Erick Flores

El Quijote contra el poder económico

Un invento que se acomoda en cualquier discurso político

El Quijote contra el poder económico
Erick Flores
13 de marzo del 2018

 

La clase política siempre se ha presentado ante la sociedad como aquellos que representan al “pueblo”, personas de aura angelical que no hacen otra cosa que preocuparse por la necesidad y los intereses del “pueblo”. En este negocio, de lo que siempre se ha tratado de marcar distancia es de aquel demonio que hoy conocemos como el “poder económico”: dícese de aquella condición de posibilidad que permite que las personas más acaudaladas y con una riqueza considerable establezcan una relación hegemónica frente al resto (los que menos tienen). En buen cristiano, se trata de la opresión que los pobres sufren en manos de los ricos.

Pero en este asunto, como en la mayoría de cuestiones que tienen que ver con la política, tenemos que separar la paja del trigo.

Cuando uno habla de política necesariamente está hablando del poder. Y dos cosas tenemos que tener en cuenta cuando hablamos del poder. La primera, que el poder representa la posibilidad que alguien tiene para someter a otra persona. El poder es, en esencia, coacción. Lo que implica que el uso de la fuerza —o la amenaza del uso de la fuerza— siempre está presente. La segunda, que el poder no es como cualquier bien físico que podamos tener, no se trata de algo que podemos guardar en la gaveta y usar cuando lo consideremos necesario; el poder no se tiene, el poder se ejerce. Si el poder no puede materializarse en la realidad, simplemente no existe.

Si comprendemos que la naturaleza del poder se basa en la coacción, el poder solo existe en términos políticos, jamás en términos económicos. En este punto debemos recordar a Franz Oppenheimer, sociólogo y filósofo alemán, que decía que solo existen dos formas en que el ser humano puede satisfacer sus necesidades: el trabajo o el robo. Una persona puede trabajar, intercambiar sus destrezas y habilidades por una compensación que le permita atender su necesidad; o puede robar, usar la fuerza para apropiarse de algo que no le pertenece y así atender su necesidad. El trabajo vendría a ser un medio económico; el robo, un medio político. Y aquí la diferencia queda muy clara. El uso de la fuerza es inherente a la política, inherente al poder.

Un empresario, incluso teniendo en sus manos toda la riqueza del mundo, jamás puede obligarnos a hacer algo que no queramos. No tiene poder sobre nosotros. Tiene una posición que le permite, entre otras cosas, adquirir los recursos necesarios para tratar de persuadirnos en los propósitos que busca, mas no para usar la fuerza para dicho fin. The Coca-Cola Company, una de las empresas más grandes del mundo, no puede obligarme a consumir sus productos; lo único que puede hacer —usando los medios económicos— es tratar de ganarse mi preferencia, ganarse mi confianza como consumidor. Lo cual es absolutamente legítimo porque, a final de cuentas, soy yo el que toma la decisión. Todo lo contrario pasa cuando se trata del Estado, el solo hecho de tener el monopolio de la violencia, implica que sí puede obligarme —usando los medios políticos— a aceptar cosas que yo no he consentido, cosas que voluntariamente jamás aceptaría.

El “poder económico” no es más que un invento que se acomoda en cualquier discurso político. La lucha contra el “poder económico” es la lucha del Quijote contra los molinos de viento, que en su locura él veía como desaforados gigantes. Los enemigos imaginarios de su insania. Pero a diferencia del ingenioso hidalgo, que veía en sus luchas los retos para probar su valentía y hacer crecer su leyenda, la clase política ve en el mito del poder económico una oportunidad: la oportunidad de seguir su tozuda lucha hacia la conquista del poder, hacia la conquista de la sociedad.

 

Erick Flores
13 de marzo del 2018

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