasa de crecimiento del PBI es negativa durante dos trimestres consecutivos o más.
Esta perspectiva nos refiere a la visión de la NBER (la estadounidense Oficina Nacional de Investigación Económica), que define la recesión como una disminución significativa de la actividad en toda la economía. Un disminución que dura más de unos pocos meses y que resulta normalmente capturada en el comportamiento del PBI real, los ingresos reales, el empleo, la producción industrial y las ventas mayoristas y minoristas. Una recesión comienza justo después de que la economía alcanza un pico de actividad y termina cuando la economía alcanza su punto más bajo. Para cerrar el círculo vale tomar en cuenta que existen otras definiciones poderosamente sencillas. Nos refieren a que la economía no está funcionando bien. Que la producción industrial y la actividad comercial se comprimen y hay muchas personas sub y desempleadas.
En esta discusión no son pocos los expertos, e incluso los hacedores de política que se aferran a definiciones simplificadas como la de que la recesión implica concretamente dos caídas trimestrales sucesivas en el PBI. Su principal limitación se asocia con el hecho de que una recesión refleja un declive o desaceleración que se refuerza a sí misma. Que se da cuando una caída en el gasto conduce a recortes en la producción y, por lo tanto, en los empleos; lo que provoca una pérdida de ingresos que se extiende por todo el país y desde una industria hacia otra, perjudicando las ventas y, a su vez, retroalimentando una nueva caída en la producción. En efecto, un círculo vicioso. Nada es tan simple, hay que enfocar retroalimentaciones.
Así y rebobinando: podemos sintetizar que un cuadro recesivo implica una disminución de niveles de actividad que se refuerza a sí misma. Que, por ejemplo, caen las exportaciones retroalimentando una menor inversión privada y configurando una caída sostenida del PBI. Claro está, si todo ello estuviese bien medido. Considerando nuestra propia historia de correcciones en la medición del PBI y de censos con erratas de cinco millones de habitantes, esta última observación no es una de importancia marginal.
Dado lo anterior, las respuestas a la segunda interrogante resulta más llevadera; dada la ayuda de los datos. Algunos hechos estilizados post humalistas, muerden. Entonces… ¿ya estamos en recesión o es solamente una cuestión de días? Si usamos la definición estándar de dos trimestres consecutivos de caída del PBI o un año completo —ver figura I— no estaríamos en recesión. A mayo pasado la tasa de crecimiento real anualizada del PBI real bordearía el 2.6%. Si pasivamente enfocamos su tendencia anualizada lineal, la recesión no sería inminente. Si los efectos del discurso presidencial de la semana pasada y los acontecimientos e incertidumbre que este despertó, la contracción de la inversión (tanto pública como privada) y el comercio exterior (las Bambas at al) asociable a este evento podría profundizar comportamientos recesivos súbitamente. No es, pues, descartable una recesión en los doce meses venideros.
Asimismo, el uso de una definición hicksiana, en cambio, así como la ponderación de la retroalimentación entre exportaciones tradicionales e inversión privada, hace mucho más verosímil (ver figura II) que un cuadro recesivo se desarrolle en los meses venideros, ceteris paribus.
Entonces ¿Aquí no pasa nada? Definitivamente, atravesamos una fase de declive en la que crecemos, comerciamos e invertimos a ritmos cada vez menores. La figura III confirma cómo las tendencias de actividad económica se han deteriorado significativamente a lo largo del presente año.
A marzo pasado, los valores anualizados del crecimiento de las exportaciones y la inversión privada (ver figuras III y IV) resultan fluctuantes y menores; mientras que los efectos previsibles del discurso presidencial no son esperanzadores. Por supuesto que el Gobierno podría quebrar la disciplina fiscal y tratar de inyectar gasto a lo Garcia I. El detalle aquí pasa por recordar cuáles son los efectos finales de una iniciativa de este tipo bajo una receta mercantilista-socialista. Nótese aquí (observando la Figura III) la sostenida tendencia depresiva de la inversión bruta fija privada. A ello habría que deducirle algún estimado de depreciación; con lo cual el cuadro recesivo a lo Hicks quedaría evidenciado.
¿Y la interrogante sobre si estamos cabalgando cerca de la recesión? Un segmento crítico de nuestra economía ya registra una fase sectorialmente recesiva. La figura subsecuente describe el ritmo anualizado de la producción primaria y la no primaria. Los sectores primarios —particularmente el minero— registran los impactos negativos de una política minera errática e incapaz de mantener condiciones operativas mínimas para la actividad minera en diferentes proyectos del país. A pesar de la todavía favorable coyuntura de los precios internacionales.
Pero ¿Existe algún subconjunto de indicadores locales o globales que nos señalen que estemos a punto de recuperarnos (y, como dicen algunos entusiastas, a velocidad astronómica)? Enfocando el entorno global y los efectos de la guerra comercial chino norteamericana, eso no parece tener fundamento. Accidentes afuera, localmente la cosa es peor. Tanto los severos retrocesos de política económica, el ruido político asociado a la accidentada y pasiva gestión de Martín Vizcarra, cuanto su poco lúcido discurso de Fiestas Patrias, tampoco ayudan en estas esperanzas, porque se requeriría algo muy parecido a un milagro salvador.
La última figura de estas líneas grafica meridianamente la situación ex ante al discurso aludido (y su inercia de contracción continua, a través de la tasa de crecimiento promedio anual para los últimos cinco años). Sobre esta línea y un discurso presidencial que ha dejado sobre el tapete el acelerado tránsito hacia la demolición del régimen económico de la actual Constitución Política hacia un régimen más cercano a Venezuela o Bolivia que a Colombia o Chile. Bajo esta perspectiva, la recesión (o la profundización de esta) resulta hoy un cuadro mucho más oscuro de lo que el Gobierno saliente desea aceptar a través de sus voceros.
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