Erick Flores

El problema con la democracia

Dos lobos y una oveja votando qué habrá de cena

El problema con la democracia
Erick Flores
09 de octubre del 2018

 

El comportamiento de algunas personas es bastante extraño cuando se habla de la democracia. Pareciera que amamos la democracia solo cuando los resultados del proceso son afines a nuestras ideas; pero cada vez que los resultados se alejan de nuestra concepción del mundo, la democracia ya no es tan simpática. ¿Cómo podríamos explicar —por ejemplo— que un militante de la izquierda más ortodoxa haya celebrado la democracia cuando en Venezuela ganaba Hugo Chávez, pero hoy lamenta con mucho dolor la democracia que rechaza al Foro de Sao Paulo y escoge a Bolsonaro en Brasil? Si el partido de los trabajadores hubiera resultado ganador, la izquierda mundial estaría hablando de una “fiesta democrática” y de que los ganadores representan “la voz del pueblo”. Hoy que sabemos que no ha ganado la izquierda en Brasil, ¿la democracia ya no es una fiesta? ¿Bolsonaro y su partido no son la voz del pueblo?

Queda claro que estamos hablando de preferencias políticas. A unos les gustará más el programa político de la izquierda, a otros les gustará más el programa político de la derecha. Da igual. Discrepancias habrá siempre, y es lo más natural del mundo que estas cosas ocurran. Donde debemos hacer una pausa y reflexionar con calma es en nuestra concepción sobre la democracia. Aquí creemos que cualquier cosa que tenga respaldo de la mayoría es algo bueno per se, incuestionable desde cualquier punto de vista. La fe que le depositamos a la democracia es un arma de doble filo porque, haciendo un poco de historia, no olvidemos que Hitler ganó elecciones y era uno de los líderes más representativos de toda Europa en ese tiempo.

Pero lo peor de la democracia en términos generales, no solo cuando no gana nuestra preferencia, es que estamos ante lo que Alexis de Tocqueville llamó “la tiranía de las mayorías”. Las famosas turbas despóticas que tenían el poder, por el solo hecho de ser mayoría, de conculcar los derechos de las minorías y —literalmente— pisotear todo lo que tenían por delante. La democracia termina siendo la caricatura perfecta de dos lobos y una oveja votando qué habrá de cena.

Y ese es el gran drama de la democracia. El problema no está en la preferencia porque luego podemos discutir objetivamente si es buena o mala para la sociedad, sino en la integración forzosa. Si la mayoría de estudiantes de alguna facultad de ciencias sociales quiere donar la mitad de su dinero a los pobres, pues genial, es un acto noble que merece la admiración de todos; lo que no pueden hacer, ni siquiera a través de un proceso democrático, es obligar al resto donar parte de su dinero a los pobres.

Acabamos de pasar por un proceso electoral y es evidente que la democracia, lejos de ser la deidad que muchos adoran de rodillas, se ha convertido en un problema muy grande para nuestra sociedad. Resulta imperativo asumir plena consciencia de todo esto y comenzar a explorar algunas alternativas interesantes para mitigar los daños que la democracia puede ocasionar. En este proceso electoral, como viene ocurriendo con cierta regularidad, hay una gran cantidad de votos nulos y viciados, ¿no será momento para comenzar a discutir sobre la necesidad del voto facultativo, por ejemplo?

Por otro lado, si Lima concentra casi el cuarenta por ciento de electores para una elección presidencial, ¿sería justo que termine imponiendo su preferencia a todo el país? Si Lima es una sociedad profundamente católica y escogen a un pastor como presidente, ¿sería justo que el resto tengamos que aceptar tal imposición? Y ante esto, ¿no sería bueno pensar en la secesión como un mecanismo para hacer que cada departamento sea mucho más independiente?, ¿por qué no pueden existir los Estados Peruanos de América del Sur? A México y Estados Unidos, comprendiendo que hay bastante diferencia entre ambos, tan mal no les fue con esto. Tomemos nota y reflexionemos.

 

Erick Flores
09 de octubre del 2018

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