Jorge Varela
Es tiempo de salvar la democracia
De las agresiones de las élites y los bárbaros

Nadie debiera ignorar que hay dos asuntos prioritarios que muchos políticos sudamericanos parecen haber olvidado: la pandemia y la economía. No son los únicos. ¿Qué ocurre con el futuro del sistema democrático?
La democracia significa elecciones periódicas, única fórmula legítima para acceder al poder político. Pero la democracia no consiste solo en un bonito calendario de elecciones, es un régimen jurídico normado sujeto a la Constitución y leyes vigentes, y es también una institucionalidad no reconcentrada, vigilada por poderes constitucionales dotados de fuerza soberana y por instituciones de la sociedad como la prensa, las organizaciones civiles, la academia. Es un sistema de convivencia donde la minoría debe ser respetada y el ciudadano puede acudir a los tribunales de justicia para protegerse de los abusos de los poderosos y de los excesos inherentes al autoritarismo. Esta dimensión cautelar de denuncia y control no siempre es la que más se valora.
Divorcio entre sociedad y política
En Ecuador, Perú y Chile la renovación de gobiernos y representantes está en pleno desarrollo, mientras la crisis agravada por el virus no da tregua y la corrupción acentúa el divorcio entre política y sociedad. El fenómeno descrito coexiste con una institucionalidad incapaz de resolver demandas sociales postergadas y emergentes en salud, trabajo, pensiones, educación, descentralización y medioambiente, demandas que han madurado y chocan con la insensibilidad de la casta política. La realidad que hoy agobia y produce rabia en esta parte del continente es la de una élite que dedica sus mayores esfuerzos a ganar las próximas elecciones, mantenerse en el poder y, de esta forma, proteger sus ambiciones, antes de cuidar el destino de millones de ciudadanos que soportan en carne propia las deficiencias sanitarias, la adversidad del abandono y la falta de trabajo, afectados hasta la humillación en su dignidad e integridad psíquica y física.
¿Y si la sociedad comenzara a tomarse la política?, como han propuesto sectores de izquierda, para quienes nuestros países viven conflictos propios de un neoliberalismo avanzado. Se hace imprescindible avanzar en el diseño de fórmulas para blindar los aleros de la democracia débil, ampliando y fortaleciendo la participación ciudadana y el crecimiento económico distributivo justo. “Tenemos una crisis de democracia ligada al concepto de ‘el ganador se lo lleva todo’, que es parte del capitalismo… Y entonces, reparar la democracia también conlleva mejorar el capitalismo”, según ha expuesto Andrew Keen, (periodista y autor del libro Cómo arreglar el futuro y de la serie documental Cómo arreglar la democracia). (La Tercera, 20 de enero de 2021). Esta idea no agrada a aquellos ideólogos que recitan a diario versos anticapitalistas que deleitan a tanto bárbaro excitado, dispuesto a derribar bajo inspiración caótica todo lo que se opone a sus objetivos antidemocráticos.
¿Cuál es el camino?
Nada está decidido para siempre en el mundo poscovid. No existe un único camino que conduzca al desarrollo maduro progresivo de una democracia de esencia evolutiva. Por el contrario, sí existe uno que conduce maquiavélicamente a su destrucción total. Algo de esto se trasluce cuando se sostiene que “la democratización de la democracia transitará desde lo representativo hacia lo directo como resultado de una decisión propia, sin caudillos ni intermediarios” (Jorge Baradit, candidato socialista chileno a constituyente. Infobae, 31 de enero de 2021).
¿Qué se esconde tras este enfoque? ¿Cuál es la idea luminosa de Baradit y de varios que alucinan como él?
No es necesario divagar ni confundirse. Una cuestión es trabajar para construir un modelo humano solidario, participativo; otra es aprovecharse de la coyuntura para radicalizar las estrategias de polarización e insinuar la aplicación de una metodología que huele a ‘sovietismo’ al apostar por una Constitución controlada por comités populares, sindicatos, consejos ciudadanos, coordinadoras, asambleas y cabildos.
Aunque ninguna democracia está a salvo –como ha escrito Enrique Krauze–, aún es posible salvarla de los extremismos de derecha e izquierda y de los enemigos que quieren acabar con ella. Nunca debe darse por supuesto que la democracia es imperecedera, pues jamás estará consolidada. Ella es más frágil de lo que se piensa ante las vulnerabilidades internas y a las ideologías propaladas con torpeza por desquiciados.
COMENTARIOS