Darío Enríquez

¿El piloto automático sigue funcionando?

Con cada vez menos margen de maniobra, asoma una posible crisis

¿El piloto automático sigue funcionando?
Darío Enríquez
16 de abril del 2019

 

Desde las reformas de los noventa, ninguna otra acción importante que impacte en profundidad sobre las reglas de juego de nuestra economía ha sido tomada por los políticos de turno en el ejercicio del poder. Debido a ello, es fácil constatar —por simple inspección— que eso que algunos han dado en llamar “El milagro peruano” es consecuencia directa de tales reformas. Los proyectos mineros más importantes que hoy continúan produciendo y sustentando buena parte de nuestro crecimiento económico, tienen su origen en cuantiosas inversiones extranjeras que aprovecharon los incentivos. Y en el contexto de un país apenas saliendo de la peor crisis de nuestra historia, la que provocó el modelo de la dictadura militar de corte estatista-socialista (¿nacional-socialista?) que tuvo nefasta vigencia en nuestro país entre 1968 y 1990.

Tenemos dos décadas cosechando de un terreno muy bien trabajado, pero que se desgasta cada vez con mayor rapidez. Más aún, los sectores extremistas de izquierda siguen apostando a debilitar el modelo de crecimiento que sostiene hoy al Perú, accionando en contra de los nuevos proyectos de inversión minera. Dentro del Gobierno de Vizcarra lucen ausentes de toda reflexión respecto del grave peligro que se cierne sobre nuestro país. Su actuación en la crisis minera en Las Bambas es deplorable. Por un lado, se afecta la dinámica de nuestro modelo económico y, por otro lado, se refuerza el nocivo falso liderazgo de cabecillas delincuenciales que pronto derivarán en opciones de gobierno municipal, regional y acaso con incidencia futura a nivel nacional.

El Gobierno sigue jugando al intercambio de figuritas, montando portadas en la prensa cautiva, luciendo nítido el protagonismo de la versión peruana de Bonnie & Clyde, actuando como baja policía de los poderes fácticos. También continúan con la superficialidad del espectáculo mediático, con la circense judicialización de la oposición política. Como una droga adictiva, que requiere ingerirse en dosis cada vez mayores para lograr el efecto deseado, el Ejecutivo ha entrado en una peligrosa espiral autodestructiva. Ya la inmensa mayoría percibe que lo del referéndum fue —para ser generosos con el calificativo— una enorme tomadura de pelo.

Las cortinas de humo —como la detención preventiva de PPK con una treintena de policías armados hasta los dientes en la puerta de su casa—, la terquedad de insistir en las propuestas totalitarias del enfoque de género o los reflectores apuntando a un primer ministro de la farándula con muy pocas luces, solo son tres entre muchas otras maniobras de gran cobertura mediática para distraernos de los problemas de fondo.

En el caso de PPK, lo que procede (pero no se hace) es el inicio de un juicio firme que, curiosamente, no se inicia, pese a todas las evidencias. Esto despierta la sospecha de que tal vez sea una forma de proteger al presidente Vizcarra, con altos indicios de implicación en el entramado de la corrupción de Odebrecht.

El enfoque de género —absolutamente inútil para lograr efectos benéficos en cuanto lugar del mundo, desgraciadamente, ha sido aplicado— se transforma en ideología totalitaria cuando se pretende su imposición desde la violencia estatal. La inmensa mayoría de familias peruanas lo rechaza en defensa de su derecho a la formación moral de sus hijos, pero se insiste en forma absurda solo para abrir espacios de confrontación que distraigan a la gente, y de paso llenar groseras billeteras al apoyar la agenda de ampulosos donantes extranjeros.

Por su lado, el nuevo premier ni siquiera muestra un perfil aceptable en lo que debería ser su mayor fortaleza: la actuación mediática. Su presentación en el Congreso debe ser la más deslucida del último medio siglo, e incluso ya están a punto de ser defenestrados hasta tres o cuatro ministros de su gabinete por problemas al interior del Gobierno, y no por la acción de una oposición política, que se encuentra en este momento totalmente anulada. Da vergüenza ajena ver al mismísimo presidente Vizcarra emitir un mensaje culpando de su evidente fracaso a un Congreso en estado comatoso.

La nave de nuestro modelo económico tiene un alto nivel de autonomía, pero se acerca inexorablemente a un agotamiento del combustible que la sostiene: la confianza que sustenta la inversión extranjera y local. Los extremistas de izquierda (valga la redundancia) que vienen profetizando “la caída del modelo que nos empobrece” (¿en qué luna de Saturno vivirán?) pronto encontrarán el momento propicio para engañar con los espejitos de colores del “yo lo dije”. Estamos advertidos. Si creen que ya habíamos superado los riesgos de regresar a 1990, recordemos que la mitad de los votantes de hoy no tiene ni la más peregrina idea de lo que la otra mitad sufrió en esos tiempos terribles, que nos llevaron al borde de la inviabilidad como país. Hoy somos una nación pujante, próspera y dinámica, con sentido de futuro y mucha esperanza. Aunque cada día tengamos menos margen de maniobra y el riesgo de una posible crisis asome. Cuidado.

 

Darío Enríquez
16 de abril del 2019

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