Martin Santivañez

El viejo grito jacobino

Desconfiemos del fariseísmo político

El viejo grito jacobino
Martin Santivañez
23 de julio del 2018

 

“¡Qué se vayan todos!” es el grito jacobino por excelencia. Lo emplearon los líderes de la revolución francesa para iniciar el terror que terminó devorándolos a todos. Los miembros de la Convención tuvieron que tomar partido ante el radicalismo que se apoderó de la revolución: guillotinabas o eras guillotinado. Vergniaud y los girondinos, Hebert y los sans culottes, Danton, Desmoulins y su nido de pactistas, Herault de Seychelles, Fabre d’Eglantine; y también, por supuesto, el promotor del terror, Robespierre y su guardia pretoriana encabezada por Saint-Just y Couthon. Con ellos perecieron un centenar de partidarios. Todos fueron liquidados: radicales y moderados.

El adanismo político forma parte del discurso revolucionario. Es un falso adanismo, por supuesto. El discurso radical siempre sostiene que se aspira a refundar una comunidad política envolviendo esta propuesta en el manto de la virtud. La construcción de esta virtud implica una suma de sacrificios que los revolucionarios están dispuestos a realizar. Los sacrificados, por supuesto, son sus enemigos políticos. Los jacobinos sostienen que esta cuota de sangre debe ser derramada en el altar de la patria para que una nueva sociedad emerja limpia de todo vicio. El fin justifica los medios.

Los medios del adanismo jacobino son conocidos por la historia. El terrorismo de Estado, la cultura de la sospecha, la cacería de brujas, la persecución de la disidencia y la liquidación de cualquier proyecto ideológico opositor son métodos comunes a todos los jacobinismos revolucionarios. La guillotina es el medio ejecutor y, por su propia naturaleza, el debido proceso queda conculcado. Cuando el jacobinismo no es controlado genera una reacción política (Thermidor), pero los jacobinos han aprendido a actuar examinando sus errores y dosificando su metodología hasta conseguir objetivos reales y concretos. Se ha pasado de la “revolución permanente” al “momento revolucionario” como medida posible.

Por eso, lector, siempre debemos traducir correctamente el “¡Que se vayan todos”! para evitar sorpresas. La exacta traducción izquierdista es: “Que se vayan todos para que nos quedemos nosotros”. La captura del Estado, cuando es descubierta la estrategia gramsciana (y condenada al fracaso), pasa a convertirse en la construcción de un “momento revolucionario”, un espasmo jacobino que toda clase dirigente debe resistir y reconducir. La indignación del pueblo debe canalizarse a través de las instituciones. La ira y la violencia deben encontrar un camino institucional. Reforma sí, revolución no. Todo dentro de la Constitución. Nada fuera de ella.

Desconfiemos profundamente del fariseísmo político que se viste de virtud y ataca a sus enemigos ideológicos mediante sospechas construidas sobre actos puntuales de corrupción. Si ya es peligroso lanzar la primera piedra, hay que desconfiar más de aquellos que pretenden que lluevan meteoritos sobre justos y pecadores. Los mueve la ideología y la captura del Estado, el odio político y el temor a que se sepa toda la verdad sobre sus quince años de hegemonía en el gobierno, en contubernio con algunas empresas. Los verdaderos demócratas tienen que estar en guardia y combatir la anarquía. La libertad debe ser ordenada. En la anarquía solo lucran Fouché y Talleyrand, conscientes de que después de un periodo de desgobierno siempre surge Napoleón.

 

Martin Santivañez
23 de julio del 2018

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