Nancy Arellano

El reto de la reforma político-electoral

No ha fallado el sistema, sino los partidos políticos

El reto de la reforma político-electoral
Nancy Arellano
30 de marzo del 2018

 

La democracia es un camino difícil porque está lleno de altibajos. Sin embargo, la democracia de libre mercado es el único sistema que ha logrado mayores grados de equidad al tiempo que crecimiento económico. El Perú está en uno de esos momentos de inflexión de la ruta democrática. Una difícil situación propiciada por los mayores grados de libertad política, crecimiento económico y aumento demográfico. Pero también un descontrolado proceso de descentralización y modernización del Estado, sin la participación comprometida de la clase política y sin estar acompañado, no realmente, del empoderamiento de nuevos liderazgos locales, regionales y nacionales.

“Todo gran poder implica una gran responsabilidad”, y la democracia no es la excepción. Se profundizaron las libertades políticas, pero no se logró crear una cultura política ciudadana. Se han conseguido mayores grados de crecimiento macroeconómico, pero no se ha alcanzado el desarrollo descentralizado del país. La población se ha venido incrementando, pero no se ha equiparado la provisión de servicios públicos (educación, salud o agua). Se ha buscado la descentralización, pero no se ha capacitado debidamente el funcionariado para asumir el reto de la modernización del Estado con la gestión por resultados, en los procesos de servucción (producción de servicios) de la mano del uso adecuado de las tecnologías disponibles.

Y estos problemas no son exclusivos del Perú, sino muy comunes en Latinoamérica. Los fallos del Estado suelen ser atribuidos a los “fallos del sistema”. ¿Pero realmente se trata del sistema? Me atrevería a decir que no. Se trata del papel que deben desempeñar los partidos políticos en todo este juego de relaciones (la política como estructura) que deriva de la Constitución.

Los partidos políticos tienen tres funciones básicas: generar candidatos (representantes de las intenciones, motivaciones y necesidades ciudadanas), generar políticas públicas (medidas específicas a ser tomadas por el Estado para alcanzar las metas y prioridades de la población) y generar burócratas (funcionarios públicos formados para ser técnicos con capacidad de comprender “la cosa” política).

Cuando los partidos de masas pasaron a ser clientelares (de segunda a tercera generación) las relaciones entre el partido y la sociedad empezaron a pervertirse, en tanto que la función primaria de candidatos quedó reducida a ganar la elección (no a representar); y la de las políticas públicas, a satisfacer demandas de los clientes/financistas de las campañas. Y también a satisfacer cuotas de empleo dentro de la administración pública (pagando favores de campaña). Así, los candidatos-clientes del partido, las políticas públicas en favor de los clientes financistas y los burócratas clientes de la campaña formaron la triada que pone a Toledo en solicitud de extradición, a Humala investigado, a PPK vacado y al ciudadano decepcionado.

El sistema no se diseñó constitucionalmente como clientelar. La clientelización política es un producto del desvío de las agrupaciones políticas (partidos o movimientos) del real fin que deben cumplir dentro de la política como estructura (ser partido, ser congresista, ser presidente) para ejercer la política como proceso (ejercer como partido, como congresista o como presidente) en favor de la política como resultados (hacer políticas públicas). El desvío del sistema por parte de estos actores políticos no habla necesariamente de un fallo del sistema, sino de la propia clase política fallida: los partidos fallidos.

Es momento de repensar a los partidos. Es momento de asumir el reto de la renovación política, de la reforma político-electoral, y es momento de asumir una posición firme hacia la reestructuración de los partidos. Eso sí, hay que empezar por los propios liderazgos que encarnen esta ingrata pero noble tarea: ser hombres y mujeres de partido. Esperamos que el ego lo permita. Si no, es probable que otros capitalicen del desastre, porque en política ¡no hay espacio vacío!

 

Nancy Arellano
30 de marzo del 2018

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