Carlos Adrianzén

Las peligrosas pócimas del Consejo de Europa

El llamado “milagro económico europeo” se está desvaneciendo

Las peligrosas pócimas del Consejo de Europa
Carlos Adrianzén
11 de junio del 2025


El carácter contraproducente de la búsqueda de la redistribución de los ingresos desde los escritorios dista mucho de haber sido apropiadamente discutido. Incluso hoy, en ciertos ambientes, se forma a los estudiantes usando pócimas ideológicas redistributivas como el núcleo de la definición de ciudadanía. Recetas, dicho sea de paso, irrebatiblemente ridiculizadas por los datos y la teoría. 

Textualmente se llega a insinuar que los sistemas de ciudadanía pueden perpetuar o ayudar a abordar la desigualdad, y se remarca que lo económico nos refiere aisladamente al acceso al trabajo adecuado, a un nivel de ingresos etiquetado como “sustento digno” y a la estructura de participación en los mercados. Incluso algunos documentos no científicos, o panfletos burocráticos, ignoran hasta la vieja contraposición entre distribución y producción. 

Más allá que el grueso de los miembros de la Unión Europea aún registre ingresos de nación desarrollada o fronteril, la data de la Base de indicadores de Desarrollo Global del Banco Mundial contrasta meridianamente el declive económico de la Unión desde 1970 (ver Figura 1). Claramente, la inercia actual no los favorece. 

El llamado “milagro económico europeo” se va lentamente desvaneciendo. Y es que el notable empequeñecimiento relativo europeo (ver gráfico superior de la figura 1) y lo reducido de su tasa de crecimiento económico de largo plazo (ver gráfico inferior) no resultan una casualidad. 

Para visualizar esto nada mejor que un ejemplo. Me refiero a los efectos de la aplicación de las ideas irracionalmente redistributivas del Consejo de Europa (i.e.: las disparatadas prescripciones económicas de la escala de Arnstein; incluyendo la adaptación de Hart al uso político de la infancia), y el gigante declive económico y minimización del crecimiento de la economía de la unión europea.

Y es que, el apostar por manejos económicos delimitados por ideologías marxistas y/o neomarxistas, con eso de que los sistemas de ciudadanía implican necesaria y exclusivamente lo distributivo, ha tenido costos difíciles de esconder. Un claro declive de largo plazo.

En naciones ricas –como los miembros de la Unión Europea– implica el retorno a la pobreza y la opresión. Aplicar en cambio estas ideologías en naciones pobres como el Perú –y tal como sucedió en Venezuela– implica otro de esos cuadros de severo derrumbe económico; pero también implica un genocidio producto de los deterioros de la oferta de servicio básicos. 

Notémoslo bien. El hecho, lo aludido párrafos atrás, eso de que se pretenda replicar estas creencias e ideología en ambientes deteriorados como el peruano, significativamente más pobre e inestable, implica per se una práctica intelectualmente aberrante y socialmente costosa.

Aquí la Unión Europea en el lapso 1970-2023 contrasta una evidencia de fracaso económico difícil de esconder. En promedio un ciudadano europeo registra grosso modo la mitad del ingreso del registrado por un estadounidense. Incluso, la hipótesis de la creciente divergencia global de los ingresos por persona se registra también –increíblemente– para el promedio de este conglomerado europeo.

Pero notemos el otro plano relevante. Caminar hacia el mayor subdesarrollo gracias al incremento de la opresión económica y política, aunque esta se venda electoralmente a nombre de la redistribución de ingresos, solo resulta una opción justificada por los colaboradores de un régimen totalitario.

 

Epílogo: cuidado con el contrabando totalitario

Hoy usar la performance europea como referente de gestión económica exitosa solo puede ser justificada por un aberrante sesgo ideológico. Si recordamos al extraordinario politólogo norteamericano William Riker, la idea de que los sistemas de ciudadanía se deben concentrar en manejar la desigualdad nos refiere a una confusión básica. Las motivaciones ciudadanas de un elector importan. En un país pobre, optar por la redistribución a rajatabla resulta algo iluso. Menor crecimiento implica una menor reducción de pobreza. Pero un ciudadano es, por encima de las creencias o los sentimientos, racional.

Abortar el crecimiento siguiendo afanes redistributivos desde la burocracia, no solamente implica pobreza. Implica una visualización de una ciudadanía, básicamente inhumana e irracional, calcada de la teoría de la alienación. Una elusiva opción para vender la defensa del totalitarismo. 

La misma chola, pero con una pollera europea a todas luces deteriorada. 

Carlos Adrianzén
11 de junio del 2025

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