Darío Enríquez

Espacios de reflexión a partir de la crisis Covid-19

¿Podemos diferenciar lo esencial de lo accesorio?

Espacios de reflexión a partir de la crisis Covid-19
Darío Enríquez
24 de marzo del 2020


La gran crisis global del Coronavirus (Covid-19) no tiene precedentes. Y en medio de una “infósfera” saturadísima, seguimos tan desinformados como lo estuvimos al principio. Hay más dudas que certezas respecto a este enemigo viral que conocemos apenas algo más de 90 días, sin llegar aún a saber todo lo que se necesita para combatirlo eficazmente. En todo el mundo se han aplicado medidas similares, pasando por cuarentenas, severo aislamiento de infectados, uso intensivo del sistema de salud pública integrando entidades estatales y privadas, aplicación impresionantemente masiva de pruebas para su detección y también lamentable indiferencia por parte de ciertos sectores de ciudadanos. Aunque hay algunos países casos que parecen haber resuelto la amenaza, y otros que recién están entrando a región crítica (en serie de tiempo con curva de infectados), nadie puede declarar que “ya venció” al malhadado virus.

Nuestras vidas han sufrido un impacto nunca imaginado. Y de las diversas experiencias que se van viviendo en medio de esta emergencia planetaria, hay quienes hablan de “lecciones” que nos da el destino e incluso –desde una visión panteísta– se habla de que la Pachamama estaría pasando factura a nuestro pernicioso comportamiento en contra de ella. Siendo menos fantasiosos y evitando caer en una suerte de sermoneo apocalíptico, prefiero decir que con todo lo que estamos viviendo, y lo que aún nos falte vivir de estos eventos, se nos abren muchos espacios de reflexión para trabajar una vez que volvamos a algo que pueda llamarse (nueva) normalidad. Mencionaremos cuatro de esos espacios.

La importancia de la Familia (así, en mayúsculas), no solo porque sostiene y hace viable (en tanto individuos) nuestro proceso de socialización, sino porque una vez más muestra ser elemento fundamental e insustituible en la definición y construcción de nuestra sociedad. Su defensa es algo que debemos organizar de modo explícito, pues falsos modernismos pretenden vendernos la idea de que es un anacronismo que impide el progreso.

La necesidad de contar con una economía sana. En medio del pánico de los primeros días, compradores asustados prácticamente vaciaron anaqueles y depredaron todo comercio que ofrecía bienes de primera, segunda, tercera y hasta cierta ignota necesidad. En muy pocas horas, casi todo estuvo reabastecido para nuevas ventas del día siguiente. Muy especialmente, ese enorme y complejo sistema alimentario, cuya dinámica espontánea atiende casi en automático necesidades y demanda de 32 millones de peruanos. No requiere una “sabia” planeación central estatal que falazmente pretenda definir cantidades, precios y métodos de producción. Los consumidores ni pensaban (parece que ahora sí empiezan a hacerlo) de dónde vienen los alimentos que compran, que haya tanta gente que interviene en ese proceso cuasi “mágico” que hace posible el tren de vida que llevan.

¿Funciona nuestro Estado? No. Tiene muchas limitaciones, que no se condicen con la gran cantidad de recursos obtenidos desde una muy eficaz maquinaria recaudadora de impuestos. Si acaso una décima parte de esa eficacia se trasladara a la prestación de servicios, otra sería nuestra realidad y estaríamos en la senda del desarrollo. Queda como reflexión, por enésima vez, que un Estado debe cumplir con solvencia tareas referidas a seguridad (interna y fronteriza), salud pública e infraestructura. Solo después de hacerlo satisfactoriamente en estos rubros, puede ir a “algo” más, siempre y cuando cuente con consentimiento expreso de los dueños del problema y del dinero, los que en verdad generan riqueza, los ciudadanos contribuyentes forzados.

No tiene mayor sentido y hasta linda en lo criminal que no tengamos ni agua potable en 60% de colegios estatales. Es indignante que bebés prematuros mueran por falta de incubadoras, con el agravante de que no se trata de zonas alejadas, sino de grandes aglomeraciones urbanas. Que haya dinero para derrocharlo en espectáculos mediáticos, en consultorías inútiles o en publicidad estatal en medios privados –actos que rayan en lo delincuencial– mientras que hay niños sufriendo contaminación minera en Cerro de Pasco y son ignorados o casi abandonados a su suerte, como los ciudadanos golpeados por males endémicos como el dengue o la tuberculosis. Una larga lista de “olvidos” vejatorios de la dignidad humana pese a ingentes recursos disponibles que se reparten trivialmente, en forma arbitraria y muchas veces corrupta.

¿Teníamos consciencia de actividades esenciales y no esenciales (acaso accesorias) en nuestra sociedad? ¿Cómo procesábamos esa realidad antes de la crisis y cómo la procesamos ahora? Es curioso. Muchos de quienes se dedican a actividades “no esenciales” se han ido a sus casas y, en medio de las lógicas restricciones de una cuarentena, al menos no tienen problema con sus ingresos, porque su paga la reciben puntualmente. Otros “no esenciales” tiene problemas porque no recibirán ni un solo centavo y tampoco alcanzan el “bono” ofrecido por el Gobierno. Ni modo. Pero entre aquellos “esenciales” que se están exponiendo al contagio, porque no pueden parar, muchos tampoco percibirían ingreso alguno si no trabajaran. Nuestra sociedad tendrá que repensar la forma como valora ciertas actividades, pues esos “esenciales” invisibles antes de la crisis sanitaria no son precisamente los que tienen ni mejores sueldos ni adecuados beneficios laborales.

Hay quienes cuestionan hoy a los “intelectuales” agrupados bajo el eufemismo de “científicos sociales” y se preguntan si como sociedad no deberíamos más bien reorientar recursos a favor de investigación científica en medicina, biología, ingeniería y tecnología aplicada. Es una preocupación válida. De paso, ¿qué tal si al final de esta crisis se descuenta 10% de ingresos que tienen los “no esenciales” (ahora que se ha revalorado el término “solidaridad”) y se forma un fondo para distribuirlo como un bono a favor de los “esenciales”? Digo, por decir algo. Pensando en voz alta.

Darío Enríquez
24 de marzo del 2020

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