Darío Enríquez

El sistema económico y los excluidos

¿Por qué sus beneficios no llegan a todos?

El sistema económico y los excluidos
Darío Enríquez
10 de agosto del 2021


En una conversación de amigos surgió esta interrogante, que podríamos redefinir asumiendo una postura proactiva frente a una problemática que evidentemente existe: ¿Qué les decimos o qué hacemos con aquellos a quienes no les llegan los beneficios del sistema económico?

Casi de inmediato, a muchos nos vendrían a la mente diversos programas sociales (intervención estatal) con presupuesto para eso que algunos llaman “compensación social”. Esto va en la línea de algo que en la praxis se ha mostrado repetidas veces, en tantos contextos como podamos imaginar: el Estado solo puede ser eficaz (no siempre lo es) combatiendo la pobreza extrema. Se complica el panorama cuando, como sucede en el Perú, estos programas no son financieramente sostenibles, pese a la gran cantidad de excedentes y reservas que el sistema acumula para enfrentar tanto contingencias como emergencias. ¿Por qué no son sostenibles? Incompetencia, desinterés y corrupción.

Pero como sociedad no solo deseamos que se supere la pobreza extrema, sino que nuestro propósito debiera ir mucho más allá: que la prosperidad que el sistema propicia se propague por doquier, para que la pobreza deje de ser una persistente e indeseable compañera de viaje. Todo esto se encuentra algo lejos de la acción del Estado y de quienes desde la sociedad civil, benévolamente, prestan ayuda a los más necesitados. Se requiere voluntad, decisión y acción para ayudar a quienes se encuentren sufriendo los rigores de la pobreza.

Hay muchos supuestos sin confirmar, verdades a medias y mitos diversos cuando se habla de que los beneficios del sistema no llegan a todos. En el caso del Perú, resulta siempre vigente esa vieja pugna entre Lima y el “interior”, la capital centralista frente a las provincias olvidadas. Se repite la figura con grandes ciudades regionales respecto de sus propias provincias. Dos elementos cuestionan esta visión sesgada y prejuiciosa: Lima produce mucho más de lo que consume, por lo tanto no absorbe sino transfiere riqueza; si se trata de pugnas sociales entre grupos enfrentados desde su diversa procedencia, resulta que la población de Lima en un 80% es de provincianos o hijos de provincianos. Ciertas afirmaciones, supuestamente basadas en evidencias, se diluyen apenas se confrontan con la realidad y los hechos.

En este último proceso electoral llamó mucho la atención la provincia de Chota (Cajamarca) y la capital del mismo nombre. Algunos han pretendido colocar a Chota como un símbolo del olvido y la exclusión que perpetra un sistema que “no llega”. Es raro. Las imágenes propaladas por TV y redes sociales en el debate entre Castillo y Fujimori en Chota, muestran una ciudad modernizada, con muchas nuevas construcciones en sus calles y con floreciente actividad, pese a estar en tiempos de pandemia. En 1990 no tenía abastecimiento regular y permanente de electricidad, ahora lo tiene. Armar un estrado, un gran toldo y equipos de sonido en un espacio público no es algo que se hace de la noche a la mañana. Se aprecia que en Chota hay un mercado vigente para ese tipo de eventos, por el despliegue material realizado. Como que el sistema si llegó a Chota, ¿no?

Podemos hablar también de la difusión de la telefonía celular e Internet. Cientos de ciudadanos, si no miles, transmitieron en vivo y en directo desde sus teléfonos inteligentes, imágenes y sonidos del debate mencionado. No hay punto de comparación con la precarísima comunicación telefónica que sufría el Perú en 1990, “antes del modelo neoliberal”.

Los beneficios llegan, claro que sí; pero su intensidad para provocar una transformación general de la sociedad y la propagación del bienestar es aún insuficiente. Algo fundamental no funciona. Nuestro Estado es fallido y el control territorial es precario, irregular e incompleto. No cumple con brindar servicios básicos de salud, seguridad y educación, que fueron cobrados previamente a los ciudadanos vía impuestos. Dilapida recursos ciudadanos sin la menor eficacia, como los millones que se pierden en burocracia improductiva o en inversiones inútiles, como la refinería de Talara. Es fuente inagotable de corrupción. No es capaz de definir una formalidad verdaderamente inclusiva, productiva y moderna.

Sin embargo, hay quienes frente a los problemas de este Estado ineficaz, intervencionista y devorador de recursos, proponen más Estado. Hoy muchos de ellos han llegado al poder, por la puerta o deslizándose por alguna rendija. Están allí. Esto no solo es un problema del Perú. En diversos grados y contextos, la insatisfacción respecto de un Estado Leviatán es general. Es una insatisfacción que resulta mucho más crítica en países como el nuestro, debido a que no hemos alcanzado las cuotas de bienestar que otros han logrado, pero ya sufrimos los estertores de la decadencia estatal.

Cuando se hace una pregunta como la que abrió el presente artículo, luce retórica. Al mismo tiempo, trae consigo una carga de supuestos no necesariamente válidos. Podría responder con otra pregunta: ¿por qué esperar a que te lleguen los beneficios?, ¿por qué no sales a buscarlos? La voluntad de superación no solo es algo deseable, sino fuertemente presente entre los peruanos. Por eso se habla de ese Perú emergente, que ha sabido vencer a la pobreza enfrentando restricciones, problemas y dificultades que otros encontraron imposibles de superar.

Hoy nos encontramos con que esas restricciones, problemas y dificultades se presentan ante todos nosotros como un fenómeno que amenaza invadir todos los espacios de acción humana en nuestra sociedad, a partir de los delirios ideológicos de quienes pretender llevarnos al paraíso terrenal y solo lograrán acceso masivo a un brutal empobrecimiento. Quisiera frente a ello, citar una parte del célebre discurso que John Galt hace llegar a un mundo que se desmorona, en “La rebelión de Atlas”, de Ayn Rand:

En nombre de lo mejor que hay en ti, no sacrifiques este mundo a los peores. En nombre de los valores que te mantienen con vida, no permitas que tu visión del hombre sea distorsionada por lo feo, lo cobarde, lo inconsciente, en aquellos que nunca han conseguido el título de humanos. No olvides que el estado natural del hombre es una postura erguida, una mente intransigente y un paso vivo capaz de recorrer caminos ilimitados. No permitas que se extinga tu fuego; chispa a chispa, cada una de ellas irremplazables [...] no permitas que perezca el héroe que llevas en tu alma, en solitaria frustración por la vida que merecías, pero que nunca pudiste alcanzar. Revisa tu ruta y la naturaleza de tu batalla, el mundo que deseas puede ser ganado, existe, es real y posible. Ese mundo es tuyo.

Darío Enríquez
10 de agosto del 2021

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